Extracto del libro de Michael Heinrich, Kritik der politischen Ökonomie. Eine Einführung (Crítica de la economía política. Introducción), capítulo 10.3. El capítulo 10, del cual este extracto es la tercera y última parte, se titula “El fetichismo de las relaciones burguesas”.
Muchas corrientes del marxismo tradicional han entendido el análisis de Marx ante todo como un análisis de clase y de la lucha entre burguesía y proletariado. Para la mayoría de los conservadores y liberales de hoy, los conceptos de «clase» y en particular el de «lucha de clases» son «ideológicos», lo que significa simplemente que «no son científicos». Por regla general, estos conceptos se utilizan principalmente por la izquierda. Es importante recordar en primer lugar que el «discurso de clase» no es de ninguna manera específico de la contribución de Marx. Ya antes que él, los historiadores burgueses hablaban de clases y lucha de clases, y David Ricardo, el representante más importante de la economía política clásica, incluso había identificado que las tres clases principales de sociedades capitalistas (capitalistas, terratenientes y trabajadores) tenían intereses fundamentalmente opuestos.
Los conceptos de clase y lucha de clases constituyen el nodo central del argumento de Marx en el Manifiesto Comunista (1848). […] Pero Marx resume en una carta de 1852 a su amigo Weydemeyer lo que él identifica como el nucleo de su contribución a la teoría de las clases. Destaca que de ninguna manera ha descubierto la existencia de las clases o su lucha:
“Ahora, en lo que a mí respecta, el mérito de descubrir la existencia de clases en la sociedad moderna no me pertenece, ni tampoco la lucha que libran contra ella. Los historiadores burgueses habían expuesto mucho antes que yo la evolución histórica de esta lucha de clases y los economistas burgueses habían descrito su anatomía económica. Mi originalidad consistió en: 1. demostrar que la existencia de clases está ligada únicamente a determinadas fases históricas en el desarrollo de la producción; 2. que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3.que esta dictadura en sí misma sólo representa una transición hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases» 1
El término «dictadura» no significa aquí una forma autoritaria de dominación, sino sólo la dominación de una clase, independientemente de su forma política. Los puntos 1) y 2) tienen un fuerte tinte determinista, la historia, impulsada por la lucha de clases, parece estar orientada hacia una meta determinada. Esta es una concepción que se puede encontrar en particular en el Manifiesto Comunista.
Si en El Capital Marx ciertamente siempre habla de clases, no hay ningún intento de tratamiento sistemático o incluso una definición de ellas. Solo al final del tercer libro Marx comienza un capítulo por las clases, y allí mismo, solo después de unas pocas oraciones, el manuscrito se detiene 2 . Del hecho de que las clases solo se encuentran allí, se puede deducir que un tratamiento sistemático de las clases no es una condición de la descripción del modo de producción capitalista, sino un resultado del mismo.
No especularemos sobre lo que podría haber escrito Marx después de estas primeras líneas del tercer libro. Más bien, necesitamos identificar qué se puede decir sobre las clases y la lucha de clases. […]
Hay que dar dos significados diferentes al término clase social. En un sentido estructural, las clases sociales están determinadas por su posición en el proceso social de producción. Así, una persona puede pertenecer a una clase sin que lo sepa claramente. Debemos distinguir este significado de las clases entendidas en su sentido histórico. En este sentido, son grupos sociales que pueden entenderse como diferentes de otras clases en una determinada situación histórica, los integrantes de estas clases tienen entonces una “conciencia de clase”.
En El Capital, Marx usa el término «clase» en un sentido casi exclusivamente estructural. Así es cuando observa que en la base de la relación capitalista hay una relación de clase: partiendo de los dueños del dinero y de los medios de producción por un lado, y por el otro, de los trabajadores «libres» en el doble sentido (ver capítulo 4.3). Marx designa como clases medias, o también pequeñoburguesas, a los grupos que no son ni burgueses ni proletarios; son sobre todo los “independientes”, como los artesanos, los pequeños comerciantes o los pequeños agricultores.
