La preocupación se palpaba en la asamblea del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que terminó este domingo en Washington ante lo que algunos economistas consideran un gradual estancamiento de la economía mundial –ya se suma China a la desaceleración; su crecimiento ha bajado del 9% al 6% en los últimos cinco años y no hay indicios de que Pekín pueda frenar la ralentización–.
Además, con tipos de interés cero o negativos y niveles record de endeudamiento (la deuda privada y pública iguala ya al 221% del PIB mundial), se agotan las herramientas monetarias y fiscales para prevenir una recesión y, tal vez, una segunda crisis financiera. Crece también la zozobra por las consecuencias políticas de esta impotencia macroeconómica.
Mervyn King, el exgobernador del Banco de Inglaterra se sumó a las alertas sobre el futuro en un lúgubre discurso pronunciado en el cierre de la asamblea. “El mundo se ha puesto al revés; ya es un lugar turbulento”, dijo. “La economía está atrapada en una trampa de bajo crecimiento (…) estamos caminando dormidos hacia una crisis financiera”, anunció ante un público de hombres trajeados con cara de póquer. King insiste en los temores acerca de un estancamiento estructural provocado por una falta de demanda en la economía mundial que Larry Summers, el exsecretario del Tesoro de Bill Clinton y asesor económico de Barack Obama, viene resaltando desde hace dos o tres años. King acaba de escribir, junto con John Kay, el libro Radical uncertainty, un concepto de John Maynard Keynes que plantea que los modelos de previsión son de uso muy limitado en un mundo complejo e imprevisible.
Esta inquietud coincide con una preocupación, también palpable en la cumbre del FMI y el G20, respecto a la turbulencia política, manifestada en el auge de partidos que el FMI suele calificar como populistas e inward looking (nacionalista tal vez sería la traducción más amena) y rebeliones nacionalistas como el brexit. Se han comentado también las manifestaciones violentas y los disturbios que se producen en diversas ciudades desde Santiago de Chile y Quito a París y Barcelona, algunas de las cuales han sido la respuesta a las políticas del FMI.
Aunque cada disturbio en las calles de ciudades de países ricos y pobres tiene raíces distintas, todo puede estar relacionado en un mundo inseguro y traumatizado por una tóxica frustración social.
Es lo que ha dejado entrever Nadia Calviño, la ministra de Economía de España, esta semana durante su visita a Washington. Destacó en una rueda de prensa al final de la asamblea las “interesantes similitudes entre los diferentes tumultos violentos en la calle en contextos políticos y económicos absolutamente heterogéneos”. Calviño ya había comentado en un discurso pronunciado en el Atlantic Council en Washington el viernes que “las escenas de violencia en Barcelona me recuerdan a las protestas de los ‘chalecos amarillos’ en París. Denotan una rabia y una tensión subyacentes que no son propias de una sola zona del mundo”.
Incluso en Hong Kong, el blanco de algunos ataques de los manifestantes eran los bancos chinos y la percepción de que existe una élite china (cada vez más enriquecida) que controla de forma férrea un Estado cada día más autoritario. King destacó los disturbios en Hong Kong como ejemplo del “estado precario del mundo”.
La rebelión en las calles se manifiesta de mil formas, muchas de ellas equivocadas. Pero sería absurdo pensar que la radicalización del nacionalismo catalán, escocés e inglés (manifestado en el brexit) no tiene nada que ver con la rabia desatada por la resolución injusta de la crisis del 2008-2012 y la recesión. King recordó en su discurso que la factura para el contribuyente de los rescates bancarios en 37 países tras la crisis fue de 3,5 billones de dólares. “No nos debe sorprender que estos rescates fueran extremadamente impopulares”, dijo. Esto contribuye a una cultura política cada vez menos tolerante. En el caso del Reino Unido “puedes estar a favor o en contra del brexit pero lo que es un peligro para nuestra democracia es la falta de tolerancia en ambos bandos”, dijo King, que apoya el brexit.
Tal vez pasa lo mismo en España. Calviño destacó los elogios a la economía española que siempre se repiten en las asambleas del FMI donde España se exhibe como el alumno estrella de la devaluación interna (léase salarios descendientes) desde hace cinco o seis años. Pero ella sabe –más que los economistas del equipo europeo del FMI– que rebasar la media de crecimiento del PIB en la raquítica zona euro no bastará para garantizar la paz social. La desigualdad por renta y por territorio se dispara en España, el campo se vacía y la convergencia de las regiones con la media europea ya se ha convertido en divergencia. De modo que la ministra acertaba al decir en Washington: “El crecimiento económico por sí solo no es un buen indicador del bienestar social”.
Asimismo, la nueva directora gerente del fondo, Kristalina Georgieva, alertó sobre la probabilidad de que el estancamiento del comercio mundial y la recesión manufacturera que afecta a países como Alemania y Corea del Sur incidan pronto en el consumo. “Hay una cadena de costes y consecuencias que conecta las tensiones comerciales, la inversión, y la erosión de puestos de trabajo”, dijo al cierre de la asamblea. Tras provocar la crisis manufacturera, “la próxima ficha en caer será el consumo”, afirmó. Georgieva advirtió de que el comercio mundial en estos momentos “está más o menos paralizado”. El FMI prevé este año el crecimiento más bajo desde la crisis financiera.
Por si las imágenes de Barcelona no bastaran para confirmar la tesis de King de que estamos en un “mundo al revés” inestable y peligroso, llegaron las imágenes de la violencia callejera contra las políticas apoyadas por el FMI en América Latina, en Santiago de Chile, ya sumadas a las de Ecuador y Argentina. Todo esto ha complicado el rediseño de la imagen del fondo y la recuperada agenda neoliberal en la región. Al inicio de la asamblea la economista jefa del fondo Gota Gopinath tuvo que expresar públicamente su tristeza “por los heridos y los muertos en Ecuador”.
“América Latina está ardiendo”, me comentó Richard Kozul-Wright, economista de la UNCTAD que propone un new deal verde para reactivar la economía mundial, igualar la renta y combatir el cambio climático. No solo en América Latina.
Georgieva –la economista búlgara de 66 años que asumió el máximo cargo de la poderosa institución multilateral hace tres meses– insistió en que todo se arreglará si se recupera la agenda de globalización comercial. “Un sistema abierto y transparente de comercio multilateral” es necesario para “impulsar el crecimiento y garantizar la paz”, dijo, evocando en su 75 aniversario el espíritu de Bretton Woods, la cumbre multilateral de 1944 que, bajo la tutela de Harry Dexter y John Maynard Keynes, sentó las bases para un nuevo orden económico global que, para muchos economistas, fue la clave del crecimiento económico y la paz relativa de la posguerra.
Pero Georgieva confunde el multilateralismo keynesiano de Bretton Woods con la agenda neoliberal instalada desde los años ochenta. “La idea de Bretton Woods fue exportar el new deal al resto del mundo; ahora necesitamos un new deal verde global con políticas reflacionistas para impulsar la demanda y nuevas instituciones”, afirma Kozul-Wright. Esto supondría también “proteger las economías nacionales frente a los mercados financieros”. El modelo del Consenso de Washington de liberalización comercial y financiera que Georgieva defiende “generó enormes desigualdades dentro de las economías avanzadas y desequilibrios entre países”, añade Michael Pettis de la Universidad de Pekín. Para Dani Rodrik, de Harvard, “la coexistencia pacífica” entre China y EE.UU. requiere abandonar para siempre y no recuperar el modelo de “hiperglobalización” en boga desde los años ochenta.