Mucho antes de la existencia de las redes sociales, los mercados siempre han sido un buen espacio para tomar el pulso a la actualidad política, económica y social. Esta madrugada, después de más de 60 horas de negociación, el Consejo Europeo más largo desde el de Niza en 2000 aplaudía el texto final sobre el Fondo de Reconstrucción para enfrentar los efectos del coronavirus. Un “acuerdo histórico” señalaban los diferentes jefes de Estado de la Unión Europea (UE) allí reunidos. Mientras, en la cola del mercado de mi barrio, esta mañana una señora, alejada de esa euforia impostada de los mandatarios europeos, resumía muy bien la sensación general a pie de calle: “Las cosas están muy mal pero al menos Europa nos ha dado algo de dinero”. Y sí, dinero nos han dado, pero como dice el refrán castellano: no es oro todo lo que reluce.
La sociedad española siempre ha sido una de las más euro-entusiastas, hasta el punto de volverse acrítica con todo lo que venía de la UE. En muchos países el proyecto de la UE está hoy en el centro del debate público a raíz del covid-19. Por aquí, sin embargo, estamos pasando nuevamente de puntillas por esa discusión o, cuando nos animamos, abunda la brocha gorda y las declaraciones grandilocuentes. Creo que es importante situar algunas claves para entender realmente que es lo que se ha aprobado esta madrugada y en qué consiste el tan aplaudido Fondo Europeo de Reconstrucción.
Las negociaciones de estos días se han narrado desde muchos medios como si fuera una redición de la final del Mundial de fútbol de Sudáfrica entre Holanda y España. El símil buscaba condensar un supuesto enfrentamiento entre Estados miembro con el eje norte/sur como vertebrador de la discusión. Y, sin embargo, la realidad dista mucho de ser tan simple. Porque esta situación no es nueva ni producto de unos cuantos países “egoístas”, sino que condensa una cuestión estructural consustancial a la propia formación de una UE que sufre una pérdida creciente de legitimidad entre sectores sociales de toda Europa. Al proyecto europeo cada vez le cuesta más ser asociada con aquellos supuestos “valores” como la democracia, progreso, bienestar o derechos humanos que supuestamente fundamentaron su creación y evolución. La UE vive hoy una crisis orgánica en todo el sentido gramsciano del término, resultado y profundización de la crisis del modelo post-Maastricht del capitalismo europeo que ha supuesto una verdadera camisa de fuerza neoliberal.
Realmente los debates que concluyeron esta madrugada con el acuerdo del Consejo Europeo comenzaron antes de que la pandemia del coronavirus asolara Europa. Empezaron con las negociaciones del presupuesto de la UE para los próximos siete años. El famoso Marco Financiero Plurianual (MFF, por sus siglas en inglés) que traduce las reglas de oro neoliberales del Pacto de Estabilidad y Crecimiento en corsé concreto para el presupuesto de cada año, fijando qué se puede y qué no se puede hacer en la UE. En otras palabras: marcando las fronteras de la estrecha soberanía económica y política con la que cuenta cada Estado miembro de este selecto club. Una de las claves residía en que este MFF es el primero tras la anunciada salida de Reino Unido, lo que deja un boquete de 75.000 millones de euros difícil de tapar , más aún cuando se ha anunciado que se quiere hacer “más que nunca con menos dinero”.
Es en ese marco de negociación en el que empezaron a actuar los mal llamados países “frugales” (Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Austria y en menor medida Finlandia), bloqueando la aprobación del presupuesto a la espera de conseguir recortes presupuestarios en las partidas de las que menos se benefician, fundamentalmente Política Agraria Común (PAC) y Fondos de Cohesión, y el mantenimiento de los descuentos presupuestarios con los cheques de retorno, para lo que agitaron el fantasma de Thatcher, que ya ganó una reducción para el Reino Unido en la aportación presupuestaria al argumentar que pagaba desproporcionadamente más del presupuesto de lo que recibía.
¿Por qué es importante citar esto? Pues porque la cumbre maratoniana de estos días y el acuerdo de esta madrugada no solo aprobaba el Fondo Europeo de Recuperación, sino también este marco presupuestario europeo para los próximos años. Y uno no se entiende sin el otro. Es ahí donde los llamados frugales han conseguido la reducción significativa de sus aportaciones al presupuesto comunitario (del que saldrá gran parte del dinero para el Fondo de Recuperación) con el aumento de los cheques de retorno y el recorte de fondos europeos como el programa Erasmus y la PAC, de la que España es la segunda mayor beneficiada y que perderá al menos entre un 10% y un 13% de su presupuesto. O sea, que España tendrá que gastar, si le dejan, una parte del dinero que reciba con el nuevo fondo en tapar los agujeros que han provocado los recortes en los otros fondos que ya recibía. Un pan con dos tortas, como decíamos hace unos días.
