"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Estados Unidos: elecciones presidenciales. Dossier

El debate presidencial: Pence versus Harris

Christian Lorentzen

Resulta fácil olvidarse de Mike Pence. Parece que Trump le contrató en parte porque así no tendría que pensar en él, y le ha mantenido ocupado ‘contactando’ con los evangélicos potencialmente desafectos para darles repetidas seguridades de que son ellos los que constituyen ‘el pueblo norteamericano’. Su imagen pública – la de un fósil reanimado de unos años 50 que en realidad nunca tuvieron lugar – es lo bastante inocua como para que una mosca se posara impertérrita en su cráneo durante dos minutos mientras insistía él en que el gobierno ha actuado bien con los afronorteamericanos. Buena parte del debate vicepresidencial fue equivalente a una ficción histórica contrafáctica o ficción especulativa.

¿Cómo habría gestionado la pandemia una administración de Biden? ¿Habían discutido los debatidores con sus añosos compañeros de candidatura la posibilidad de que acaben cadáveres mientras esten en el cargo? En el relato de Pence, el presidente es un circunspecto filósofo-rey, recto guardián del modo de vida norteamericano (mientras hablaba, su jefe tuiteaba con entusiasmo paranoide: ‘A Obama, Biden, la Tramposa Hillary y a muchos otros los pillaron en el Acto de Traición de Espionaje y Derrocamiento del Gobierno, un Acto Criminal. ¿Cómo le permiten a Biden presentarse a presidente?’) Una vez que los procedimientos se asentaron en el realismo, Kamala Harris llevaba ventaja: llamar catástrofe a la catástrofe apoya la lógica de votar para echar al titular del cargo.

‘Casi la mitad de los arrendatarios norteamericanos están preocupados por saber si van a poder pagar el alquiler a final de mes’, declaró. ‘Ahí es donde está la economía de Norteamérica ahora mismo. Y se debe a la catástrofe y el fracaso de liderazgo de esta administración’. Si Trump, Pence y el Partido Republicano fueran en serio a por la victoria el 3 de noviembre, habrían aprobado otro paquete de ayudas para la pandemia la semana pasada. Por el contrario, dejaron sin resolver una oferta de los demócratas de 2,2 billones de dólares porque era demasiado generosa. ¿La pandemia, el desempleo masivo, y una de cada cinco empresas norteamericanas que se viene abajo? La culpa es de China, según Pence, y una oportunidad para el pueblo norteamericano de hacer heroicos sacrificios.

Los republicanos ofrecen temeridad de derechas y los demócratas moderadas mejoras: subidas de impuestos para las rentas superiores a 400.000 dólares, regulación de la extracción de gas natural, no más llaves de estrangulamiento [por parte de la policía], cobertura continuada de las condiciones médicas presistentes. Uf. Los sondeos indican que estas medidas políticas tan poco estimulantes les marcarán a los demócratas un camino hacia la victoria más liso que la frente de Pence. Mientras tanto, el espectáculo de un comandante en jefe contagiado ha convertido la farsa nacional en una orgía de verguénza y sadismo informal, por un lado, a medida que las fantasías del presidente y sus cortesanos que respiran con dificultad se vuelven “virales”, y, por otra, en una ocasión de desafiante propaganda: helicópteros, esteroides, ‘No dejes que te domine’ [frase de Trump a Biden en su debate presidencial]. Un buen lema para una nación confinada, en llamas y que tose hasta morir.

Fuente: The London Review of Books, 8 de octubre de 2020


Pensamientos y oraciones

Robert Kuttner

Comparto el deseo de Joe Biden de que Donald Trump sobreviva y se recupere. Es de más valor para esta república vivo que muerto.

Trump es hoy la prueba palpable de su propia temeridad. Las encuestas posteriores a su diagnóstico sugieren una victoria aplastante de Biden hasta un punto tal que resultará inútil tratar de convertir las elecciones en un robo.

Pese a sus palabras, lo probable es que Trump esté enfermo durante algún tiempo. La Covid parece a menudo ceder sólo para empeorar, especialmente con síntomas tan graves como los de Trump. Cuando quedan cuatro semanas hasta el día de las elecciones, deberíamos desearle una convalescencia lenta y amable.

Las alternativas son peores. En caso de que Trump necesitara ventilación asistida, su gabinete invocaría la 25ª Enmienda, certificaría que el presidente se encuentra incapacitado y nombraría a Pence presidente en ejercicio, o incluso presidente.

Podemos estar seguros de que el Fiscal General, Bill Barr, Yago de este drama, ya ha estado al teléfono, probando hipótesis. Su oportunismo no conoce límites.

La lealtad de Barr está en el proyecto trumpiano de destruir la democracia, no con Trump personalmente. Se pasaría de un salto a Pence en lo que dura un latido privado de oxígeno.

