Esta semana se desarrollará la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, mejor conocida como la COP26, en Glasglow, Escocia. La edición de este año se considera la sucesora de la COP21 y se utilizará para abordar los objetivos que se han logrado, y más aún, los que no se han logrado hasta ahora desde el compromiso inicial en 2015.
El objetivo esta vez es promover que los países, por igual, establezcan metas netas de cero emisiones para 2030 y tender planes para que los países se adapten a los efectos de la crisis climática, tratando de implementar finalmente el flamante Acuerdo de París. Asimismo, en la reciente cumbre del G20 en Roma se adoptó un compromiso escueto sobre el calentamiento global.
Pero algunos acontecimientos, declaraciones e informes han permeado la agenda sobre la crisis climática y, sobre todo, la llamada transición energética, por lo que se hace necesario armar un repaso sobre lo que hay detrás de esta narrativa global.
Lo que importa son las realidades y tendencias que están impulsando a las economías más grandes del mundo a reducir su dependencia de los combustibles fósiles, así como sus consecuencias geopolíticas.
La sospecha
Primero, según la BBC News, se filtraron más de 32 mil documentos sobre las estrategias para abordar la crisis climática, días antes de dar inicio la COP26. El artículo no señala grandes detalles sobre esto, sino que orienta la noticia a la demonización de los combustibles fósiles y, posiblemente, para generar presión desde la opinión pública de cara al evento climático en cuestión.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, siglas en inglés) realiza informes de evaluación que sirven de apoyo para la toma de decisiones en las negociaciones. Al colarse la información a los medios, se publicaron los supuestos comentarios o posturas de varios países, organizaciones y empresas en torno a la no necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles tan rápido como recomienda el borrador actual del informe, sin señalar los argumentos.
Ahora bien, en agosto, el IPCC publicó un informe indicando que el cambio climático causado por «el hombre» se está acelerando y que se necesitan cambios radicales en el comportamiento humano para evitar un desastre. Este punto siempre es engañoso porque la responsabilidad se le impone al «hombre» y se deslastra a los dueños de las grandes fábricas y compañías, que son las principales causantes de las exageradas emisiones de CO2.
En ese informe dicen que se necesitan cambios urgentes y sin precedentes para alcanzar el objetivo, que dicen que es asequible y factible, aunque se encuentra en el extremo más ambicioso de París. Acuerdo que compromete a mantener las temperaturas entre 1,5°C y 2°C.
Si bien la crisis climática es real, la alarma actual emanada desde los grandes centros de poder occidental para imponer sus fundamentos en la transición energética resulta sospechosa.
Es decir, cuando la energía o la economía «verde» es promocionada de la forma en que se está haciendo, sumado a la participación hasta de banqueros, genera por obligación una significativa desconfianza, y ni hablar de la participación del proyecto Greta Thunberg en un foro como Davos 2021. Solo basta con hacer una búsqueda en Google de un minuto para dar con las respuestas de los dogmas del lobby verde.
Es evidente que no buscan cambiar el sistema que los hizo convertirse en los peces gordos del mundo ni mucho menos les importa el destino de las generaciones futuras, entonces, ¿qué se traen entre manos? ¿Por qué ahora?
La gran respuesta tiene muchas aristas y elementos que estudiar, no obstante la razón es el dinero.
Y así lo confirma el Bank of America Global Research cuando publicó un informe, días antes de la COP26, de selección de acciones y de principios de neutralidad en las emisiones de carbón, en el que predice que será necesario invertir 5 billones de dólares al año durante los próximos 30 años si se quieren alcanzar los objetivos de emisiones globales, es decir, el costo total de la transición será de 150 billones de dólares, lo que equivale al doble del PIB mundial actual.
Vale mencionar que el gran ganador en la pandemia y fundador de Amazon, Jeff Bezos, anunciaba en 2020 el lanzamiento de un nuevo «Earth Fund» aparentemente para combatir el cambio climático, el cual ronda por los más de 10 mil millones de dólares.
