El Capayo
Desde que el comandante Chávez apareció el 4 de febrero con su «por ahora» en la escena política venezolana y luego, proponiendo una Constituyente para comenzar a construirnos como país, teníamos mucho tiempo que no escuchábamos un discurso presidencial que nos ubicara en la cruda realidad.
El discurso pronunciado por el presidente Nicolás Maduro el 10 de enero de 2021 marcará una nueva ruta durante un buen tiempo. Más allá de los aspectos anecdóticos, se puede referir lo sustancial y trascendente, es un discurso que nos habla a todos sin tapujos, a cada quien nos sitúa y ubica las tareas, a cada uno con su dosis de realidad dentro de la realidad, a cada quien sus verdades por la calle del medio, a cada gremio, a cada partido, a cada tendencia, a cada empresario, obrero, campesino, hombre o mujer, nos enmarca desde las causas y nos transporta a las consecuencias.
Nos llama a tomar partido en la construcción del país, incluso por soñar; nos aclara el papel que jugamos como pueblo, nos remonta en la historia y nos hace comprender quiénes son y han sido los verdaderos ladrones y criminales que han saqueado este territorio; nos conecta con los hechos y nos lleva hasta los conflictos internacionales explicando las razones de tanto encono contra nosotros por parte de los dueños del mundo; aclara que más allá de los recursos es el ejemplo que como pueblo estamos dando al mundo.
Ahora bien, ¿qué papel jugaremos cada quién? Porque de ahora en adelante no hay justificación que valga. Ya los empresarios no pueden seguir justificando que es que el Estado no nos da, sino que deben invertir si quieren ganar, ya no pueden seguir justificando la falta de atención, la necesidad de leyes, si dices ser empresario los riesgos son tuyos como tuyas las ganancias, es de haragán pretender ganar sin invertir, y ya este país está cansado que desde hace quinientos años un puñado de gandules, disfrazados de gente de bien y familias decentes, lo roben hasta el agotamiento.
Ya ningún funcionario puede justificarse o ampararse en «la situación país» para mostrar su flojera, su indolencia, su incapacidad, su apoltronamiento insensible, cuando se supone que él está allí por convicción, no es un funcionario cualquiera, y estamos hablando de diputados, ministros, generales, gobernadores, directores, alcaldes, miembros del partido y otras organizaciones que dicen trabajar o estar al servicio del pueblo.
Así también la izquierda o izquierdas, ante esta realidad, deberían retomar banderas, reformular métodos de trabajo, ser más sencillos o sencillas ante las evidencias contundentes de que el chavismo tiene la sartén por el mango y ponerse a trabajar en función del país por construir, hacer honor a los caídos, pero no desde los panfletos, clichés y consignas huecas, sino desde la realidad, trabajar por hacer posible los sueños de los que lucharon en el planeta por una cultura distinta a la de la explotación, que expresa el humanismo y su aparato de producción, el capitalismo.
Por otro lado, los gremios de todo tipo deben abandonar la política de la complacencia, del que me den, del chantaje, de fomentar el divisionismo e intentar pensarse como parte importante de un país por construir, en un territorio por querer, al que debamos heredar diariamente los afectos, al que le arrimemos los hombros para que en el futuro sea cobijo de propios y extraños.
Y por último, nosotros, el común, asumidos en gremios o no, parte del Estado o no, miembros del partido o no, escuálidos o chavistas, desempleados o en el trabajo que sea, sí, nosotros, al que mientan el pueblo, al que lo insultan o le adulan el ego desde un bando u otros, sean religiosos o políticos, este discurso nos ubica en el exacto lugar, somos los héroes y heroínas de este tiempo, en este territorio llamado República Bolivariana de Venezuela, aún sin explicación para políticos, sociólogos, historiadores e intelectuales en general, quienes nos siguen subestimando como siempre lo han hecho, e incluso nosotros mismos. Por las razones que sean nos seguimos subestimando.
Pues bien, es hora de que nos empinemos y comencemos a pensar con cerebro propio, que para eso lo tenemos, como dijo el presidente y siempre lo decía el comandante, sin nosotros no es posible haber llegado a donde hemos llegado, pero no basta, como dice el poeta Carlos Angulo: «es más lejos devolverse que seguir». Nos toca ahora, tal vez, la tarea más difícil que pueblo alguno haya realizado en este planeta, en toda su historia, la creación colectiva desde el pensamiento de una cultura que sustituya la presente.
