"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Pandemia final

El infinito. En circunstancias triviales se anuncia el infinito. No puedo encontrar en la biblioteca el libro que necesito. Hace un momento dejé la pluma en un sitio que no recuerdo. No me viene a la cabeza el nombre de alguna damita memorable. Para nada encuentro el papel con el secreto del universo, que apunté antenoche. En lugar de esas cosas he hallado el infinito. Cuando lo poseamos todo, nada tendremos, por ilocalizable. Esto es el infinito: su tamaño es el de la propia nulidad.

Encerrados. En la prisión del Yo de la que no hay escape. Ignorando si los fantoches de carne que ante nosotros se alzan abrigan asimismo la chispa del Ser, y mucho menos cómo es ésta. Apenas sospechando la presencia de la llamarada cuando algún fulgor ajeno nos supera y por tanto aniquila.

El mundo de los embelesados. Cada quien perfecciona un arte, alejándose de la vida a medida que lo afina en contrapuestas direcciones, perdiéndose en mundos sin relación los unos con los otros y con el mundo mismo, intento de liberarse de la blasfemia de la razón.

Han creado trampas sensoriales que los distancian del mundo real y los primeros en caer en ellas son los creadores que las sueñan.

En el camino se los va encontrando capturados en trampas sensoriales sublimes: vibraciones visuales acústicas u olfativas tan sugerentes y armónicas que una vez percibidas es imposible dejarlas: el mero imaginarlas puede perdernos: como moscas en una tira de papel pegajoso se arraciman los embelesados: quizá no importe que queden así: a lo mejor se los conserva sólo para investigar una función de sus tejidos o sus nervios mientras el éxtasis los paraliza.

Sólo el soñador perfecto sueña la perfecta trampa que los hará caer a todos en el embeleso.

Oh benditos los antiguos creadores a quienes la muerte permitió escapar de sus sueños, más elaborados y perfectos, intensificados hasta la insoportabilidad. Inagotable proliferación de gestos y de formas. Desdichado de quien dé el primer paso en este laberinto. Monstruosas caricaturas de sí mismos, para los embelesados no hay redención.

A lo mejor ya estamos atrapados y soñamos que la fuga continúa.

Sector. Un sector donde todas las superficies y criaturas son espejos y nada ni nadie es él mismo, sino reflejo de un reflejo.
Ideas corporizadas. Así como en los tiempos finales se tendió a reducir las obras corporizadas a series de dígitos, después del cataclismo el Nuevo Poder expande en masas tridimensionales las ideas. Tras agotarse trasponiendo ciclópeas ruinas de formas geométricas, descubre el caminante que se trata de un hilo de razonamientos traducido en masas sólidas. Todo lo racional es real, pero no todo lo real es racional. Se permite a cualquier monstruosidad florecer con la esperanza de explicarla lógicamente. Una vez explicado, podrá ser clausurado el mundo. Al final se llegará al fin, lo único que no tiene fin.

Deuda. Quién recuerda el momento en que la Deuda Pública Global progresó del 100 al 150, al mil por ciento anual del Producto Interno Bruto del Mundo, momento en el cual por cuanto lo que se debía superaba lo que se producía, para satisfacer la deuda todos los gobiernos debieron contraer más deuda todavía, pues un factor de la aceleración consiste en que hay que endeudarse para poder pagar los vencimientos de la Deuda, la cual termina multiplicándose en progresión geométrica mientras que la producción crece sólo en progresión aritmética. Así vivimos sólo para pagar los intereses y los intereses sobre los intereses de una Deuda que con cada pago crece, sin que sepamos ni a quién debemos ni quienes son los dueños de todo lo que creamos y todo lo que producimos que se nos va en cancelar el saldo que con cada pago crece sin que sepamos por fin quién o qué nos posee a quién y por qué se debe.

Algoritmos. Extraño parecer podría, pero nunca ha ido más exaltada la democracia desde que controlan nuestra vida los algoritmos de las finanzas. Determinan ellos qué destrezas son todavía transitoriamente necesarias para mantener el mundo dominado por los algoritmos. Secciones enteras del mundo desaparecen, pero no nos enteramos. Los algoritmos nos permiten elegir los jueces que nos condenarán como superfluos. Nos permiten asimismo elegir los administradores de los campos de exterminio. Una vez sentenciados, nos autorizan a escoger nuestros verdugos. Lo que no podemos nunca elegir son los algoritmos.

Pandemia final. Mira en medio de la plaza solitaria al hombre que delira sin alivio de aplauso ni esperanza de cura.
Afirma que el morbo mortal nos ha contagiado a todos sin paliativo posible ni vacuna a la vista.
El único pan que la humanidad comparte es el de la comunidad de los síntomas de pérdida de fuerzas, debilidad en el raciocinio y fuga de recuerdos.

Atención al dolor en los huesos, el vértigo, la vista que se nubla.

Anonadados por la enfermedad nos vemos en espejos o charcos sin reconocemos.

Miles de cosas empiezan a desvencijarse, se manifiestan todos los síntomas de todo, la enfermedad sigue su curso sin más mejoría que el engaño ni más tratamiento que el aceptarla.

Las terapias son cosméticas y ninguna insinúa la menor sombra de esperanza.

Nadie está sano, apenas avanzamos en grados diferentes del morbo hasta que el intento de revertirlo empeora sin falla.

Desde el comienzo del tiempo ha faltado el remedio que nos cure del tiempo.

Seremos cada vez más profundamente ridículos, más ajados, más incoherentes, más viejos.

Fake news. Lo que se ha logrado con la denuncia de las Fake News. Al poco tiempo adviertes que las mejores noticias son falsas. Alguien las preparó para engañarte sin lograr otra cosa que complacerte. Con mecanismos de espionaje o de Big Data descubren certeramente tus terrores y gustos. Sólo recibes noticias fraudulentas, no importa en cuál bando estés porque las agencias noticiosas las ajustan minuciosamente a tus caprichos. Han dejado de mandar los gobernantes que odias y en el firmamento apenas destellan las estrellas que amas. El cambio no se limita a las noticias: ahora todas las cosas son falsas. Es mucho más confortable el mundo así, sin preocuparte de si el universo real perdura o ya se ha extinguido.

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