Se requiere ser un gato político- electoral, por lo de las siete vidas, para sobrevivir una campaña presidencial como la que acaba de salir, no solo vivo sino además triunfante, el comandante Hugo Chávez Frías. Ningún candidato en los últimos 40 años había sido sometido al masivo y feroz bombardeo que soportó el presidente electo. Los comunicólogos están perplejos. Los politólogos extraviados. Los financistas de la guerra de exterminio en estado catatónico.
Luego de la ardua travesía bajo todos los fuegos, el líder de 4f ha de estar pensando que una campaña electoral resulta más agotadora que una militar. Lo atacaron con plomo de imprenta megabytes, ondas hertzianas, todo el espectro audiovisual, artillería satelital, correo electrónico, en fin, una guerra mediática que empleó desde el decimonónico panfleto hasta la más avanzada tecnología de punta.
Con tenacidad de topos, sed de murciélago y voracidad de roedores hurgaron en su vida profesional y privada. Sesudos articulistas le daban ropaje académico al golpe bajo. El palangre bailó sobre el código de ética de los periodistas. La televisión con honrosas excepciones compela a persignarse o taparse la nariz. Ya tendrán tiempo los comunicólogos y politólogos de cubículos acorchados y mucho café para explicarse la capacidad de sobrevivencia mediática de alguien que, a campo abierto, es bombardeado por aire y tierra y ni siquiera dobla las rodillas.
Todo eso quedó atrás. El gato político electoral saltó tranquilo y se montó no en la batea, sino en el propio tejado. El pueblo fue impermeable al incesante bombardeo de saturación.
Los rumores le resbalaron y el miedo no caló en su voluntad. Atolondrados, los financistas de la vasta cuán inútil guerra todavía se están preguntando “¿quién ganó? ¿quién ganó?”. Los más realistas ante la avalancha electoral de 3,600,000 votos se limitan a decir que hubo un pequeño error de cálculo.
Este cronista que con sus escritos puso su granito arena, o mejor, su granito de letra en la victoria popular de Hugo Chávez Frías, alcanzando el objetivo que un “por ahora” dejó en suspenso un 4 de febrero, pone fin a sus cuartillas sobre la persona del triunfador. Empecé a apoyar su causa y la de sus compañeros de rebelión por los duros días de la prisión en Yare. Desde aquel artículo titulado en 1992 “Si Chávez fuera filósofo” pasando por el “Manual para antichavistas” publicado en el periódico “Letras” sólo asumí por la calle del medio el compromiso que como intelectual me corresponde. Me siento satisfecho, o más sinceramente, muy contento.
Después que Chávez cruzó lo que él llama el desierto, mis crónicas no hacen falta. Ahora al Presidente electo le sobra quien le escriba. Con feliz sonrisa he leído en pocos días artículos en que le descubren virtudes inéditas, declaraciones que se sonrojarían a cualquiera, extensos remitidos cuyo costo millonario tanta falta hizo en la difícil campaña electoral, cartas que añoraría el coronel de García Márquez o el despechado por Linda, Daniel Santos; telegramas urgentes cuya urgencia la precipitó el primer boletín del CNE, cartas abiertas que hasta la mañana del 6 de diciembre estuvieron herméticas y sin destinatario por si era otro el ganador (gente precavida). A esta hora, la adulancia hizo metástasis y toda quimioterapia es inútil.
Pero más que por todo lo anterior, mis crónicas sobre el comandante Chávez cesan porque hoy un objetivo mayor e impostergable las reclama y exige: la Asamblea Constituyente, un clamor del pueblo y del país. Como ya el gatopardismo se mueve para mediatizarla y frustrarla, hacia allá apuntarán mis letras y mi pluma.
Comienza otra batalla, como advierte el oráculo que nos cita el Presidente, y ya Luis Herrera Campns anunció la formación de lo que él llama una “fuerza democrática respetable” no sé para qué cosa. Tutankamón no ASUME ni se acostumbra a sus mortajas.
FUENTE; El Nacional, martes 15 de diciembre de 1999, Página A/5