Los resultados de las recientes elecciones en Colombia, no necesariamente van a cambiar las circunstancias de la violencia en ese país, no es un asunto de una vuelta u otra, es que estructuralmente lo que exige el pueblo colombiano es transformar los viejos trastes de la política tradicional colombiana guindada del narcotráfico, la corrupción y la represión.
Si el año 2021, tras lo que el historiador Medófilo Medina llamó «estallido social» con el levantamiento de 600 ciudades colombianas, un contingente múltiple y expansivo de jóvenes desempleados, marcó las líneas por donde transitó ese tren masivo hacia las elecciones de 2022, no podríamos dudar que Petro capitalizó esa iniciativa, como ocurrió efectivamente.. Pero además la respuesta brutal del gobierno de Iván Duque que desplegó una maquinaria de guerra contra las protestas y cuyos resultados colocaba al uribismo en franca desventaja, la narrativa de lo que vendría estaba descrita.
Colombia ya llegó al extremo de la violencia y al techo de la criminalidad desarrollada desde las contaminantes acciones del narcotráfico, a ello se le tiene que oponer el poderío de un pueblo organizado como lo hicieron durante el año 2021, cuando desde las barriadas de centenares de ciudades colombianas se implantó un principio de organización y de cooperación colectiva en las llamadas Primeras Líneas. A partir de esa propuesta se han diversificado las formas de organización en cada ámbito social, jóvenes, profesionales docentes, etcétera. Sin duda que ha sido la capacidad organizativa del pueblo colombiano que encuentra en sus entrañas las mejores formas para ordenarse y al parecer esa puede ser la salvación de Colombia en una segunda vuelta.
Quien intente gobernar en Colombia tendrá que considerar estas iniciativas sociales de organización y aunque la abstención fue muy alta en 2018, en tanto que el 46% de los votantes no lo hicieron. De 36.783.940 personas del padrón electoral solo votaron 19.503.704, los desafíos más allá de las elecciones es darle voz y concreción a las exigencias sociales del pueblo colombiano.
The Washington Post emitió la opinión de una mujer en la cola durante la votación el domingo pasado y esto fue lo que dijo: «Esto no comenzó hace dos años, esto comenzó hace 200 años», dijo Marta Bautista, de 59 años, quien hizo fila para votar en un barrio de clase trabajadora en Suba, en el norte de Bogotá. «Las mismas personas han estado a cargo, las mismas personas nos han estado robando».
Y precisamente hace doscientos años que el pueblo colombiano esperaba que una transformación ocurriera, el saldo histórico de una deuda social incumplida cuando los líderes militares de entonces, empezando por Santander, le dieron la espalda al Libertador, asesinaron a Sucre y traicionaron al pueblo que les creía e hicieron de sus mandatos políticos un negocio para las clases oligárquicas terratenientes en detrimento de los esclavizados, indios, afros, mujeres y pardos que se habían unido al ejército libertador. Es la misma expectativa con un empresario terrateniente como Rodolfo Hernández, poco o nada ha cambiado con estos «señores».
Ese pueblo colombiano que ha padecido la tragedia de la violencia y que ha visto pasar frente a sus casas las urnas donde sus familiares han sido trasladados a los miles de cementerios que abonan la sangre de un conflicto que encendió algunas luces desde 2016 con los Acuerdos de Paz.
La esperanza que se cambien esas urnas mortuorias por urnas electorales tiene que ver no solo con Colombia que es la víctima directa de la inserción de una industria criminal hoy en el poder como el narcotráfico, sino de toda una región continental que está afectada por ese flagelo canceroso que ha hecho metástasis en la clase política rancia colombiana.
Venezuela ha propuesto la diplomacia de paz con la doctrina bolivariana de integración, cooperación y unión de los pueblos para la resolución de las grandes diferencias sociales que tienen la distancia-temporal de más de doscientos años.
El pueblo colombiano harto de violencia, corrupción y del narcotráfico ahora tiene que poner en su cien la conciencia histórica de su andar en el tiempo tal y como Bolívar lo hizo ante la grandiosidad del monte más alto de la América Meridional cuando expresó: Llego como impulsado por el genio que me animaba y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento, tenía a mis pies los umbrales del abismo.
Es Bolívar que los vuelve a llamar para no caer de nuevo en el abismo.