Las clases en el sentido estructural no se pueden identificar con su forma histórica (Ausprägung ): el capitalista no necesariamente fuma puros y tiene chofer, así como los trabajadores no se reducen a los obreros industriales que viven en barrios de clase obrera. La desaparición de este tipo de estereotipos no es una prueba del fin de las clases, sino que muestra solo una modificación de su forma histórica (historischer Gestalt).
No es posible determinar por las propiedades formales quién pertenece a qué clase en el sentido estructural, por ejemplo, partiendo de la existencia de relaciones salariales, partiendo únicamente de su función dentro del proceso de producción. Más precisamente: la clase sólo puede ser aprehendida al nivel del «proceso general (Gesamtprozess) de producción» que Marx describe en el tercer libro de El Capital en el que ya se presupone la unidad entre el proceso de producción y el proceso de circulación. En este nivel, queda claro que la posesión o no de los medios de producción no es decisiva para determinar la pertenencia a una clase. El director general de una sociedad anónima puede ser formalmente un trabajador asalariado, pero de hecho actuar como un capitalista (ist ein fungierender Kapitalist), dispone de capital (aunque no sea de su propiedad), organiza la explotación, y su «remuneración» no está fijada por el valor de su fuerza de trabajo, sino por el beneficio producido. Por el contrario, muchos trabajadores independientes desde un punto de vista formal (que quizás incluso posean sus modestos medios de producción), como en el pasado todavía deben ser considerados proletarios, que de facto viven de la venta de su fuerza de trabajo, aunque este posiblemente tenga lugar en condiciones aún más desfavorables que en una relación asalariada formal.
Ciertamente, las condiciones de vida (ingresos, formación, incluso hasta posibles proyectos de vida) entre las clases estructuralmente determinadas que son la “burguesía” y el “proletariado” todavía se distinguen claramente hoy, pero las realidades de la vida difieren también fuertemente dentro del propio «proletariado» (dependiendo del trabajo, los ingresos, la formación, así como los comportamientos de consumo y el uso del tiempo libre). El hecho de que una situación general de clase se transforme en una conciencia y una acción comunes, que la clase estructuralmente determinada se transforme en una clase histórico-social es todo menos cierto: puede suceder o no.
Pero tampoco es para nada automático el hecho de que la representación de una trascendencia emancipadora de las relaciones capitalistas pertenezca al proletariado en el sentido estructural (o partes de él) cuando se ha convertido en una clase histórica que ha desarrollado una conciencia de clase. El proletariado con consciencia de clase no es automáticamente «revolucionario».
En el proceso de producción capitalista, la burguesía y el proletariado se enfrentan directamente; la explotación del proletariado ante todo hace posible la existencia del capital como valor que se realiza. Las condiciones concretas en las que se produce la valorización del capital son combatidas permanentemente: el valor de la fuerza de trabajo debe ser suficiente para la reproducción normal, pero lo que vale para ser normal depende también de las exigencias que la clase trabajadora logre imponer. La duración del tiempo de trabajo y las condiciones en las que se desarrolla el proceso de producción son, por tanto, objeto de conflictos. En este sentido, siempre existe la lucha de clases en las relaciones capitalistas, la llamemos así o no. Y es especialmente en la lucha de clases donde quienes luchan pueden construir la conciencia de clase; pero esto puede tomar formas extremadamente diferentes según las circunstancias históricas.
Las luchas de clase no solo toman la forma de enfrentamientos inmediatos entre burguesía y proletariado, también pueden tener lugar en el Estado, cuando las leyes fijan o combaten posiciones particulares (limites al tiempo de trabajo, protección contra el despido, protección social, etc.). Además, los conflictos de clase no son las únicas líneas de conflicto que existen en las sociedades capitalistas. Los conflictos de género, la dominación racista o la gestión de los movimientos migratorios son de gran importancia para el desarrollo de la sociedad.
