"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

¿Se retiran los EE.UU. de Afganistán? Lo cierto es que no

Por Noam Chomsky y Vijay Prashad

 

La invasión norteamericana de Afganistán, en octubre de 2001, fue criminal. Fue criminal debido a la inmensa fuerza empleada para demoler la infraestructura física del país y desgarrar sus vínculos sociales.

El 11 de octubre de 2001, el periodista Anatol Lieven entrevistó al dirigente afgano Abdul Haq en Peshawar, Pakistán. Haq, que dirigía parte de la resistencia contra los talibán, se estaba preparando para regresar a Afganistán bajo la cobertura de los bombardeos aéreos norteamericanos. No le complacía, sin embargo, la forma en que los EE.UU. habían decidido proseguir la guerra. “La acción militar por sí misma en las actuales circunstancias sólo está haciendo más difíciles las cosas, sobre todo si esta guerra continúa durante largo tiempo y mueren muchos civiles”, le contó Abdul Haq a Lieven. La guerra continuaría durante veinte años más, y al menos 71.344 civiles perderían la vida durante este periodo.

Abdul Haq le dijo a Lieven que “lo mejor sería que los EE.UU. trabajaran en pro de una solución política que implicara a todos los grupos afganos. De no ser así, lo que habrá es un estímulo de las hondas divisiones entre diferentes grupos, respaldados por distintos países y que afectan para mal a toda la región”. Son palabras proféticas, pero Haq sabía que nadie le escuchaba. “Probablemente”, le dijo a Lieven, “los EE.UU. ya han tomado la decisión de qué hacer, y cualquier recomendación por mi parte llegará demasiado tarde”.

Después de veinte años de la increíble destrucción provocada por esta guerra, y tras inflamar la animosidad entre “todos los grupos afganos”, los EE.UU. han vuelto justo a la recomendación política de Abdul Haq: diálogo político.

Abdul Haq regresó a Afganistán y los talibán lo mataron el 26 de octubre de 2001. Sus consejos son ya cosa pasada. En septiembre de 2001, los distintos protagonistas de Afganistán –incluidos los talibán– estaban dispuestos a hablar. Lo hacían en parte porque temían que los amenazantes aviones de combate norteamericanos le abrirían las puertas del infierno a Afganistán. Hoy, 20 años después, la brecha entre los talibán y los demás se ha hecho más grande. Sencillamente, ya no hay ganas de negociar.

Guerra civil

El 14 de abril de 2021, el presidente del Parlamento de Afganistán –Mir Rahman Rahmani– advirtió que su país se encontraba al borde de la “guerra civil”. Los círculos políticos de Kabul han estado bullendo de conversaciones acerca de una guerra civil para cuando los EE.UU. se retiren el 11 de septiembre. Esta es la razón por la que el 15 de abril, durante una rueda de prensa en la embajada norteamericana en Kabul, Sharif Amiry, de TOLOnews le preguntó al secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, por la posibilidad de una guerra. Blinken contestó: “No creo que vaya en interés de nadie, por decir lo mínimo, que Afganistán se hunda en una guerra civil, en una guerra larga. Y hasta los talibán han declarado, por lo que oímos, no tener interés en ello”.

De hecho, Afganistán lleva en guerra civil desde hace medio siglo, por lo menos desde la creación de los muyahidín –entre ellos Abdul Haq– para combatir al Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (1978-1992). Esta guerra civil se vio intensificada por el apoyo norteamericano a los elementos derechistas más conservadores y extremistas, grupos que se convertirían en parte de Al Qaeda, de los talibán y otras facciones islamistas. Ni una sola vez han ofrecido los EE.UU. una senda hacia la paz durante este periodo; por el contrario, han mostrado siempre un afán en cada paso por utilizar la enormidad de la fuerza norteamericana para controlar lo que acabe sucediendo en Kabul.

¿Retirada?

Ni siquiera esta retirada, que se anunció a finales de abril de 2021 y comenzó el 1 de mayo, es tan clara como parece. “Es hora de que vuelvan a casa las tropas norteamericanas”, anunció el presidente norteamericano, Joe Biden, el 14 de abril de 2021. Ese mismo día, el Departamento de Defensa norteamericano clarificó que abandonarían Afganistán 2.500 soldados el 11 de septiembre. En un artículo del 14 de marzo, mientras tanto, el New York Times había hecho notar que los EE.UU. disponen de 3.500 soldados en Afganistán, aunque “públicamente se diga que hay en el país 2.500 soldados”. Este recuento por debajo supone oscurantismo por parte del Pentágono. Un informe del vicesecretario de Defensa para el Sostenimiento hizo notar ,además, que los EE.UU. disponen de 16.000 contratistas sobre el terreno en Afganistán. Proporcionan toda una serie de servicios, entre los que se cuenta con toda probabilidad el apoyo militar. Ninguno de estos contratistas –ni de los 1.000 soldados norteamericanos adicionales no divulgados– está previsto que se retire, y tampoco va a concluir el bombardeo aéreo –incluidos los ataques con drones– ni se pondrá punto final a las misiones de fuerzas especiales.

