Por Eduardo García Granado
Desde el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, Estados Unidos ha presionado intensamente a Venezuela en el marco de su disputa con Guyana por el Esequibo. Mayo del 2025 podría ser un mes clave que conduzca a una crisis sin precedentes impulsada por Washington
El río Esequibo es el más largo de Guyana, y el más largo entre el Orinoco y el Amazonas.
Estados Unidos está buscando un “repliegue americano” desde que Donald Trump retomó el control de la Casa Blanca. No es casual. En el escenario general de la disputa contra China, y consciente de la complejidad de cualquier confrontación que se dé en la región del Asia-Pacífico, el imperialismo norteamericano realmente existente habría podido decidir un giro táctico en pos de consolidar su dominio en América. En este sentido, la elección de Marco Rubio, un halcón ultraderechista enfocado en América Latina, como secretario de Estado, daba buena cuenta de la decisión del magnate.
Para ejecutar este “repliegue”, Washington parece haber perfilado una estrategia de polarización. Trump se diferencia de anteriores administraciones norteamericanas, que se relacionaban con la región desde un enfoque de “injerencismo pragmático”. Durante años, Estados Unidos buscó definir a los gobiernos de América Latina como parte de un continuum que iba desde “fieles aliados” hasta “Estados hostiles”, pero con una amplia gama de grises en el medio.
La violencia y las amenazas explícitas contra la soberanía en el continente vuelven a estar encima de la mesa
De esta forma, presionaba a los gobiernos “díscolos”, favorecía a sus “aliados” y trataba de seducir al resto ⎻la gran mayoría, por cierto⎻. Por supuesto, ser “aliado” de Estados Unidos no ponía a los países en pie de igualdad con el hegemón del norte. La derecha colombiana, peruana o panameña no fue nunca un “igual” de los gobiernos (demócratas y republicanos) en Washington; apenas jugaban, en cambio, el rol de empleados locales.
Guyana, la ventana de “oportunidad” para Trump
La victoria de Trump en noviembre de 2024 alteró esta dinámica histórica. En el nuevo marco imperial de Estados Unidos en América Latina, el antaño ancho “carril del medio” se ha reducido considerablemente, por lo que gobiernos como el mexicano pasan a estar bajo amenaza. Pero, además, la violencia y las amenazas explícitas contra la soberanía en el continente vuelven a estar encima de la mesa, como atestiguan Canadá, Panamá e, incluso, Groenlandia. A su vez, actores “hostiles” como Venezuela encaran amenazas mucho más severas que, en algunos casos, son abiertamente bélicas.
Rubio es un ultra que, como senador por Florida, ha dejado incontables muestras de su odio visceral contra las izquierdas latinoamericanas. Ello, sumado al giro sistémico del imperialismo estadounidense en la era Trump 2.0. y al “repliegue americano”, abre verdaderamente una ventana de oportunidad para que Estados Unidos agreda de manera directa a Venezuela. Y, ciertamente, puede haber encontrado la fecha para desatar esta crisis: 25 de mayo de 2025, fecha de las elecciones regionales y municipales en Venezuela.
El imperialismo norteamericano habría podido decidir un giro táctico en pos de consolidar su dominio en América
En estos comicios, el gobierno venezolano de Nicolás Maduro ha reiterado que será elegido un gobernador del territorio de la Guayana Esequiba, la franja de territorio que los Estados venezolano y guyanés reclaman simultáneamente como propio. Desde que se intensificó la penetración económica y política estadounidense en Guyana, Venezuela ha acelerado su reclamo soberano sobre el Esequibo. Washington, por su parte, que concentra en Guyana notables intereses extractivistas y geoestratégicos, estaría dispuesto a usar la crisis venezolano-guyanesa como un pretexto para la desestabilización y, eventualmente, la guerra en Venezuela.
El territorio en disputa constituye más de la mitad del suelo que, actualmente, controla efectivamente las autoridades guyanesas. Durante décadas, los gobiernos venezolano y guyanés habían sido capaces de gestionar diplomáticamente la cuestión del Esequibo, si bien no sin cierta tensión. La entrada de Estados Unidos durante el gobierno de Joe Biden desestabilizó ampliamente las relaciones venezolano-guyanesas y puso en jaque buena parte de los acuerdos que habían regido la frágil calma en el territorio. Hoy, con una administración norteamericana que busca activamente generar un conflicto con Caracas, Guyana se torna un activo absolutamente esencial.
Venezuela modificó su mapa oficial a fines de 2023, tras el referéndum en el que la postura del gobierno de Nicolás Maduro se vio refrendada. Ello, sumado al hecho de la voluntad de Caracas de elegir un gobernador de la región ⎻hecho que, indudablemente, constituiría un hito en la crisis y generaría gran rechazo en el gobierno del presidente guyanés Irfaan Ali⎻ ha servido como justificación interna para el gobierno de Biden, antes, y para el de Trump, hoy, para poner el Esequibo en el foco de su política imperial en América Latina.
La narrativa de la guerra
De hecho, Marco Rubio ya está sentando la narrativa para un hipotético conflicto armado en el Esequibo. “Sería un día muy malo para el régimen venezolano”, ha advertido Rubio, en el caso de que Venezuela cargue contra los intereses de la petrolera norteamericana ExxonMobil, principal beneficiaria del impulso extractivista de Estados Unidos en Guyana. “Tenemos una Armada grande [y] compromisos vigentes con Guyana”, ha alertado. El contexto de esta escalada no es casual: desde el inicio de su segundo mandato, Donald Trump ha tensado en mayor medida las relaciones con Venezuela, presionando al país atacando su sector petrolero y usando las variables del crimen organizado y las migraciones como arma arrojadiza que justifique la narrativa del “demonio” venezolano.
Conociendo el modus operandi de los jefes de la política exterior trumpista, es evidente que Washington busca dibujar a Nicolás Maduro y al gobierno de Venezuela como uno de los grandes “hechos malditos” de la política internacional. De esta forma, llegado el momento, podrá desplegar una nueva campaña de propaganda para justificar eventuales agresiones contra la soberanía venezolana en el marco de una estrategia general de injerencia en América Latina con la que busca acorralar a los gobiernos “hostiles”. En cierta medida, recuerda al relato contra Irán con el que Trump ha intentado favorecer la aceptabilidad de sus brutales ataques en Yemen.
Yván Gil, ministro de Exteriores de Venezuela, ha criticado no solo la agresividad estadounidense sino, además, la posición de Guyana en este conflicto, catalogando al presidente Ali como el “Zelenski del Caribe”. Lo cierto es que la presencia de intereses estadounidenses en Guyana constituyen, por sí mismos, una amenaza para Venezuela, considerándose la agresividad que Washington, y muy en particular Donald Trump, han empleado contra los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Estados Unidos sigue inmerso en una senda campaña de agresiones contra la economía venezolana y no ha cerrado la puerta a un eventual conflicto armado contra el gobierno bolivariano.
En 2019, cuando Trump amenazó con una invasión a través de Colombia, varios potenciales puentes entre ambos Estados se rompieron. Caracas entiende que debe hacer valer sus intereses y su posición de fuerza frente a un Estados Unidos que ha puesto en duda la integridad territorial y la soberanía política del país en numerosas ocasiones. En el contexto actual, Colombia no es una opción para Estados Unidos, pero Guyana se presenta como un aliado fiable y servil, y el Esequibo como un escenario favorable para una nueva agresión contra Venezuela.
Fuente Diario Red
01/04/25