El artículo de Jacques Cotta, que recomiendo a todos que lean, es una reflexión sobre la naturaleza de los chalecos amarillos y su movimiento. Abre un importante debate y hace una significativa contribución a esta necesaria discusión. Por mi parte expongo aquí algunas reflexiones sobre las posibles consecuencias de este movimiento.
Conciencia de la fuerza colectiva
Un movimiento social, siempre debe ser recordado, ante todo cómo una experiencia colectiva en la cual individuos aislados toman conciencia de su fuerza una vez que están reunidos.
Una frase escrita por Karl Marx en el 18 de Brumario de Louis Bonaparte explica que pasa con la fragmentación social en la población: “Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer relaciones mutuas entre ellos… Unas cuantas parcelas forman una aldea, y unas cuantas aldeas, un departamento. Así se forma la gran masa de la nación francesa, por la simple suma de unidades. Para ser gráfico, si las patatas se juntan en un saco forman solo un saco de patatas que siguen aisladas una de otra”.
Muchos historiadores y sociólogos han coincidido con esta observación para referirse a diversos movimientos sociales de otros tiempos (desde la Revolución de 1789 hasta el movimiento contra los proyectos de Alain Juppé en 1995, pasando por supuesto por 1936 y 1968). Sin embargo, el movimiento social de los chalecos amarillos, tiene particularidades que aportan una experiencia colectiva a personas estaban a priori en las antípodas o separadas por sus intereses particulares.
La gran mayoría de los participantes que iniciaron este nuevo movimiento pertenecen a profesiones liberales, son pequeños comerciantes, pequeños empresarios, o son trabajadores “uberizados”, sujetos precisamente a la uberización del trabajo de la que tanto se ha hablado. Más tarde se le han sumado trabajadores y jubilados. El ambiente de vida de estas personas es de aislamiento en el contexto de su trabajo: es la llamada Francia “periférica”, compuesta por pequeñas ciudades y urbanizaciones construidas en el campo, analizada por Christophe Guilluy [3].
La existencia de estas poblaciones está marcada por una importante ausencia de servicios públicos, que dejan a estas personas dependientes de sus medios de transporte individuales. La combinación del aislamiento en su actividad productiva y del aislamiento del lugar de su residencia produjo que estas personas sean prácticamente “invisibles” pero también las saco de la vida política y asociativa. Y aunque mucho se ha dicho sobre la votación de Marine Le Pen en estos sectores, lo único cierto y verificable es que una gran mayoría de estas personas han sido abstencionistas.
El movimiento los puso en contacto con otras personas. Las famosas ocupaciones de las “rotondas” (que el Sr. Castaner desea desalojar) han sido lugares fantásticos de reunión y construcción de una identidad política colectiva. Como es lógico las decisiones en estas rotondas no todas fueran consensuadas. Existen – como en todos los movimientos– divergencias de opinión entre “los más combativos” y los más “moderados”.
Las diferencias y discrepancias son normales en todo movimiento, pero la existencia de estas diferencias es posterior a la experiencia colectiva que a los chalecos amarillos les ha dado una particular identidad. También han experimentado la fuerza del movimiento, una fuerza que ha doblegado a un gobierno que se había mostrado hasta ahora intratable, ya sea en las “reformas” del Código de Trabajo o en la transformación de Ferrocarriles del Estado.
Sin embargo, las victorias obtenidas, aunque sean insuficientes, son sustanciales en comparación con lo que han logrado la lucha contra de la ley laboral o de los trabajadores ferroviarios. Estas victorias también han socavado la capacidad de Emmanuel Macron y su gobierno para abordar las pensiones y el seguro de desempleo.
Los chalecos amarillos son los primeros, y por el momento los únicos, que han descarrilado el programa neoliberal en Francia. Sus victorias, incluso parciales, tienen un poder de aceleración sobre otras reclamaciones. Esto es así ya, con las reivindicaciones de la policía y, ocurrirá mañana con otros sectores sociales.
El resurgimiento de la cuestión social
A esto hay que añadir un segundo punto importante: el movimiento de los chalecos amarillos ha provocado el resurgimiento de la cuestión social como un tema importante de la política. Recordemos lo que debatíamos en septiembre: pasamos de la reforma constitucional a la reforma de las pensiones. El movimiento ha vuelto a poner la cuestión social, y dentro de ella la cuestión de los salarios, en el centro del debate.
Por supuesto, la cuestión social nunca ha sido completamente dejada de lado. Las manifestaciones contra la primera “ley laboral” (Khomri), la de los trabajadores del ferrocarril o las acciones contra la segunda “ley laboral” mostraron la permanencia de esta cuestión. Pero la lucha por el poder de compra, contra la pobreza (en que viven millones de franceses) había sido eclipsada, incluso reemplazada por cuestiones como el “matrimonio entre él mismo sexo”.
