Por Diego Pérez
Nos proponemos analizar la contracultura del odio virtual en un contexto político de avance de la extrema derecha a nivel local e internacional. Esto supone analizar qué es la extrema derecha y qué formas está tomando en la región, dónde encuentran las amenazas y cómo construyen el chivo expiatorio a partir de la exposición de una “religión política”1 en las redes virtuales del capitalismo de la información.
“Las palabras vendrán solas”. Con esta frase culminó su último libro Enzo Traverso, titulado Las nuevas caras de la derecha, donde analiza la crisis del modelo tardocapitalista que tiene lugar entre los atentados del 11 de setiembre de 2001, la debacle financiera de 2008 y la “crisis” de los inmigrantes que estalló en 2015. Otros trabajos marcan como punto inicial el año 1991, cuando el neoliberalismo triunfa a escala planetaria. Es en este marco donde tienen lugar la desmarginación y el auge de la(s) nueva(s) derecha(s).
Lo primero que debemos apuntar es que tenemos un problema para satisfacer nuestra obsesión por clasificar, ordenar y nombrar lo que está sucediendo. ¿Qué es esto? ¿Cómo conceptualizamos todos estos fenómenos de “derecha”? ¿Son todos iguales? ¿En torno a qué clave articulan sus discursos? ¿Cuál es el denominador común? ¿Existe? ¿Cómo crear una clasificación deductiva? ¿Conviene crear una macrocategoría para etiquetar a todos estos partidos o movimientos? ¿Deberíamos apelar a la historia de larga duración para comprender la historia actual? En definitiva, ¿es necesario categorizar en este momento o es oportuno hacerse a un lado para mirar lo que acontece?
Así como la imagen es un ejemplo que reduce y encierra algo que no es, las palabras son un intento que evidencian el campo de imposibilidades para comprender fenómenos y estados de ánimo en las vidas de las personas. Las palabras hacen que existan cosas, y podemos hacer cosas con las palabras, pero al mencionarlas nos alejan de lo mencionado porque no se desplazan en el mismo tiempo y espacio que las acciones referidas. Todas las categorizaciones inductivas que describen casos particulares son parciales y provisorias.
Debemos ser conscientes de que es prácticamente imposible establecer un programa político que haga justicia con todos los motivos de rencor que experimentan millones de individuos. Por eso es en vano categorizar un modelo que explique los múltiples fenómenos de ira política. Hay algo nuevo. Un “alto nivel de disponibilidad” al fascismo, pero este fenómeno no es aquello conocido como fascismo, nacionalsocialismo, despotismo, cesarismo, autoritarismo o totalitarismo. Este es un fascismo de naturaleza inédita, que no está regenteado por un partido autoritario sino por un estado espiritual.2
Entre 1945 y 1955 se utilizó el concepto de neofascismo para referir a los movimientos de posguerra que aún se vinculaban con los fascismos históricos de la década de 1930. Entre 1955 y 1980 se habló de populismos de derecha, y en los 80 comenzó a denominarse extrema derecha lo que en los 90 fue la derecha radical. Todas estas referencias describían situaciones políticas en un régimen de historicidad preciso. Actualmente se utilizan múltiples terminologías que intentan describir diferentes fenómenos: ultraderecha,3 posfascismo en palabras de Traverso, fascismo posmoderno,4 derecha trash en palabras de la filósofa norteamericana Wendy Brown, populismo de derecha5 o nuevas derechas según el término empleado por Pablo Stefanoni, pero ninguno cubre el amplio espectro de odio imperante.
El problema epistemológico deriva en que neofascismo, posfascismo y derechas radicales son conceptos que refieren a fenómenos distintos. Sin embargo, ambos, neofascistas y posfascistas, aparecen articulando lo que se denomina la ultraderecha.
Los neofascistas reivindican el fascismo eterno-clásico. Pueden existir neofascistas en las nuevas derechas, pero esto no quiere decir que la nueva derecha sea esencialmente neofascista.