El marxismo tradicional a menudo ha visto los conflictos de clase como los únicos verdaderamente importantes. El «opéraïsmo» italiano, una corriente de izquierda radical que surgió en la década de 1960, incluso vio en las luchas el factor determinante de las crisis capitalistas. Es indiscutible que las demandas que la clase obrera logra imponer refuerzan o desencadenan crisis. Incluso los economistas burgueses, como los neoclásicos modernos, presuponen esto cuando identifican que los salarios demasiado altos, los sindicatos demasiado poderosos o incluso las regulaciones (demasiado favorables a la gestión empresarial) del mercado laboral están en el origen de las crisis o del desempleo. Las formas y la intensidad de la lucha de clases son sin duda de gran importancia para analizar el desarrollo del capitalismo en un país dado durante un período histórico determinado. Sin embargo, al nivel de la presentación del modo de producción capitalista «en su promedio ideal» (es decir, al nivel de la presentación de El Capital de Marx) las crisis se reducen a la lucha de clases, se pierde el punto decisivo de la teoría de las crisis de Marx. De hecho, Marx intentó demostrar que el capital tiene tendencias inmanentes a la crisis que son totalmente independientes de estas circunstancias y que provocan crisis independientes del estado de las luchas de clases. Esto significa que las crisis ocurren incluso cuando la lucha de clases está amortiguada.
Las luchas de clase son ante todo luchas dentro del capitalismo: el proletariado lucha por sus condiciones de existencia como proletariado, por salarios más altos, mejores condiciones laborales, fijación legal de derechos, etc. En este sentido, las luchas de clase no son el signo de la debilidad del capital, ni siquiera de una revolución inminente, sino la forma normal del movimiento que toma el conflicto entre la burguesía y el proletariado. Lo mismo ocurre con las justificaciones de las reivindicaciones que se mantienen en su mayor parte en el marco de la fórmula trinitaria: que se reclame un salario “justo” y que se supere la irracionalidad de la forma salario (es decir, es decir, los salarios como remuneración por el valor del trabajo y no como remuneración por el valor de la fuerza de trabajo, que Marx ya había señalado que constituye la base de todas las demandas por los derechos de los trabajadores tal y como los capitalistas las imaginan (mew 23, S.5623 ). Esto significa que cuando en una sociedad burguesa los hombres, ya sean trabajadores o capitalistas, intentan imponer sus intereses, esto ocurre ante todo con las formas fetichizadas de pensamiento y percepción que dominan la conciencia cotidiana.
Pase lo que pase, las luchas de clase también tienen su propia dinámica. Pueden conducir a procesos de aprendizaje y radicalización en los que también se cuestiona el sistema capitalista en su totalidad. El fetichismo, simplemente, no es impenetrable (undurchdringlich). Las luchas de la clase trabajadora fueron reprimidas con brutales reacciones del estado (por ejemplo, mediante la prohibición de los sindicatos y las huelgas, o el enjuiciamiento de activistas) particularmente en la fase del establecimiento del capitalismo industrial moderno, lo que a menudo ha reforzado los procesos de radicalización. En comparación con el siglo XIX y el comienzo del XX, esta represión inmediata ha disminuido en muchos países (en toda una serie de países, sin embargo, todavía juega un papel decisivo). Hoy en día existe en los países capitalistas avanzados una regulación legal más o menos fuerte de las formas en que se desarrolla el conflicto directo entre burguesía y proletariado: la lucha de clases ciertamente debe poder tener lugar pero sin constituir un peligro para el sistema (así, por ejemplo, en Alemania el derecho de huelga y de sindicalización está legalmente garantizado, pero también el derecho de cierre patronal o la autonomía de fijación de precios; las huelgas políticas por otro lado están prohibidas). Así, ciertas formas específicas de lucha quedan fuera de la represión estatal directa y otras son reprimidas con mayor violencia.