Aun así, si expirase Trump o se viera cínicamente desplazado estando en coma, Pence sería eminentemente batible. Trump tiene un carisma de fiera. Pence es un político aficionado corriente. Aceptó la candidatura a vicepresidente sólo porque estaba a punto de que le echaran de gobernador de Indiana: toda una hazaña para un republicano.

¿Tendriamos que preocuparnos por una hipótesis de Fantasma de las Navidades Pasadas, en la que Trump resurge de una experiencia cercana a la muerte como un hombre cambiado, contrito y compasivo? No hay ni una puñetera probabilidad. El narcisismo de Trump se asienta en lo profundo de su cerebro reptiliano. Al lado de Trump, Scrooge es la Madre Teresa.

Entretanto, en el [hospital] Walter Reed, Sean Conley le ha servido a Trump principalmente de asesor, y no médico, y aún menos como especialista en enfermedades víricas o pulmonología. Hasta deletreó mal uno de los medicamentos y citó erróneamente su categoría clínica.

Los médicos han recurrido a utilizar de todo en su caso, con la excepción del Clorox [una marca de lejía], de una manera que parece desafiar la práctica más recomendable. A esto se le conoce como el síndrome del VIP [el “síndrome del recomendado”].

Con la Covid, el sistema inmunitario se pone en estado frenético y ataca al resto del cuerpo. Uno de los medicamentos que se le administran a Trump, el remdesivir, estimula el sistema inmunitario. Pero también le están administrando un esteroide para deprimir cualquier respuesta inmunitaria excesiva.

El esteroide que está tomando Trump, dexametasona, provoca a veces comportamientos psicóticos (imitando o exagerando el estado normal de Trump).

Se trata de una combinación de medicamentos reservada para los casos más graves. La secuencia se ha de administrar con gran cuidado y requiere monitorizar a la persona hospitalizada a lo largo del tratamiento y con posterioridad.

Trump estará fuera de combate durante semanas. Nuestros pensamientos y oraciones deberían estar también con los médicos de Trump.

Fuente: The American Prospect, de octubre de 2020


La enfermedad de Trump y la nuestra

Eli Zaretsky

El viernes pasado [2 de octubre], Donald Trump apareció en televisión para anunciar que había contraido el coronavirus y se dirigía al hospital. ‘Quiero dar las gracias a todos por su tremendo apoyo’, afirmó Trump. ‘Creo que estoy bien, pero vamos asegurarnos de que las cosas funcionen’. Que yo recuerde, es la única ocasión durante sus cuatro años de presidencia en que le ha hablado al conjunto del país, por oposición a su ‘base’. Se trata asimismo de la única vez en que ha tratado de unir a la nación, en lugar de dividirla.

Para quienes creen que la consciencia de la propia mortalidad es moralmente inspiradora, los días transcurridos desde entonces han resultado decepcionantes. Trump y su equipo médico volvieron por sus fueros. La fecha en la que dio positivo primero siguió siendo nebulosa, suscitando la pregunta de si Trump expuso al virus a sabiendas a donantes y partidarios. Los informes de Sean Conley, médico personal del presidente, obviamente orquestados por Trump, pintaban una imagen color de rosa de su diagnóstico, mientras revelaban que había recibido un suplemento de oxígeno en dos ocasiones, y estaba siendo tratado con diversidad de medicamentos: el remdesivir antivírico, un ‘cóctel de anticuerpos’ experimental elaborado por Regeneron Pharmaceuticals, y la dexametasona de esteroide. La mayoría de los médicos comentaron que esos tratamientos, sobre todo el esteroide, índican un caso muy grave de Covid-19, pero la verdad no la conoce nadie fuera de su círculo íntimo.

El domingo, Trump hizo que el Servicio Secreto le llevara a darse una vuelta por el hospital Walter Reed hospital, poniendo en peligro a sus ayudantes, si no a sí mismo. Mientras, Conley se vio obligado a presentar unas incómodas disculpas por su falta de claridad: ‘No quería suministrar ninguna información que pudiera encaminar el curso de la enfermedad en otra dirección y que, al obrar así, se dedujera que estábamos tratando de esconder algo, lo que no era necesariamente verdad’. Estaba ‘tratando de reflejar la actitud alentadora que ha tenido el equipo, el presidente, el curso de su enfermedad’.