El 21 de abril, Blinken declaró que los EE.UU. proporcionarían casi 300 millones al gobierno afgano de Ashraf Ghani. Ghani que, como su predecesor Hamid Karzai, parece a menudo más un alcalde de Kabul que el presidente de Afganistán, se está viendo rebasado por sus rivales. Kabul hierve de rumores sobre gobiernos para después de la retirada, entre ellos el de la propuesta del líder del Hezb-e-Islami, Gulbuddin Hekmatyar, de formar un gobierno que encabezaría él y que no incluiría a los talibán. Mientras tanto, los EE.UU. han consentido en la idea de que los talibán tengan algún papel en el gobierno; ahora se está diciendo abiertamente que la administración Biden cree que los talibán “gobernarían con menos dureza” de la que emplearon entre 1996 y 2001.

Tal parece que los EE.UU. están dispuestos a permitir que los talibán regresen al poder con dos advertencias: en primer lugar, que permanezca la presencia norteamericana y, en segundo, que los principales rivales de los EE.UU. –a saber, China y Rusia– no tengan papel alguno en Kabul. En 2011, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, habló en Chennai, India, donde propuso la creación de una iniciativa de Nueva Ruta de la Seda que vinculara a Asia Central a través de Afganistán y por medio de los puertos de la India; el propósito de esta iniciativa consiste en separar a Rusia de sus lazos con Asia Central e impedir el establecimiento de la Iniciativa de la Franja y la Ruta china, que hoy discurre hasta Turquía.

No está escrito que vaya a haber estabilidad en Afganistán. En enero, Vladimir Norov, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Uzbekistán y actual secretario general de la Organización de Cooperación de Shanghai [Shanghai Cooperation Organization (SCO)], se dirigió a una webinar organizada por el Instituto de Investigación Política de Islamabad. Norov afirmó que el Daesh o ISIS ha ido moviendo a sus combatientes de Siria al norte de Afganistán. Este movimiento de combatientes extremistas resulta preocupante no sólo para Afganistán sino también para Asia Central y China. En 2020, el Washington Post reveló que los militares norteamericanos habían estado proporcionando apoyo aéreo a los talibán a medida que estos iban logrando avances contra los combatientes del ISIS. Aunque haya un acuerdo de paz con los talibán, lo desestabilizará el ISIS.

Posibilidades olvidadas

Olvidadas quedan las palabras de inquietud por las mujeres afganas, palabras que proporcionaron legitimidad a la invasión norteamericana en octubre de de 2001. Rasil Basu, funcionario de las Naciones Unidas, se desempeñó como alto asesor del gobierno afgano para el desarrollo de la mujer entre 1986 y 1988. La Constitución Afgana de 1987 otorgaba iguales derechos a las mujeres, lo que permitió a los grupos de mujeres luchar contra normas patriarcales y pugnar por la igualdad en el trabajo y en el hogar. Debido a que en la guerra había muerto gran cantidad de hombres, nos contó Basu, accedieron las mujeres a diversas ocupaciones. Se produjeron avances sustanciales en los derechos de la mujer, entre ellos el crecimiento de la tasa de alfabetización.  Todo esto ha quedado en buena medida borrado durante la guerra norteamericana en estas últimas dos décadas.

Antes incluso de que la URSS se retirase de Afganistán en 1988-89, los hombres que hoy se disputan el poder –como Gulbuddin Hekmatyar– declararon que anularían esos avances. Basu recordó las shabanamas, avisos que se difundían entre las mujeres y les advertían que obedecieran las normas patriarcales (Basu envió un artículo de opinión en el que avisaba de esta catástrofe al New York Times, al Washington Post, y a la revista (feminista) Ms., medios todos los cuales lo rechazaron).

El último jefe de gobierno comunista de Afganistán –Mohammed Nayibullah (1987-1992)– presentó una Política de Reconciliación Nacional, en la que puso los derechos de la mujer en lo más alto de su orden del día. La rechazaron los islamistas respaldados por los EE.UU. muchos de los cuales siguen hoy en puestos de autoridad.

No se han aprendido las lecciones de esta historia. Se “retirarán” los EE.UU., pero dejarán asimismo atrás sus activos para dar jaque mate a China y Rusia. Esas consideraciones geopolíticas eclipsan cualquier preocupación por el pueblo afgano.

 

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