Ambos ejemplos dan luces de que estas maniobras proporcionan un flujo interminable de inversiones financiadas por los contribuyentes e impresión desmedida de dólares con la excusa perfecta, he ahí su oxígeno que de hecho, en otra entrega sobre el superimperialismo, el economista Michael Hudson desnuda la dinámica financiera de este sistema.
La utopía verde avivada con tanta fuerza, en principio, por las grandes corporaciones mediáticas y digitales a cada segundo, nos traduce que costará mucho dinero donde se enriquecerán unos pocos. Es el negocio verde redondo. Todo fondo verde o terráqueo, en estos tiempos, es ansiado y no por el bien de la humanidad.
La transición energética
Otro elemento en la narrativa climática es la famosa transición energética, donde las empresas petroleras que les convienen a las élites occidentales son las grandes culpables. En este contexto, están vendiendo una oferta engañosa de uso de vehículos eléctricos y la desaparición del combustible en su totalidad en un periodo próximo.
Hace semanas, los medios de comunicación anunciaban con grandes elogios a Noruega debido a los datos expuestos por el Consejo de Información de Noruega para el Tráfico Vial, ya que lograron un récord en los esfuerzos para eliminar gradualmente los automóviles dependientes de combustibles fósiles.
Más de 9 de cada 10 automóviles nuevos vendidos en ese país en septiembre eran híbridos eléctricos o recargables, liderados por la marca Tesla. De todos los automóviles de pasajeros nuevos vendidos hasta ahora en 2021, menos del 5% son de gasolina. Un porcentaje ligeramente menor utiliza diésel.
Pero, hay un detalle, su consumo en petróleo no disminuye, se ha mantenido estable y así lo analizó el banco estadounidense Morgan Stanley, a saber:
Es poco probable que esto cambie durante la próxima década, y solo con señalar el dato que publicó el Banco Asiático de Desarrollo (ADB, siglas en inglés) sobre el crecimiento económico en los países en desarrollo de Asia será 7,3% este año. Con esto se augura que habrá más consumo de energía.
Los centros de poder en sus cumbres claman por las emisiones cero y acusan al petróleo como el único recurso del mal, pero solo están distrayendo a la opinión pública del verdadero problema. Hace ruido esta postura cuando la gran infraestructura mundial petrolera y de refinación la ha proporcionado por años las corporaciones petroleras estadounidenses y más, con los desarrollos petroleros que se están acelerando, sin importar el ambiente, en Guyana bajo el control de la ExxonMobil.
En resumen, el sistema de producción y consumo no ha cambiado, la economía extractivista sigue en auge.
En este escenario, es posible que el ascenso de los precios del petróleo y el gas natural actualmente busque desalentar su uso, y se presione para que países consumidores busquen otras alternativas energéticas. Aquí es donde se vuelven más esenciales los metales y minerales para la energía solar y eólica, también para la fabricación de los automóviles eléctricos y otras tecnologías renovables, y se menciona esto sin señalar todo lo que tenemos a nuestro alrededor que proviene del petróleo.
Por ende, este éxodo masivo hacia los vehículos eléctricos, y el hecho de que utilizan seis veces la cantidad de minerales críticos que los vehículos de gasolina, significa que se espera que la demanda de estos recursos se disparen. Naturalmente, los altos precios de la energía golpean más duramente a los de siempre, a los más pobres.
El horizonte es el mismo, así que la transición energética simplemente es una pantomima por conveniencia y el impacto ambiental se intensificará enormemente por la extracción de estos materiales. La tercera crisis energética está a punto de iniciar y tomar camino.
A modo de cierre, y de cara al inicio de la COP26, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) diseñó la hoja de ruta para esta conferencia en Glasglow, cuya posición clave es la denuncia del impacto de las Medidas Coercitivas Unilaterales en la implementación del Acuerdo de París y en el derecho al desarrollo sustentable de los países, elementos esenciales para el cumplimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC).
Se olfatean las agendas ocultas que mueven las piezas en el gran tablero geopolítico para el acceso exclusivo de los recursos energéticos. De esta manera, la defensa a la soberanía sigue siendo crucial y Venezuela, amplio territorio donde reposan los recursos energéticos estratégicos para cualquier país, juega un papel clave en toda la dinámica hegemónica global.