Pudiéramos parafrasear a Marcelo cuando le dice a Hamlet que “algo huele mal en Dinamarca” por algo como “todo huele mal en el jardín”, y así resumir considerablemente el análisis sobre su devenir histórico y su realidad actual. Sin embargo, consideramos necesario hacer todo lo contrario y analizar su accionar y los diversos aspectos de su realidad.
En esta oportunidad nos enfocaremos en el tema electoral y pondremos atención en algunos procesos electorales y judiciales que se han desarrollado durante el último año en Europa.
Pero antes recordaremos como han pretendido, desde su colonialismo trasnochado y absurdo supremacismo, supervisar y ser jueces de los procesos electorales de los países que siguen considerando subdesarrollados o del tercer mundo. Han apoyado o rechazado resultados dependiendo de cuanto sirven a sus intereses, no han dudado en derrocar o tratar de derrocar gobiernos opuestos a sus designios, han desconocido gobiernos legítimamente electos, e incluso han llegado al extremo de pretender imponer títeres no electos, como por ejemplo, en el caso venezolano en 2019 y en 2024, todo esto desconociendo a los pueblos y su derecho a la autodeterminación.
Pareciera que pretenden aplicar una de las grandiosas normas de su “mundo basado en reglas”, que establece, muy democráticamente, que las elecciones son buenas cuando ganan sus candidatos y son inaceptables cuando pierden, con una nueva variante, que ya no es una política exclusiva para la jungla, que ahora es cada vez más necesario aplicarla también en el mal oliente jardín.
Revisemos ahora los casos de las elecciones en Rumanía, Moldavia y Georgia, la desestabilización de Servia y Eslovaquia y la inhabilitación política en Francia de una potencial candidata presidencial.
El actual proceso electoral presidencial de Rumanía pudiera declararse monumento europeo a la democracia “basada en reglas”. Como sabemos en noviembre de 2024 el candidato ultra nacionalista Calin Georgescu, crítico a las políticas de Bruselas, ganó con un margen importante la primera vuelta de las elecciones, pero fue despojado del triunfo por el Tribunal Constitucional de Rumanía, debido a sospechas de injerencia rusa, las cuales nunca pudieron ser comprobadas, lo cual generó una gran crisis política interna, con protestas y movilizaciones, que solo lograron la dimisión del presidente en funciones para el momento, Klaus Iohannis, sin lograr revertir el fallo del Tribunal.
La mayoría gobernante convocó a los rumanos a acudir, el próximo 4 de mayo de 2025, a las urnas para una nueva primera ronda de las elecciones presidenciales. Después de los sucesos de finales del 2024, Georgescu se presentaba ahora con más fuerza aun, con la seria posibilidad de ganar las elecciones en la primera vuelta. Sin embargo, la coalición gobernante pro occidental, apoyada por Bruselas, emprendió una fuerte campaña mediática contra el candidato “euroescéptico”, incluso por la vía de acusaciones infundadas, y logra que le inhabiliten políticamente, impidiéndole participar en las venideras elecciones, cercenando por segunda vez consecutiva los derechos democráticos del pueblo rumano y estableciendo un vergonzoso referente para la democracia occidental en general y para la “casta” democracia de la Unión Europea (UE) en particular.
El caso de las elecciones en Moldavia es otra muestra de lo mal que se encuentra occidente en el tema de la democracia burguesa, uno de sus supuestos pilares.
La presidenta y candidata a la reelección Maia Sandu, ficha de los globalistas pro occidentales, tenía altas probabilidades de perder las elecciones. Así, el gobierno y su institucionalidad hicieron todo lo legal e ilegal que fue necesario para asegurar su permanencia en el poder: Inhabilitaron y persiguieron líderes de la oposición, a los que pretendieron satanizar por ser prorrusos; e impidieron la votación de los migrantes moldavos en Rusia, cerca del 20 % de población moldava, mientras estimulaban y facilitaban su votación en occidente, todo con el apoyo y beneplácito de Bruselas, Londres y Washington, demostrando la facilidad con que pueden manipular la democracia en función de sus intereses.
Cuando en la periferia europea llega democráticamente al gobierno un partido o líder que no representa los intereses occidentales, activan de inmediato a sus embajadas y organizaciones no gubernamentales para desestabilizarlo y derrocarlo lo antes posible. Lo hicieron en Ucrania en 2004 y lo repitieron en 2014, en Kirguistán en 2004, en Georgia en 2003 y lo están intentando realizar de nuevo actualmente. También lo están tratando de hacer en Serbia y Eslovaquia, miembro de la UE, donde en las últimas semanas se han sucedido grandes movilizaciones, financiadas y auspiciadas desde los centros de poder, con el fin de forzar cambios de gobierno, no democráticos.
Siguiendo la línea encontramos la reciente sentencia dictada contra Marine Le Pen, lider y candidata de la extrema derecha francesa, la cual le impuso cuatro años de prisión, cinco de inhabilitación política y una multa por cien mil euros, lo cual muy probablemente impida su candidatura en las próximas elecciones presidenciales francesas en 2027, debido a que su apelación pudiera demorar años en ser procesada. Otra piedra eliminada en la ruta establecida por Bruselas.
En los últimos setenta y cinco años el Occidente Colectivo ha demostrado repetidamente su desprecio por el voto de los pueblos, por la democracia verdadera, al socavar, desestabilizar y, en muchos casos, derrocar gobiernos legítimamente electos, por ejemplo en Irán, Indonesia, Congo, Chile, Argentina, Venezuela, Nicaragua y muchos otros, todos ellos pertenecientes a la jungla.
Ahora vemos como la UE también reprime ferozmente y de manera ilegal las visiones políticas alternativas dentro de la propia Europa. Fraude electoral, lawfare, revoluciones de colores e intento de magnicidio son algunas de las herramientas utilizadas en el mal oliente (volviendo a Hamlet) jardín europeo. Los liberales, otanistas se organizan desde Bruselas en contra de cualquiera que se oponga al “orden” establecido, sin importar la soberanía de los Estados y sus pueblos.
Esperamos que esta confrontación a lo interno del Occidente Colectivo, entre la derecha “progresista” y la extrema derecha, termine demostrándole a los pueblos que ambos bandos trabajan para las élites corporativas, para las monarquías, para un sistema plutocrático, no democrático, cuyo objetivo es lograr la máxima acumulación de capital en las grandes corporaciones en detrimento de los ciudadanos. Esto hace necesario que surjan o resurjan propuestas que logren una distribución más justa y equitativa de la riqueza generada por el trabajo de todos y todas, que surjan o resurjan lideres y agrupaciones políticas que estén a la altura de sus pueblos y del nuevo mundo multipolar que ha nacido y lucha por desarrollarse y crecer para el bien de toda la humanidad.