De manera más general, (y aquí debemos volver al primer gobierno de Jacques Chirac y a la movilización contra la reforma de Juppé) la cuestión social había sido marginada en el debate político. Por lo tanto, es una gran hazaña que los chalecos amarillos hayan logrado poner de nuevo en el centro de la vida política francesa la cuestión social.
La fuerte presencia de mujeres – que hicieron los primeros vídeos de los chalecos amarillos- como su decisiva actividad en las rotondas, también es un indicio de la profundidad de la cuestión social y de su urgencia actualizada.
Se dirá, y esto no es falso, que el movimiento es solo a una parte de los franceses. En efecto, los estratos sociales que forman la base de los chalecos amarillos son, hasta ahora, los “franceses invisibles”, los que trabajan, con frecuencia, al borde de la miseria, o los jubilados, cuyas condiciones de vida son cada vez más desastrosas. Estos “franceses invisibles” también son en su mayoría trabajadores precarios.
La irrupción de la escena política y en la escena mediática de estos “invisibles” ha tenido el efecto de una conmoción, y sus demandas han trastornado las agendas establecidas por las elites políticas. Esta conmoción y agitación se debe en gran parte al apoyo abrumador que el movimiento ha recibido de la opinión política.
El resurgimiento de la cuestión social también ha tomado la forma de una insurrección, pues la violencia acompañó muchas de las manifestaciones. No sólo hemos visto los llamados “rompedores” (que son pequeños grupos extremistas de derecha o de izquierda) cuya importancia ha sido aumentada por los medios, también hemos presenciado que la violencia ha sido una expresión vital de la enorme furia acumulada por estos “franceses invisibles”
Esta furia tomó por sorpresa al gobierno y al presidente de la República, obligándolo a retirarse del campo de batalla y a poner en práctica medidas que molestan a su sustento político (el gobierno tuvo que ceder contra la opinión de su propia mayoría parlamentaria).
Una vez más, hemos tenido la demostración que un movimiento social fuerte puede obtener importantes avances y que la violencia, cuando es legítima, de ninguna manera, distorsiona al movimiento.
¿Cuál es el futuro para los sindicatos?
El regreso a la centralidad política de la cuestión social se ha hecho, y hay que enfatizarlo, sin las organizaciones sindicales. Este punto es importante. No se trata de evocar “traiciones” – sean reales o supuestas – del liderazgo sindical, porque una explicación de este tipo no agota las respuestas.
Los sindicatos, no sólo se han debilitado por el desprecio de este gobierno, también se han desacreditado por las derrotas que sufrieron en movilizaciones anteriores. Todo esto es cierto, pero es insuficiente para explicar que está pasando.
Entonces, es necesario reconocer que entre los chalecos amarillos hay, relativamente, pocos empleados y, por lo tanto, pocas personas potencialmente sindicalizadas. Esto sin duda explica lo poco que pueden hacer los sindicatos ante un movimiento de este tipo. Sin embargo este punto tampoco explica por qué un levantamiento popular ha dejado fuera de juego a los sindicatos.
Sigamos con las hipótesis. Los sindicatos son organizaciones cuyo papel institucional tiene lugar en circunstancias “normales”, habitualmente en el espacio de las negociaciones colectivas. Pero el movimiento de los chalecos amarillos corresponde precisamente a una situación donde no existe esa “normalidad”. Por lo tanto, los sindicatos quedaron desfasados, como ocurrió en 1968, cuando comenzó la huelga general, y como sucedió en 1936.
Pero, vayamos un poco más lejos: la revolución rusa comienza en febrero con una manifestación espontánea de mujeres; una protesta a la que se oponen los sindicatos y los partidos de oposición (ilegales). En ese momento la desaparición, al menos temporal, de cuerpos intermedios como los sindicatos, fue una cuestión fundamental para el avance de la revolución.
Otra cuestión excepcional en los chalecos amarillos es su gran desconfianza, incluso su oposición, en principio, a los cuerpos intermedios. Naturalmente, refleja tanto los fracasos de los sindicatos, como el hecho que muchas personas nunca se han sindicalizado. Sin embargo, más allá de esas desconfianzas, existe un inmenso deseo de auto organización y de democracia directa.
Uno de los posibles resultados de los chalecos amarillos es el nacimiento de nuevas organizaciones; mitad sindicato (cuando aborden cuestiones que tradicionalmente pertenecen a la cultura sindical), y mitad política (como una reacción de insatisfacción ante los partidos políticos existentes).
La forma de estructuración espontánea, alrededor de las rotondas, indica un fuerte sentimiento basista y confiere al movimiento una buena parte de su capacidad de recuperarse, para prolongar de esta manera, la movilización a lo largo del tiempo.