Pero además, el Fondo Europeo de Recuperación aprobado esta madrugada está muy lejos en las expectativas cuantitativas que había generado. Si los primeros cálculos oficiales hace apenas unas semanas ya situaban en 1,5 billones la cantidad mínima que la economía europea necesitaría para empezar a retomar el vuelo tras el impacto de la pandemia, la propuesta de la Comisión y posterior acuerdo del Parlamento lo reducía a la mitad, con 500.000 millones en transferencias directas y 250.000 millones en préstamos. El acuerdo alcanzado en el Consejo reduce las subvenciones a 390.000 millones de euros. Es sorprendente que en cada ocasión la cifra sea presentada como justa y el acuerdo consiguiente como “histórico”.
Valga simplemente comparar con que antes incluso de esta cumbre, en toda la UE ya se habían autorizado ayudas públicas por valor de dos billones de euros, casi la mitad concedidas por Alemania a sus empresas. En España, por ejemplo, los ERTE han costado por el momento unos 35.000 millones que en su práctica totalidad engrosarán la ya abultada deuda pública. Y es que el SURE, el tan celebrado mecanismo temporal para mitigar los riesgos de desempleo que, en caso de emergencia, pone a disposición de los Estados miembro hasta 100.000 millones de euros en préstamos en condiciones favorables, nació cargado de letra pequeña y grandes trampas. Por ejemplo, los solicitantes en dicho programa solo podrán usar cada año el 10% entre todos (o sea, 10.000 millones al año a repartir entre varios países), pero en ningún caso los tres países que más hayan solicitado podrán exceder juntos el 60% del total anual. O sea que si las cosas te van tan mal como para tener que pasar por ese aro, con “suerte” tu país podría disponer de algo más de 2.000 millones al año. Así que programas como el SURE apenas representarán migajas ante las necesidades de economías como la española, que verán como los ERTE engordarán la trampa de la deuda y los futuros recortes.
Descartada esta vía, queda recurrir a los aproximadamente 75.000 millones de ayudas directas que le corresponderían al Estado español del Fondo Europeo de Reconstrucción aprobado esta madrugada. Pero, oh sorpresa, resulta que esa cifra, que aún no está claro si será anual o a repartir entre los próximos años, apenas representa el doble del gasto incurrido solo en ERTEs en apenas unos meses. Y, por si fuera poco, ni siquiera es seguro que se pueda usar libremente, porque la condicionalidad, ese monstruo que se quería evitar y que ahora parece haber desaparecido entre toneladas de propaganda consensual, se ha terminado colando en todos sitios, ya sean préstamos o subvenciones directas que tendrán que cumplir con las estrechas normas neoliberales del Semestre Europeo. Aquel debate entre Eurobonos y MEDE de hace dos meses se resolvió por la ventana de atrás para que hoy pueda volver a entrar la condicionalidad por la puerta principal. Situemos esto último que con tanto acuerdo “histórico” cada semana igual nos hemos perdido.
Con la pandemia recorriendo Europa , el corsé del techo de gasto saltó temporalmente por los aires, abriendo excepcionalmente la barra libre al gasto para enfrentar una crisis que ya no tenía origen financiero sino vírico, pero que igualmente tendrá consecuencias económicas y sociales determinantes para toda Europa. Ante el aumento del gasto, las preguntas que rápidamente centraron el debate en la UE fueron: cómo se pagarán esos gastos excepcionales, quiénes los asumirán y en qué condiciones se devolverán en el futuro las deudas que hoy se contraigan para contener la pandemia. Este ha sido el debate de fondo sobre el que ha pivotado gran parte de las negociaciones de los últimos meses. También la de estos días en la cumbre del Consejo. Desde el primer momento se descartó la posibilidad de meterle mano seriamente a la fiscalidad europea, acabando con las guaridas fiscales que actúan en el seno de la propia UE como en Países Bajos, Luxemburgo o Irlanda. Nada de armonización fiscal en el debate europeo, ni siquiera algún tipo de impuesto excepcional a las grandes fortunas y multinacionales al estilo de la propuesta de Tasa Covid (descartado incluso por el Gobierno de coalición en España). Todo el debate ha girado en torno a cómo se pagarían las futuras deudas.