En la historia del marxismo, por lo tanto, a menudo se han extraído dos conclusiones erróneas sobre los conceptos de clase y lucha de clases. Por un lado, la situación de clase y la conciencia de clase se vinculaban de tal manera que esta última necesariamente se desarrollaría más o menos rápidamente; y por otro lado, se creyó que esta conciencia de clase tenía un contenido más o menos «revolucionario». Por eso no era raro que cualquier lucha de clases fuera vista como el anuncio de la proximidad de la lucha final. Por lo tanto, se suponía que el proletariado necesariamente iba a convertirse en una clase consciente y revolucionaria a medida que se desarrollaba el capitalismo. Ciertamente, la historia nos muestra situaciones en las que ciertas partes del proletariado actuaron de manera revolucionaria. Sin embargo, tales situaciones no debían entenderse como el resultado de una tendencia general de la metamorfosis del proletariado en una clase revolucionaria, sino más bien como la expresión de circunstancias históricas concretas (por ejemplo en 1918 en la Alemania derrotada, con la pérdida de legitimidad de los círculos aristocrático-militares que hasta entonces habían estado al mando). Que ciertas partes del proletariado tuvieran una orientación revolucionaria fue, por eso, sólo un fenómeno pasajero.
Muchos “análisis de clase” marxistas que se hacían la pregunta “¿quién pertenece al proletariado? partían, sin embargo, de esta visión de un proletariado que estaba destinado a convertirse en revolucionario. Se pensaba que con un proletariado analíticamente definido, se había encontrado al “sujeto revolucionario”. Mientras los verdaderos proletarios no tuvieran claro su papel, era necesario ayudarlos, sobre todo mediante un «partido de clase», título reivindicado por varios candidatos y por el que ha habido peleas amargas.
Estas dos conclusiones erróneas también se pueden encontrar en Marx, así como encontramos también en Marx una concepción determinista de la historia en la que se basan, especialmente en el Manifiesto Comunista, es decir, precisamente en el texto que siempre jugó un papel muy importante en el marxismo tradicional y en los partidos obreros.
En El Capital, Marx es particularmente más prudente. Sea como fuere, queda un eco del determinismo histórico de su juventud. Al final del primer libro, Marx esboza muy sucintamente, en tres páginas, la “tendencia histórica de la acumulación capitalista” (según el título de la sección). En primer lugar, resume el surgimiento del modo de producción capitalista como la expropiación de los pequeños productores privados (pequeños agricultores y artesanos). En el curso de la llamada «acumulación primitiva», pierden la propiedad de los medios de producción y se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas. Más tarde tiene lugar una modificación fundamental del proceso de producción sobre una base capitalista: las pequeñas fábricas se convierten en grandes fábricas, tiene lugar la concentración y centralización del capital, se utiliza sistemáticamente la ciencia y la tecnología, se economizan los medios de producción y se integran las economías nacionales en el mercado mundial. Marx continúa:
“A medida que disminuye constantemente el número de magnates del capital, que usurpan y monopolizan todos los beneficios de este proceso de cambio continuo, aumenta el peso de la miseria, la opresión, la servidumbre, la degeneración, la explotación, pero también la indignación de una clase trabajadora en constante crecimiento, formada, unificada y organizada por el mecanismo mismo del proceso de producción capitalista. El monopolio del capital se convierte en un obstáculo para el modo de producción que ha madurado al mismo tiempo que él y bajo su dominio. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en el que se vuelven incompatibles con su envoltura capitalista. La hacen saltar. Se anuncia el fin de la propiedad privada capitalista. Se expropia a los expropiadores». (p. 856 4)
En esta descripción, el desarrollo del proletariado en una clase revolucionaria y el derrocamiento del dominio del capital parecen ser un proceso inevitable. Y Marx cita en una nota lo que el Manifiesto Comunista dice sobre la burguesía: “Su caída y la victoria del proletariado son también inevitables” 5 (El Capital , p. 857, nota 252).