Ciertamente, no es casual que el Ministro del Interior se haya dirigido específicamente a la organización alrededor de las rotondas. Más allá de los problemas de seguridad, que existen pero que se utilizan como pretexto, está el miedo del Ministro del Interior a una nueva forma de organización capaz de arraigarse en el pueblo.
Razones para un impacto duradero
Por lo tanto, hoy está claro que el movimiento tendrá un impacto duradero en la sociedad francesa. Esta evidencia es aceptada incluso por la mayoría de los editorialistas en la prensa oficial . Pero, más allá del lugar común, es necesario cuestionar las razones subyacentes de este impacto o, más precisamente, las diversas formas que tomará este impacto.
La primera razón, como se ha dicho, es que individuos anteriormente aislados descubren que en común poseen una fuerza capaz de doblegar un gobierno. La comparación entre este resultado y los fracasos de movimientos sociales anteriores es simplemente espectacular. Incluso si este movimiento se divide, lo que en cierto modo es posible, esta memoria y esta lección permanecerán en la conciencia colectiva.
En los próximos años, experimentaremos el mismo nivel de actividad política y social que conocimos después de mayo de 1968. Sin embargo este nivel adquirirá nuevas formas porque, a diferencia de mayo del 68, hoy no hay organizaciones (partido o sindicato) capaz de supervisar la actividad de los chalecos amarillos.
El segundo tema está referido a un aspecto más profundo en la historia social del siglo XIX y principios del siglo XX. El movimiento de los chalecos amarillos, a través de la experiencia de las rotondas, ha regresado a formas de organizaciones horizontales y locales.
No se debe olvidar que en los inicio de los sindicatos, existía una cantidad de conflictos entre los partidarios de una organización horizontal (las mutuas de trabajo) y los defensores de una organización más vertical, por ramas de actividad. Esta segunda tendencia fue ganando terreno gradualmente, y hoy en día todos los sindicatos trabajan principalmente a través de federaciones por actividad.
Esta forma, era necesaria en un momento en que la economía estaba organizada en torno a unas pocas ramas que formaban el corazón de la actividad productiva (construcciones, minería industrias mecánicas, del automóvil, etc.). Hoy en día esto no es así. Esta forma de organización está probablemente desfasada o al menos es claramente insatisfactoria.
Otro de los desafíos para el movimiento es mantener las estructuras locales, reuniendo a TODOS los trabajadores, independientemente de su actividad o de su estado. Las federaciones sindicales actuales deben tomar nota de este cambio y comprender que deben dar paso a otras formas de asociarse, en las que los nuevos activistas sociales van ha participar legítimamente en su organización. El impacto de los chalecos amarillos se sentirá, de todas maneras, en los centros sindicales. Estos tendrán que estar a la altura o desaparecer.
La tercera razón radica en el surgimiento de una voluntad de democracia directa. Todo el mundo en Francia ha notado la importancia cardinal que tiene para los chalecos amarillos el Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC). Esto dice mucho sobre la situación de la sociedad actual.
El descrédito que hoy golpea a la democracia representativa es profundo. Uno debe ya preguntarse si no es irremediable. Su origen radica en la gran similitud de programas y acciones de partidos de “derecha” y de “izquierda” en el marco vinculante de la Unión Europea y el euro. Lo que algunos llaman el “partido único del euro”.
La expresión más descarada de esta similitud fue cuando diputados y senadores de “derecha” y de “izquierda” votaron en el Congreso la ratificación del Tratado de Lisboa, que recuperó el texto rechazado por una gran mayoría ciudadana en el referéndum de 2005 realizado en Francia.
Esto es un pecado que la clase política francesa no ha terminado de expiar. El RIC plantea una oposición frontal con esta “clase política” que se comporta cada vez más como una casta. Por tanto, cada nuevo ataque contra el RIC solo puede reforzar la voluntad de la gente por fórmulas de democracia directa que trate temas que NO estén limitados de antemano por las élites.
Cualquiera intención de controlar indebidamente la agenda política refleja, de hecho, un sentimiento profundamente antidemocrático [7]. El campo abierto por el RIC no debe ser limitado por adelantado. Al contrario, debe dar lugar a un debate real y la campaña no debe ser inferior a 3 meses.
La realización del Referéndum de Iniciativa Ciudadana delimitará el grado de oposición que hará la “clase política” al movimiento de los chalecos amarillos. Pero, dado el apoyo que sigue disfrutando este movimiento, en la opinión pública, la reacción de las élites parece propensa a ser una lucha sin perspectiva.
El movimiento de los chalecos amarillos no ha terminado. Sus formas evolucionarán. Se plantearan cada vez más la cuestión de la Unión Europea y al euro. Pero su impacto ya es considerable en la sociedad francesa, tanto en las instituciones como en la vida política.
La única incertidumbre radica en el tiempo que tomará el movimiento para cristalizar los cambios que ya ha producido.