Edmundo González Urrutia, perdedor de las elecciones en Venezuela, aterriza en España en una operación conjunta entre el Gobierno de Pedro Sánchez (dudo de que haya informado a sus socios), las autoridades venezolanas y, por supuesto, el Departamento de Estado norteamericano, que son los que mandan en la oposición venezolana. República Dominicana, como pasa en tantos sitios a tiro de piedra de los EE.UU., ha sido simplemente un anfitrión que hace las preguntas justas y entrega un avión si se lo reclaman o permite una gestión si se le requiere.
La solución es buena para los que han participado en el asunto. Venezuela se evita las presiones internacionales que se le aplican por el terrible delito de ley (es de los pocos países del mundo donde se le cuestiona aplicar las leyes que sí aplican los países que le presionan); EE.UU. se quita un obstáculo de encima para no repetir la farsa que hizo en su día con Juan Guaidó, enfadado como anda porque María Corina Machado y Edmundo González no hayan sido capaces de ganar las elecciones pese a toda la ayuda recibida; el propio González va a estar mejor en Madrid que en una celda convertido en un mártir de la democracia venezolana (seguro que lo ha estado evaluando); el Gobierno de Sánchez echa una mano para poder seguir compensando los errores del pasado (y seguir ayudando a las empresas que quieren hacer negocios con Venezuela); y la derecha española se queda, como siempre, dando patadas en el suelo porque ni pincha ni corta nada en esta historia.
Edmundo González se suma así a esa pléyade de dirigentes de derecha y extrema derecha que encuentran acogedor acomodo en el Madrid de Isabel Díaz Ayuso y en la España de Mariano Rajoy o Pedro Sánchez. Gente que en sus países estarían con probabilidad en la cárcel por ladrones o, cuando menos procesados por haber abusado de sus cargos y hecho trampas, se dan una gran vida en la ‘Little Caracas’ de Madrid o en la cercanía de las catedrales mexicanas del ocio. Leopoldo López, Antonio Ledezma, Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Carlos Salinas de Gortari… También ayer fueron bien recibidos Pinochet, Videla, Stroessner… España debiera vengarse y mandar de gira permanente por la región a Miguel Bosé y a Taburete.
Venezuela es un «cisne negro» después del «fin de la historia» anunciado por Francis Fukuyama tras la disolución de la Unión Soviética. El país caribeño saltó a las portadas del mundo porque su nuevo presidente, Hugo Chávez, decidió retomar las banderas del socialismo, de la soberanía nacional, de un precio justo del petróleo y de una nueva geopolítica donde China y Rusia tenían cabida en el continente latinoamericano. Todos delitos para los EE.UU. Desde que ganó Chávez en 1998 no han dejado de intentar tumbar a los gobiernos venezolanos. A la muerte de Chávez redoblaron los intentos, con sanciones y bloqueos incluidos. No han sido capaces y Nicolás Maduro les ha ganado unas elecciones que podía perfectamente no haber convocado por la situación de bloqueo económico. Pero igual que EE.UU. ha perdido todas las guerras en las que se ha metido últimamente -Afganistán, Libia, Siria, Yemen…-, también ha perdido la batalla venezolana.
El problema es que la política venezolana no es política exterior ni en España ni en Brasil ni en Colombia ni en Chile. Es política interior y la derecha usa a Venezuela como el ariete para cuestionar cualquier política de izquierda. Desde España creemos que el país arde, pero la normalidad allí es la pauta. Había más gente en la plaza de Colón para insultar al Gobierno de Sánchez usando a Venezuela que en las convocatorias de María Corina Machado en Caracas. Allí es caldo recocido. Como el aparato mediático global que ha construido el «artefacto demonizado Venezuela» es brutal, intentar argumentar es una pelea perdida. Es como querer explicarle nada al lelo votante de Milei que cuestiona la “dictadura brasileña” pero va a comprar allí los alimentos porque en Argentina no le alcanza.
Cuando las derechas argumentan con Venezuela hay que mandarles directamente a donde les mandó el cantautor español fallecido José Antonio Labordeta. Esas derechas son defensoras de dictaduras (hasta Felipe González, tan atento a los intereses económicos de sus amigos en la región, dijo que la dictadura venezolana era peor que la de Pinochet). Lo que pasa en cualquier otro lugar del mundo, como Gaza, les importa precisamente eso, una mierda, porque lo único que buscan es enlodazar el debate, no encontrar soluciones a los desafíos que enfrenta el mundo. Decía Bakunin en el siglo XIX que, si te argumentaban con Dios, te querían engañar. Si te argumentan hoy con Venezuela, es porque quieren engañarte.
El neoliberal mandatario de España, Pedro Sánchez, quien se enmascara como «progresista».
Por eso no resiste la mínima comparación jurídica el comportamiento del Reino de España con el independentismo catalán y con el vasco, y sus posiciones con la Venezuela de Nicolás Maduro. En España, José María Aznar hizo que la kale borroka, que nunca costó muertos -a diferencia de las guarimbas organizadas por la oposición en Venezuela- fuera penada como delito de terrorismo. En cambio, la justicia venezolana no puede perseguir a esos delincuentes que son, como los muyaidines antes del 11S, «guerreros de la libertad».
En España, a los independentistas catalanes que quisieron poner urnas y declararon la «desconexión» se les ha perseguido, juzgado y encarcelado, y a los políticos venezolanos que desconocen el resultado electoral y llaman a la violencia, hay que dejarlos en paz pese a sus destrozos e, incluso, sus asesinatos. (Hay que recordar a la diputada del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, celebrando las bombas incendiarias en Caracas que prendieron fuego a personas vivas).
En España se puede proscribir Russia Today, Sputnik y cuanta organización quiera inmiscuirse en las elecciones, y en Venezuela tienen que tolerar toda aquella organización o medio pagado por EE.UU. que quiera influir en sus comicios.
En Venezuela están creciendo al 10 % y acaban de firmar la entrada en los BRICS. Tienen las reservas de petróleo registradas más grandes del mundo -ese es el principal problema de Venezuela- y han empezado a regresar decenas de miles de los millones que tuvieron que irse del país por culpa de las sanciones y el bloqueo. Venezuela claro que no es Suiza, pero España tampoco lo es. Hemos tenido cinco años el Consejo General del Poder Judicial fuera de la Constitución. ¿Quiénes somos los españoles para dar lecciones? ¿Lo son los EE.UU. que impiden sancionar el genocidio en Palestina? ¿Lo es la derecha española que cubre las espaldas de dictadores por todo el mundo?
Déjenles en paz para que recuperen su normalidad. Dejen de fomentar golpes de Estado en Venezuela. Respeten sus instituciones, con sus debilidades, igual que toleramos las de otros lados y peleemos para que mejoren en todo el mundo (¿o nos hemos olvidado del Tribunal Supremo de EE.UU. o los García-Castellón de España?).
Edmundo González en Madrid aleja el peligro de guerra civil que ha estado buscando María Corina Machado como posibilidad de hacerse con los mandos de la oposición. Y ese el principal logro de las últimas elecciones en Venezuela: alejar el peligro de una guerra civil. Aunque Cayetana Álvarez de Toledo, José María Aznar, Isabel Díaz Ayuso, Santiago Abascal y Alberto Núñez Feijóo hayan perdido, una vez más, una de sus principales bazas electorales.
Fuente CRONICÓN