Juan Carlos, actual rey Emérito y monarca español durante casi cuarenta años, disparó a su hermano cuando era un adolescente, pero fue de forma fortuita, aun cuando no hubiera investigación que lo cotejara.
Juan Carlos nada tuvo que ver en la muerte de Sandra Mozarowsky, una actriz del ‘destape’ español, de 19 años, encontrada muerta en la calle tras caer desde su balcón después de quedar embarazada, solo fue una de las más de 1.500 –según Andrew Morton– o 5.000 –según, Amadeo Martínez Inglés– mujeres que pasaron por la alcoba del insaciable monarca español, pero con un destino menos afortunado (alguna hasta consiguió una asignación anual millonaria, pagada por los servicios secretos españoles, para mantener su silencio).
Juan Carlos alentó a toda clase de golpistas durante los meses previos al golpe del 23 de febrero de 1981 y su comportamiento durante el golpe fue, como mínimo, sombrío, pero, por supuesto, el 23F salvó la democracia y, los meses anteriores, bueno… solo cometió un pequeño error.
Juan Carlos intercedió durante décadas en múltiples negocios, pero no lo hizo por lucro personal, sino por el bien de los españoles.
Juan Carlos estuvo durante más de veinte años en la corte del genocida y dictador Francisco Franco, pero lo hizo como sacrificio por los españoles y por la democracia, aunque sus familiares y los de su mujer, la futura reina, fueran filofascistas y filonazis. Y si luego le guardo un reverencial respeto no fue porque simpatizara con el dictador, como él mismo afirmó en varias entrevistas, sino por el bien de la concordia.
Estos relatos oficiales, sostenidos y alimentados por la complicidad de medios de comunicación, partidos políticos, intelectuales, élites y diversas personalidades, quebraron hace solo unos pocos meses, cuando se supo que Felipe VI se encontraba como beneficiario de una cuenta en la que aparecían 100 millones de dólares de origen saudita. Un dinero que unos entienden que constituye una comisión, y por tanto un delito múltiple, y otros aseveran que solo se trata de un regalo, idea que de haber podido ser impuesta, habría terminado por convertirse en un nuevo relato oficial.
Pero la tinta ya no da para más, ni quedan páginas de un enciclopédico libro que, si fuera el de una persona normal –es decir, que no gozara de protección constitucional, política y social- situaría a Juan Carlos por encima de los grandes ladrones del siglo XX, desde Bruce Reynolds, organizador del asalto al tren de Glasgow en 1963, con un botín de 46 millones de euros, hasta Leonardo Notarbartolo, jefe del asalto al centro de diamantes de Amberes en 2003, con un botín de 100 millones de euros. Ninguno de ellos ha conseguido atesorar más de 2.000 millones de dólares de fortuna y salir airoso de sus aventuras.
Y es que los ciudadanos españoles, a los que desde hace años ni se les pregunta por su opinión de la Monarquía, porque nada bueno tienen que decir, están hasta las narices del rey Emérito Juan Carlos y, al comprobar que Felipe VI, su hijo, parece tener la misma filia ultraderechista y el mismo concepto de la moral que el padre y muchos otros miembros de la Familia Real, tanto cercanos como lejanos –fue conocedor, desde al menos un año antes, que era beneficiario de la cuenta sin hacer nada y guardando silencio–, no parecen disponer de ánimos para seguir soportando una estirpe que durante 300 años ha protagonizado escándalos sexuales y políticos, corruptelas, golpes de Estados y desastres históricos.
‘Operación Exilio’
Por ello, el Establishment español ha puesto en marcha la ‘Operación Exilio’, con la cual se pretende que Juan Carlos, el rey Emérito, se convierta en un ciudadano particular y abandone el país lo antes posible para permitir salvar la figura de Felipe VI, cada vez más cercada por los escándalos paternos y su complicidad y apacible convivencia con ellos. Si lo consiguen, el relato oficial aseverará que Felipe VI siempre fue una persona honesta muy diferente a su padre. Si no… la Monarquía española puede caer.
De producirse, el exilio dorado de Juan Carlos –con vida de multimillonario jubilado–, no constituirá ni la primera ni la única operación para salvar a la Monarquía en España. La primera incisión de gravedad, que necesitó de algo más que de un embuste mediático, se produjo a raíz del caso Nóos, un entramado de corrupción que afectó a la hija y al yerno del rey, y en la que se podía vislumbrar, como en otros casos de corrupción –Gürtel o Pujol–, la alargada sombra de Juan Carlos. Una sombra que jamás se pudo aclarar gracias a la falta de voluntad y al blindaje constitucional que ofrece la inviolabilidad jurídica del jefe del Estado en España, un anacronismo propio del medievo. La operación fue un éxito parcial, porque consiguió salvar a la hija del rey de una más que segura condena de no haber sido quien era, pero el yerno terminó recluido en una prisión para él solo. Privilegio completamente injustificable que, unido a la exoneración de Cristina, la hija del entonces rey, lastró todavía más a la Corona.
La segunda, quizás la más famosa, se produjo cuando el rey tuvo que pedir disculpas públicas por un viaje de caza a Botsuana, que se destapó debido a una caída que produjo una lesión al monarca. Cazar elefantes en plena crisis económica con amante de por medio –Corinna– no gustó mucho, ni siquiera a los españoles, pueblo acostumbrado a todo tipo de abusos y tropelías.
Y como no hay dos sin tres, la tercera operación para salvar a la Monarquía española incluyó el sacrificio regio: la abdicación. No fue sencillo de conseguir y fue toda una operación de Estado, pero siempre se pensó que sería más que suficiente para terminar con la hemorragia. No fue así: la Monarquía sigue, inexorablemente, desangrándose.
Porque hoy la Monarquía española zozobra, no ya tanto por las sombras corruptas del rey Emérito o las propias sombras poco halagüeñas de Felipe VI, que también, sino porque el monarca no ha terminado de conectar con la ciudadanía. Un rey serio y distante, muy cercano a la ultraderecha y a las élites, unido a una reina artificial, de mal carácter y comportamientos altivos y, a veces, hasta escandalosos, no parece la mejor pareja para reconstruir el prestigio de una monarquía cada día menos apreciada y más incomprendida y acorralada.
Aspiran las élites a salvar a la monarquía en la desesperada operación del exilio trufado de millones y juergas de Juan Carlos, vendido en portada por los medios afines como una «decisión desgarradora» –El Mundo, por ejemplo–, no tanto por lo que pueda seguir aportando, cada día menos, ni tan siquiera porque exista una sólida propuesta republicana, pues ni el PSOE defiende la República ni la prioriza Unidas Podemos ni la contemplan las tres derechas, sino porque implementada una república, ya no quedará corona tras la que cobijarse.