Y en un primer momento, aunque esos dos meses parezcan ahora un siglo, la discusión se tradujo en un supuesto dilema entre mutualización vía “eurobonos” y, como en la crisis del euro en 2010, condicionalidad pura y dura a través de los famosos memorándums del Mecanismo de Estabilidad Europeo (MEDE). Como recoge el artículo 136.3 del Tratado de Funcionamiento de la UE, las ayudas financieras que se concedan a través del MEDE estén sujetas a “condiciones estrictas”. Esto no significa otra cosa que los deudores ceden el poder de decisión sobre su política económica a los acreedores en el marco de los Memorándum de Entendimiento (MoU). En el Fondo de Reconstrucción Europeo recién aprobado la cantidad de fondos gestionados a través de préstamos del MEDE (360.000 millones) es apenas ligeramente inferior a las transferencias directas (390.000 millones). Ni en la peor pandemia en décadas la UE consigue contrabalancear sus mecanismos de sometimiento político. Aquí lo único histórico es que los hombres de negro y los planes de ajuste estructural tendrán que esperar unos años para volver a aparecer. Nada más.
Porque a pesar del ruido de los corifeos del establishment que repiten hoy el mantra de que Europa ha sabido reaccionar y estar a la altura de las necesidades de una crisis histórica, la realidad es tozuda. Y cruda. Y fea. Porque el acuerdo alcanzado en el Consejo no hace mención alguna a los eurobonos pero sí que mantiene los préstamos condicionados mediante el MEDE. Y, como decíamos, los 390.000 millones de ayudas directas estarán condicionados al Semestre Europeo, que según la propia página de la Comisión Europea significa que: “Los Estados miembros reciben asesoramiento a escala de la UE («orientación») y posteriormente presentan sus planes de actuación («Programas Nacionales de Reformas» y «programas de estabilidad o convergencia») para su evaluación a escala de la UE. Una vez evaluados estos planes, los Estados miembro reciben recomendaciones por separado («recomendaciones específicas por país») para sus políticas nacionales en materia presupuestaria y de reformas”. O sea, condicionalidad por las buenas o por las malas. Y la Troika hasta en la sopa, pero vestida de gris oscura, que es el nuevo negro.
Además, con lo aprobado esta madrugada, cualquier país puede paralizar los fondos de reconstrucción si considera que un Estado receptor no está cumpliendo con las reformas estructurales contempladas en el Semestre Europeo, quedando bloqueada la ayuda hasta que el Consejo decidiera sobre ello, permitiendo una minoría de bloqueo de al menos nueve miembros. De esta forma los Estados miembro asumen el papel de la Troika vigilándose mutuamente y los famosos “frugales” apenas necesitan un puñado de socios circunstanciales para bloquear un fondo insuficiente. Así por ejemplo, un paraíso fiscal líder mundial en el negocio de los planes de pensiones privados como Países Bajos podría usar esta fórmula para cerrar la puerta a cualquier ayuda europea y forzar al Estado español a acometer la privatización de su sistema público de pensiones. Estupendo mecanismo para relanzar el “espíritu de colaboración europeo” en momentos de crisis.
Así que, lejos del festín propagandístico que vende virtudes homeopáticas del acuerdo, el armazón jurídico/político de la UE realmente existente sigue después de la cumbre del Consejo igual de fuerte que antes y el neoliberalismo igual de “constitucionalizado” en el seno del proyecto europeo. Y cuando la austeridad se convierte en la única opción político-económica de unas instituciones alejadas de los intereses de la ciudadanía, la UE se vuelve un problema para las mayorías sociales y construir una Europa diferente emerge como la única solución a la deriva que vivimos.
De esta forma, un cambio de rumbo no solo es posible o deseable, sino que resulta urgente y necesario. Un plan alternativo para Europa que exija un conjunto de medidas que no solo se queden en desterrar la mal llamada austeridad, sino que aborden una regulación bancaria y la intervención en este ámbito, la armonización fiscal y laboral progresivas, el impago de las deudas ilegitimas instrumento de disciplinamiento político de los pueblos del sur o la necesidad de un plan de inversiones europeos que destierre definitivamente el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Que nadie intente hacernos caer en la dicotomía trampa de Europa Sí o Europa No, porque, confetis mediáticos aparte, el debate real está en qué Europa queremos construir: una que combata a la pobreza o una que combata a las personas pobres como la actual; una que reparta riqueza o una que genere desigualdad; una Europa con derechos o una sin derechos. Incluyendo cada cuatro días el calificativo de “histórico” no se cambia la historia de Europa. El consenso no es una virtud cuando se consensua entre neoliberales de Norte y Sur. Y “menos malo” casi nunca significa “bueno”. Mucho menos cuando apenas consiste en ponerle el traje gris oscuro a los hombres de negro. Y esa historia ya no las conocemos. De hecho es la que hemos venido a cambiar.