En el naciente movimiento obrero, tales presagios fueron acogidos con demasiada alegría, incluso cuando se experimentaba a diario la exclusión y el desanimo provocado por esta sociedad tan burguesa cuyo fin estaba anunciado. En la prensa socialdemócrata antes de la Primera Guerra Mundial, y luego en la comunista, estas tres páginas de El Capital fueron impresas y citadas muy a menudo, de modo que la concepción que se tenía del análisis marxista estaba fuertemente impregnada por ellas.
Sea como fuere, estas predicciones no fueron confirmadas en absoluto por la propia investigación de Marx. ¿Hasta qué punto el monopolio del capital se «transforma en cadenas intolerables» (cf. El Capital , p. 431)? No ha sido verificado. Que los frutos y el coste social del desarrollo capitalista se distribuyan de manera tan desigual no es un obstáculo para su desarrollo, pero, precisamente como muestra el análisis de Marx, esta es la forma primitiva de su movimiento. Y que el proletariado, con la instauración del modo de producción capitalista, haya crecido en número y que, gracias a la gran industria, se haya “unido” y “formado” 6 (en la medida en que el proletariado tuvo que organizarse en sindicatos y políticamente para existir de hecho como proletariado), esto es verdad, pero que necesariamente se convierta en una clase revolucionaria, no es una deducción hecha a partir del análisis de Marx. Por el contrario, El Capital proporciona elementos que permiten comprender por qué los desarrollos revolucionarios son tan raros, por qué la «indignación» a la que se refiere la cita no se convierte inmediatamente en una lucha contra el capitalismo: con el análisis del fetichismo, de la irracionalidad de la forma salario y la fórmula trinitaria, Marx mostró cómo el modo de producción capitalista construye una imagen de sí mismo en la que las relaciones de producción capitalistas emergen de las condiciones de toda producción, de tal manera que no puede haber cambio más que en el marco de las relaciones capitalistas. Puede haber un desarrollo revolucionario, no está excluido, pero es todo menos un resultado necesario.
Marx saca, en el pasaje citado, conclusiones basadas en un determinismo histórico que no está justificado por su descripción categórica de El Capital. En esta medida, este pasaje es más la expresión de sus esperanzas que de sus análisis; el entusiasmo revolucionario se impone aquí al » frio científico». Sin embargo, la descripción del modo de producción capitalista no está vinculada en ninguna parte a estas dudosas conclusiones sobre las clases sociales. No es posible determinar de antemano si este modo de producción llegará a su fin y cómo. En este punto, no hay certeza. Solo hay una lucha cuyo resultado está abierto.
Notas:
1 Karl Marx, Friedrich Engels, Correspondance, tomo 3, 1852-1853, Editions sociales, 1972, p.79, carta de 5 de marzo de 1852. No nos resistimos a citar la siguiente frase de la carta: “… tontos ignorantes, como Heinzen, que no sólo niega la lucha de clases, sino la existencia misma de ésta, sólo demuestran que a pesar de toda su palabreria sangrienta, sus gritos que quieren hacerse pasar por declaraciones humanistas, creen que las condiciones sociales gracias a las cuales la burguesía asegura su dominio, son el resultado final, el nec plus ultra de la historia; demuestran que son sólo sirvientes de la burguesía, una servidumbre tanto más repugnante cuanto menos comprenden estos imbéciles la grandeza y la necesidad temporal de este régimen burgués mismo».
2 Aquí está la totalidad: «Los trabajadores asalariados que sólo tienen el poder del trabajo y cuyos salarios son sus ingresos, los capitalistas que tienen el capital y reciben el beneficio, los terratenientes que poseen la tierra y cobran la renta constituyen las tres grandes clases de la sociedad moderna, basadas en la producción capitalista. Sin duda, es en Inglaterra donde esta subdivisión está más amplia y más categóricamente desarrollada. Sin embargo, todavía no existe en toda su pureza y capas de transición enmascaran en todas partes – incomparablemente menos en el campo que en las ciudades – las líneas de demarcación. Pero este hecho es irrelevante para nuestro estudio.
