"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

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A Bolívar lo tenía extremadamente arrecho la lentitud e ineficiencia (y a veces las sospechas de conspiración) del servicio de comunicaciones. Eso que Chávez llamaba “falla tectónica de la Revolución”, que era la incapacidad para comunicar las cosas que se hacían, la detectó el Libertador en plena guerra, aunque en otro ámbito quizá más delicado y peligroso: las cartas con instrucciones e informaciones llegaban tarde y a veces no llegaban. En un extremo de su enorme insatisfacción por el asunto, llegó a pensar que incluso esas comunicaciones las interceptaba el enemigo.

Justo antes del encuentro de Bolívar con Morillo y los jefes realistas en Trujillo, ocurrió algo que desbordó la paciencia del Libertador. El intercambio de correspondencia con sus oficiales era constante, y su importancia extrema. El día 8 de noviembre de 1820 recibe en la actual capital de Trujillo una carta fechada el 6 de noviembre. Es el general Pedro Briceño Méndez el encargado de comunicarle a Ambrosio Plaza, instalado en Santa Ana, las órdenes de Bolívar:

“El oficio de US. es del 6, y se ha recibido ahora [día 8] a la una de la tarde. Tan notable retardo es de un gran mal al servicio, y manda el Libertador que US. haga investigar por qué ha sido esta dilación, a fin de castigar con la última pena al delincuente”.

Ni más ni menos: pena de muerte para el responsable de la tardanza en la entrega de la carta.

Postas y postillones

El servicio de correos utilizado por los ejércitos era copia del servicio que ya se usaba siglos atrás en España: se llamaba “servicio de postas”, casas u oficinas ubicadas en cada pueblo o caserío por rutas establecidas. Los jinetes que viajaban a entregar las cartas y encomiendas eran llamados postillones. En las casas de posta se entregaban y recibían las cartas, y eran enviadas a su destino de pueblo en pueblo. Cuando Bolívar u otra persona necesitaba mandar una carta desde Barquisimeto hasta Bogotá, no hacía falta que un solo postillón se reventara llevando la carta hasta allá: había uno que iba hasta Carache, ahí otro la recogía y la adelantaba hasta Trujillo, luego otros la recibían y la llevaban por varios pueblos intermedios hasta San Cristóbal y así, hasta su destino.

En 1817 (17 de diciembre), harto por la tardanza o extravío con que llegaban las importantes comunicaciones cruciales para la guerra, le escribe Bolívar al intendente de Angostura, Fernando Peñalver:

“Para evitar el extravío y pérdida de cartas que sufre la correspondencia con la Comisión General de las Misiones del Caroní he tenido a bien decretar el establecimiento de postas conforme al proyecto que V.S. me ha presentado (…) El Señor Gobernador (…) ha recibido ya mis órdenes para llevar a efecto este útil establecimiento, y avisará a V.S. el día en que debe empezar a girar la correspondencia por este medio”.

Luego, en junio de 1820, le escribiría en este tono a Santander:

“…Si por accidente se supiese o se recibiesen noticias de alguna negociación diplomática, que se ponga alas al correo, se ofrezcan premios exorbitantes para que volando me lleguen oportunamente (…) Los correos me matan con sus dilaciones. Al fin tendré que mandar pagar los postas españoles, pues que nos sirven mejor que los de Colombia (…) Mi desesperación en esta parte sólo compite con mi indignación, por esos señores”.

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