"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

El trabajo está fuera del mercado

La pandemia ha dejado abierto un conflicto que vale la pena sacar a la luz: trabajo “necesario” ha de ser sólo el que se ha reconvertido en producción material para satisfacer una demanda social y colectiva y para salvaguardar la salud.

Desde el punto de vista del capital y las instituciones empresariales que lo representan, la suspensión del trabajo y del consumo individual resulta demasiado radical e intolerable. Y resulta igualmente intolerable desde el punto de vista de la Unión Europea, tal como ha sido construida hasta ahora, limitada por el dominio de unas cuantas naciones centrales y la ideología ordoliberal alemana. Especialmente en un momento en el que debe decidirse si desembolsar el llamado Fondo de Recuperación y el gobierno de Italia, el país más afectado por la Covid-19 y con mayor necesidad —así como con la necesidad de mostrarse listo para reanudar toda la actividad productiva, cueste lo que cueste — está llegando incluso a pedir financiación “no reembolsable” por vez primera.

Así es cómo se está iniciando la llamada “Fase Dos”, bajo la amenaza de este doble chantaje. Pone un gravamen inmediato sobre las condiciones para la reanudación de actividades, las ligadas a formas de socialización, las que implican servicios que habían sido anteriormente menospreciados y se han convertido de repente en “heroicos”, y las que implican trabajo que se considera directamente productivo. Es un gravamen y un peligro que recaen sobre las espaldas de los trabajadores y los sindicatos y sobre la democracia que vive en espacios abiertos, conforme se planifica una reapertura que no dice nada acerca de los colegios, pero privilegia la “empresa” como interlocutor privilegiado.

¿Por qué se está produciendo esta reapertura el 4 de mayo, que ya ha llevado de vuelta a la producción a 2,8 millones de trabajadores, pese al hecho de que son apenas visibles los signos reales de una ralentización de la actual pandemia, mientras que se incrementa el número de contagios? (¿y qué distancia social se mantendrá en realidad en las fábricas, en el transporte, y sin disposiciones para la reducción de horas de trabajo a causa de la exposición al riesgo?) Es verdad que la cifra de casos y muertes está bajando, pero sólo como resultado de las severas medidas de distanciamiento social decididas hace mes y medio.

Y esta vez todo el mundo de la virología está prediciendo un resurgimiento de la pandemia allí donde se ha manifestado, pero también en zonas que hasta ahora se han visto solo débilmente afectadas. Y los cientos de muertes diarias en las regiones del norte —con fábricas repartidas por zonas interregionales. Por encima de todo, se ha olvidado que no hay una protección sanitaria extendida, tras decenios de recortes en la salud pública: carecemos de dispositivos protectores de distribución masiva y sin muestras de pruebas de cobertura masiva, sin investigaciones de grupo sobre contagios entre la población, sin pruebas serológicas sobre anticuerpos, y la tecnología de “rastreo de contactos” sin muestras es inútil y solo consigue ser intrusiva.

Se ha olvidado también que, en casi absoluto silencio —roto, sin embargo, por huelgas de trabajadores — más de quince millones de trabajadores han seguido trabajando en estos dos meses en los que la pandemia se ha ido propagando, un trabajo “forzado” en las fábricas y en el campo. Mientras tanto, se ha desarrollado el concepto mítico de “trabajo excepcional” y hemos descubierto que fabricar armas y cazabombarderos F-35 formaba parte de la cadena “excepcional” de suministros destinada a librar guerras, cuya actividad nunca se ha interrumpido, igual que las muchas fábricas “esenciales”, como ILVA, que han devastado el medio ambiente y la salud pública tampoco se han interrumpido.

De modo que, por un lado, hemos tenido y seguiremos teniendo que hacer el trabajo “necesario”, quizás en remoto y para el mercado internacional, pero incluyendo la producción de muerte. Y esto incluye la enloquecida carrera por reabrir las actividades de producción para mejor luchar en la competencia, en franjas del mercado que correrán el riesgo de sobreproducción.

Por otro lado, en estos dos meses de contagios, la labor de los cuidados ha quedado reconocida, ya no solo en la esfera restringida de la familia sino en la sociedad en general. Y ha adquirido “dignidad” por fin todo el sector del trabajo ilegal, de jornaleros a migrantes y mensajeros. Así pues, hay un conflicto subterráneo que la pandemia ha dejado abierto y que es bueno sacar a la luz: trabajo “necesario” ha de ser solo el que se ha reconvertido en producción material para satisfacer una demanda social y colectiva y para salvaguardar la salud, tal como dicta la Constitución.

¿Cómo se puede alcanzar esto? Empezando por considerar el trabajo mismo como algo fuera del mercado, reinventando las reglas de su distribución y garantizando — en un momento en el que se están disparando las cifras relativas a la pobreza masiva — una renta básica que pueda proteger a todo trabajador empleado, pero también a todo desempleado: no solo del daño de la pandemia, sino también de la necesidad y el chantaje de tener que trabajar.

 

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