A nosotros se nos ha dicho desde la familia y la escuela que lo nuestro es trabajar, cuando mucho estudiar para ser alguien en la vida, pero eso ha sido siempre trampa, ideología barata, ilusiones de circo, nosotros tenemos un cerebro igual que cualquier otro, solo que no lo hemos entrenado para la política, pero el comandante siempre nos dijo que debíamos pensar, que no basta hacer, que lo más importante es pensar, saberse, nombrarse con orgullo, diseñar en conjunto el futuro, crear las condiciones materiales para que estos hechos ocurran, necesitamos resolver entre todos y no andar pedigüeñando lo atinente a las necesidades básicas, techo, comida, calzado, vestido, para poder con tranquilidad pensar lo distinto.
Con este discurso nosotros debemos saber a qué atenernos, debemos entusiasmarnos en la búsqueda del pensamiento de lo colectivo, no del colectivo, la tragedia de la especie nos obliga a este pensar, nosotros no debemos andar buscando salidas mágicas a los problemas, estos tienen sus propias soluciones y es a nosotros a quienes nos toca pensar para solucionar cada problema.
El proceso no está en los libros, se aprende en la calle y cuando se aprende ya es viejo.
No hay tiempo para sentarse, simplemente hay que vivirlo. Es bueno recordar que nosotros como pueblo contribuimos desde 1810 a la libertad de otros pueblos y con la propia, los que pudimos nos devolvimos a un mundo que continuó tratándonos con regaños, y aparte de nosotros, los que nunca regresaron fueron exterminados y tratados como criminales. Desde entonces quedó el recuerdo de una hazaña en donde, siendo protagonistas, el poder se encargó de enseñarnos que nunca estuvimos ahí y que jamás fuimos un pueblo de libertadores.
Hoy partimos de nuevo (1989) desde el sentimiento, intacto tenemos el juntos, el hombro con hombro, el desprendimiento y la retribución del amor con amor se paga. Esta vez debemos aprender a pensar lo que sentimos, necesitamos tener conciencia, conectar el corazón con el cerebro, las uñas con los cabellos, la risa con los llantos. Pero esta vez no debemos devolvernos ni dejar en manos de nadie lo que nos toca construir.
En esta fractura cultural está propuesta una nueva manera de ver las formas de cómo la gente ha resuelto los problemas que cada cierto periodo histórico sufre. Una vez más decimos al mundo, con el hacer práctico, que las cosas pueden y deben hacerse de otra manera. Este tiempo nos exige calma y largura en el análisis, porque este salto no ha de ser hijo de la prisa, la historia nos demuestra que este mundo fue construido en el apuro y su resultado es el cansancio.
Estamos en los días en que todo ha de ser pensado, ninguna trampa debe crearnos la ilusión de soluciones mágicas, los pobres del mundo hemos soportado en diez mil años todos los rigores que ha hecho la opulencia de unos pocos y eso nos ha hecho sabios y pacientes.
Busquemos juntos, entre nosotros, las claves que hagan posible una ética del corazón, con la cual podamos habitar confiadamente este mundo. Cada cierta época los pueblos se renuevan, con ellos su manera de producir y su óptica del planeta.
En un tiempo fue la fe y en otro la razón, ahora pudiéramos pensar en armonizar corazón y cerebro en viva confluencia con el resto del universo, sin ideologías o poder que detengan el sentir y el pensar de millones de seres que juntos, viniendo de miles de solitarios caminos, nos encontremos para saludo y abrazo en viva alegría.
No equivocar los signos que, como señales, muestra la dinámica social en el marco del deterioro de la cultura humanista, para que los esfuerzos que hoy hacemos millones de pobres en el planeta no terminen, una vez más, buscando un chivo expiatorio o culpando al comunismo o al socialismo o, en últimas, al chavismo.
No hay apuro, la vida no va a desaparecer; desde ya, con calma, comencemos a dar los primeros ejercicios mentales sobre la posible realidad física a construir en armonía con la realidad natural, sin que la realidad ideológica afecte esa dinámica. Justamente esta es la gran incógnita que debemos despejar los pobres luego de miles de años del fortalecimiento y repetición de las acciones poderosas y sus resultados. No tengamos miedo, que pensar no mata, crear la otra cultura es la gran aventura, todo el papel está en blanco y los cerebros debemos disponerlos para la creación de lo distinto. Todo esto puede parecer y aun ser una locura, una inmensa demencia, pero es preferible a la cobardía de sostener la costumbre.