El episodio revela de manera dramática lo que puede ser la clave del carácter de Trump. Es un jugador, alguien que corre riesgos de un género familiar a los de una sociedad de frontera. Cuando le tocó el virus, lo rechazó con desprecio, prometiendo un rápido vuelco. Por encima de todo, se negó a llevar mascarilla, gritándoles incluso a los empleados de la Casa Blanca que las llevaban: ‘¡Quitaos esa puñetera cosa!’ Por detrás en las encuestas, trató de refundir las elecciones presidenciales a modo de elección entre un líder intrépido, enérgico, varonil que no dejaba que le asustasen unos cuantos virus, y un Joe Biden senil y rastrero, que celebraba pocos mítines, si es que tenía alguno, se escondía en su sótano e invariablemente llevaba mascarilla. ‘Yo no llevo mascarillas como hace él’, afirmó Trump durante el debate del pasado martes [29 de septiembre], haciéndole gestos a Biden. ‘Siempre que le ves, lleva mascarilla. Igual te está hablando a sesenta metros y aparece con la mascarilla más grande que yo haya visto’. Desde que dio posítivo, Trump ha redoblado su bravuconería. ‘No le tengáis miedo a la Covid’, tuiteó ayer noche, al dejar el hospital.

Los seguidores de Trump admiran este tipo de comportamiento, y lo único que desean es parecerse más a él. Idealizan el atrevimiento y la masculinidad de Trump, tal como la ven, igual que en alguna ocasión anterior – en la niñez – se idealizaron a sí mismos. Dada la infusión narcista que proporciona Trump a sus seguidores, sus faltas cuentan poco. Mientras posea las cualidades típicas de sus partidarios en lo que Freud denominó una ‘forma claramente definida y pura’ que da la impresión de ‘una mayor fuerza y de más libertad de la libido’, le siguen alegremente.

¿Y qué hay de los oponentes de Trump, demócratas, liberales y progresistas? La cobertura del New York Times, de la CNN, la MSNBC y otros venerables medios liberales se reduce a avergonzar a Trump. ‘Ya os lo dijimos’, han declarado repetidamente (y comprensiblemente). ‘Esto era inevitable, y hasta merecido’. Avergonzar constituye una forma importante y necesaria de control social en cualquier emergencia de salud pública. Avergonzamos a la gente que tose sin cubrirse la boca o que no lleva mascarilla ni se pone condón, y así ha de ser. Pero hay algo más en esto, porque el avergonzar, en particular, y la moralización de la política, han caracterizado el ingente desplazamiento hacia la política de la identidad y el neoliberalismo progresista de años recientes, y han desempeñado un papel principal a la hora de provocar la violenta reacción trumpiana.

Por encima de todo, el moralismo del Partido Demócrata y ese correr riesgos del macho trumpiano están internamente emparentados uno con otro. El juego, con su trasfondo de macho, posee un atractivo especial, si bien encubierto, para la mente evangélica o puritana. Permite a los individuos tirar por la borda la lenta, dolorosa y laboriosa carga de subordinar sus deseos al superego con una frenética tirada de dados. Corretear por ahí sin mascarilla en medio de una pandemia podría servir de inmenso alivio del incesante autoanálisis de la hipertrofiada conciencia protestante. Al final, se nos ha ido de las manos; todo lo decidirá el ‘destino’.

Esta conexión tácita entre una cultura de masas cargada de culpa, impulsada por la indentidad y una oposición machista, de riesgo, puede decirnos mucho sobre la política norteamericana. Durante la época del New Deal, una ciudadanía díscola se mantuvo unida a la comprensión de que la avidez capitalista constituía el enemigo común. A buen seguro, negros y mujeres no eran iguales plenos en la coalición del New Deal, pero eran más destacados de lo que a veces nos damos cuenta hoy. En cualquier caso, el declive y la marginación de la izquierda socialista desde los años 70 abrió la senda de la extendida moralización y psicologización que marcan hoy nuestra política.

Una serie de acontecimientos catastróficos – incluido el 11 de septiembre, la crisis económica de 2008 y el carácter profundamente decepcionante de la presidencia de Obama – condujo a la desastrosa presidencia de Trump. La última catástrofe, la pandemia de la Covid-19, ha revelado la profunda falsedad que subyace en la afirmación de Adam Smith de que los ‘individuos, sin desearlo o saberlo, y mientras persiguen su interés, están trabajando por la realización directa del interés general’. La verdad es que los individuos que persiguen su propio interés producen identidades de grupo que no poseen ningún sentido del interés general, sino que están más bien marcadas por sentimientos de opresión, de resentimiento o de ambas cosas. Sólo la confianza social y la acción colectiva, que implican no sólo coordinación democrática sino auténtico liderazgo, ofrecen la oportunidad de devolvernos al sentido del interés colectivo. En los EE.UU. se ha formado una gran coalición anti-Trump, pero sigue sin estar claro con qué fin después del 3 de noviembre.

Fuente: The London Review of Books, 6 de octubre de 2020.


El tío demente de alguno

Robert Kuttner

La [emisora de televisión] NBC se redimió, o algo así, con la moderadora Savannah Guthrie, cuyo duro interrogatorio de Trump le puso la cara colorada a otros pusilánimes como Chris Wallace [moderador del primer y único debate entre Trump y Biden.