Hemos visto que la tendencia permanente y la ley de desarrollo de la producción capitalista empuja hacia una separación cada vez más profunda de los instrumentos del trabajo y del trabajo, a una concentración cada vez más poderosa de los medios de producción y a la transformación del trabajo en trabajo asalariado y de los medios de producción en capital. A esta tendencia corresponde la separación de la propiedad de la tierra, del capital y del trabajo, es decir, la adaptación morfológica de la propiedad de la tierra a la producción capitalista.
La pregunta que tenemos que responder es la siguiente: ¿Qué constituye una clase? o: ¿Por qué los asalariados, los capitalistas y los terratenientes forman las tres grandes clases sociales?
A primera vista se podría invocar la identidad de los ingresos y sus fuentes, y decir que se trata de tres grandes grupos sociales, cuyos miembros viven respectivamente del salario, del beneficio y de la renta, es decir de la realización del valor de su fuerza de trabajo, de su capital y de su propiedad de la tierra.
Pero si este fuera el punto de partida de la clasificación, los médicos y los empleados, por ejemplo, también formarían dos clases, ya que pertenecen a dos grupos sociales distintos, cuyos ingresos provienen de la misma fuente. Y esta subdivisión continuaría ad infinitum, ante las innumerables separaciones que la multiplicidad de intereses y la división del trabajo social crean tanto entre los trabajadores como entre los capitalistas y los terratenientes, debiendo agruparse estos últimos, por ejemplo, en propietarios de viñedos, de tierras cultivables, de bosques, de minas, de pescados”. (El manuscrito termina aquí). (El Capital , Libro III, § 7 los ingresos y sus fuentes, Capítulo 52, «Las clases»).
3 “Man begreift daher die entscheidende Wichtigkeit der Verwandlung von Wert und Preis der Arbeitskraft in die Form des Arbeitslohns oder in Wert und Preis der Arbeit selbst. Auf dieser Erscheinungsform, die das wirkliche Verhältnis unsichtbar macht und grade sein Gegenteil zeigt, beruhn alle Rechtsvorstellungen des Arbeiters wie des Kapitalisten, alle Mystifikationen der kapitalistischen Produktionsweise, alleologö der kapitalistischen, Produktionsweise, alleologö der kapitalistischen, Produktionsweise, alleologö der kapitalistischen, Produktionsweise deri. «.
“Aquí podemos ver la importancia decisiva de la transformación del valor y del precio de la fuerza de trabajo en forma de salario, es decir, en el valor y precio del trabajo mismo. Es esta forma fenoménica la que invisibiliza la relación real y que incluso muestra rigurosamente lo contrario de aquello en que descansan todas las representaciones jurídicas tanto del trabajador como del capitalista, todas las mistificaciones del modo de producción capitalista, todas sus ilusiones de libertad, todas las tonterías apologéticas de la economía vulgar”. (El Capital , libro I, p. 605).
4 “Mit der beständig abnehmenden Zahl der Kapitalmagnaten, welche alle Vorteile dieses Umwandlungsprozesses usurpieren und monopolisieren, wächst die Masse des Elends, des Drucks, der Knechtschaft, der Entartung, der Ausbeutung, aber au die Kapital undur dur Produktionsprozesses selbst geschulten, vereinten und organisierten Arbeiterklasse. Das Kapitalmonopol wird zur Fessel der Produktionsweise, die mit und unter ihm aufgeblüht ist. Die Zentralisation der Produktionsmittel und die Vergesellschaftung der Arbeit erreichen einen Punkt, wo sie unverträglich werden mit ihrer kapitalistischen Hülle. Sie wird gesprengt. Die Stunde des kapitalistischen Privateigentums schlägt. Die Exproquateurs werden expropriiert. «(Mew 23, S. 790)
5 “Ihr Untergang und der Sieg des Proletariats sind gleich unvermeidlich” (mew 23, S. 791, Fn 252)
6 cf. El Capital , pág. 856.
Fuente:
Classe, lutte de classe et déterminisme historique, Michael Heinrich