Los posfascistas constituyen el engendro más complejo debido a que reúnen un conglomerado heterogéneo. Son conscientes del agotamiento del ciclo histórico del fascismo, que no reivindican explícitamente. Adoptan posturas seriamente autoritarias despreciando el pluralismo democrático. La perspectiva palingenésica (hombre nuevo blanco) y utópica está ausente en una atmósfera de retroutopías y la hauntologia (cancelación del “después”). Juegan a la democracia, pero tienen serios problemas con ella. Son autoritarios, el orden jerárquico es un componente esencial para la nación. Victor Orbán en Hungría es el ejemplo del estado iliberal, un estado de derecho que no es liberal sino algo así como un estado de excepción (China, Rusia o Francia con el estado de excepción). Aquí podemos encontrar a Cabildo Abierto en Uruguay, Vox en España o sectores social-identitarios6 en el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia.
En la metamorfosis que supone el fenómeno de las derechas se mezclan filosofías antinómicas. Existen partidos que se “fascistizan” temporalmente, que toman parte de la dialéctica o del estilo gestual de esa opción y la utilizan, para volver (o no) posteriormente a sus postulados políticos tradicionales. Por eso, los esfuerzos por catalogar como ultraderechistas o neofascistas a tales o cuales formaciones pueden terminar en construcciones y deconstrucciones periódicas de laberintos mal diseñados.
Esta evolución terminológica refleja un cambio en el fenómeno de las nuevas derechas y en la comunidad académica que se dedica a estudiarlo y que aún no se pone de acuerdo para encontrar un término que explique el fenómeno. ¿Será que no existe un concepto que pueda caracterizar los múltiples fenómenos de ira individual liberal? ¿Son todos antiglobalistas? ¿El nexo que une estos fenómenos es el neoliberalismo frankenstein -en palabras de Brown- en alianza con el militarismo y el dogma religioso?
Esta última tesis no se sostiene si se la contrasta con los planteos del antiglobalista ruso Aleksander Dugin, quien sostiene, citado por la filósofa española Clara Ramas San Miguel: “El populismo por el que abogo es precisamente lo opuesto: económicamente a la izquierda, unido a valores conservadores tradicionales. Estos dos aspectos han sido abandonados por los liberales […] El populismo debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la justicia social y el anticapitalismo. Es la posición de mi Cuarta Teoría Política, de mi propuesta de “populismo integral”.
¿No existe una ambigüedad en las posiciones anticapitalistas de los antiglobalistas? Las simulaciones anticapitalistas de la extrema derecha no son más que un gesto retórico que intenta atraer a las masas decepcionadas por las políticas del capitalismo keynesianista y neoliberal.
Hay otro elemento que emparenta este fenómeno que tiene que ver con el colaboracionismo internacionalista. Sostiene Ramas San Miguel: “Dicho campo forma un bloque, si no coordinado, al menos con clara afinidad interna a nivel internacional, compartiendo agenda, proyectos, referentes intelectuales, mediadores e, incluso, cuando se le permite, financiación: forman lo que se ha llamado una “Internacional Reaccionaria”.
En 2019 se realizó una investigación expuesta en una pieza mural en el marco del proyecto CasaMario en el Subte, con base en la obra de los artistas argentinos Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, titulada Diarios del odio (2009-2014). Significó una recolección de comentarios odiantes a las noticias publicadas en los sitios web y perfiles de las redes de prensa nacional de mayor alcance en torno a acontecimientos sociales y políticos de relevancia como la Ley Integral para Personas Trans, género, seguridad e inmigración.
Las palabras expresadas dejaban ver asociaciones asombrosas, yuxtaposiciones delirantes y despropósitos ingeniosos que permitían pensar cómo se reproducen los mensajes de odio desde sí mismos y no desde un movimiento discursivo, a través de qué artefactos comunicativos se implantan, qué consecuencias genera esta práctica odiante en línea en las narrativas sociales, qué impacto tiene a nivel local el fenómeno denominado giro vulgar que están tomando las nuevas derechas y cómo captan las ideas en eclosión, trabajan sobre los márgenes y minan la democracia desde abajo, además de reflexionar sobre quiénes son estos sujetos que alimentan la contracultura hater operando detrás de la pantalla.
Fuente: Portal Alba