La mejor frase de la noche, quizás del año: «Usted es el presidente. Usted no es, no sé, el tío demente de alguno que puede ir por ahí retuiteando cualquier cosa».

Pero, por supuesto, Trump es exactamente igual que el tío demente de alguno. Eso quedó floridamente a la vista en la entrevista de anoche, y Trump no se hizo ningún favor en lo que toca a los votantes indecisos.

Biden, que proyectó decencia e integridad, sigue avanzando en los sondeos. Pero, aunque Biden gane a lo grande en la noche de las elecciones, Trump y sus aliados en los estados se apoderarán de las urnas y pondrán los resultados en tela de juicio en los tribunales. Cuanto mayor sea la victoria de Biden, más gritará Trump que ha habido fraude.

Llegados a este punto, Trump tiene tres maneras de intentar darle la vuelta a las elecciones. Es probable que las use todas.

Método uno: Todas las demandas acaban finalmente en el Tribunal Supremo, que lleva a cabo una repetición de Bush versus Gore, estado por estado, básicamente declarando ganadores. Sólo habrá seis o siete entre estos que importen: Pensilvania, Florida, Carolina del Norte, Wisconsin, Michigan, Arizona, y tal vez Ohio, si Biden gana de calle. 

Si Ruth Bader Ginsburg hubiese vivido tres meses más, el presidente del Tribunal Supremo bien podría haberse alineado con los cuatro liberales de la corte y haberse negado a permitirle a Trump conseguir un segundo mandato de un golpe. Ahora, Roberts tendrá que atraerse a uno o más de los designados por Trump, ya sea Neil Gorsuch, una especie de institucionalista del Supremo, o Brett Kavanaugh, o esa pretendida página en blanco, Amy Coney Barrett. Una posibilidad remota, pero no una imposibilidad.

Método dos: Los aliados de Trump en los parlamentos de los estados revocan el resultado popular y presentan listas de electores rivales. Si los demócratas no logran darle  la vuelta a las mayorías de la Cámara en tres estados en las inminentes elecciones, la Cámara de Representantes vota presumiblemente por los electores republicanos.

Método tres: Violencia. Independientemente del resultado, habrá millones de personas protestando en las calles. La mayoría de los que se inclinan por la violencia proceden de la derecha trumpiana, aunque hay unos cuantos de la extrema izquierda que se suman al caos. Todo esto le da a Trump el pretexto para invocar la Ley de Insurrección [Insurrection Act] y llamar a los militares.

Moraleja: Trump puede seguir poniéndose en ridículo y Biden podría ganar en todos los estados indecisos el día de las elecciones; pero no podemos descansar tranquilos hasta el 20 de enero. Pero, cuanto mayor la victoria, menos probable es que se le dé la vuelta. Ya me gustaría, por supuesto, que esto fuera cosa de libros de historia sin peligro en lugar de ser algo que se desarrolla increíblemente día tras día.

Fuente: The American Prospect, 16 de octubre de 2020


Trump, recrecido

Robert Kuttner

Trump está tomando un cóctel de medicamentos entre los que se cuenta el potente esteroide dexametasona. De acuerdo con la Clínica Mayo, entre los efectos laterales de la dexametasona se cuentan la paranoia y los delirios de grandeza. La propia etiqueta de advertencia del medicamento alerta acerca de «desequilibrios psíquicos», alteraciones del estado de ánimo, insomnio y «claras señales psicóticas».

Este, por supuesto, es el estado clínico de Trump de partida. Si hay algún hombre en el planeta que no necesite medicamentos alucinantes, ese es Donald Trump.

Uno de los efectos de la dexametasona consiste en producir estallidos de energía, de euforia y una sensación de invulnerabilidad. En el día de ayer, Trump ha demostrado clínicamente que el impacto de los esteroides acrecienta su habitual demencia, su pensamiento desordenado y sus autocontradicciones de un momento al siguiente.

«He vuelto porque soy un perfecto espécimen físico y estoy extremadamente joven», declaró Trump. Pero en un video dirigido a los mayores, les hizo la confidencia de que en realidad es un viejo:

«Para mi gente preferida en el mundo, los mayores», declaró en un video. «Yo soy mayor. Ya sé que ustedes no lo saben. No lo sabe nadie. Puede que no tengan ustedes que contárselo. Pero yo soy mayor».

¿Quién lo sabía?

Trump, mostrando una paranoia de libro, puso también de vuelta y media a su gabinete, hasta al servil pelotillero del Fiscal General Bill Barr, por el insuficiente fervor de su lealtad.

¿Qué será lo siguiente? Tras regresar a la Casa Blanca, Trump salió al balcón, al estilo de Mussolini. 

El esteroide puede producir también choques emocionales. La cuestión no es si chocará Trump, sino cómo.

Fuente: The American Prospect, 9 de octubre

 

Traducción: Lucas Antón

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