La experiencia política chilena de los últimos años ha sido un verdadero laboratorio de las posibilidades de revuelta y emancipación en este siglo XXI. Primero una insurrección de nuevo tipo, que desbordó ampliamente a la izquierda organizada en términos de demandas y lenguajes. Después, las tentativas de “traducir políticamente” la sublevación a través de la presidencia de Boric y del proceso constituyente, cuya primera propuesta de nueva Constitución progresista fue rechazada rotundamente en referéndum.
Los claroscuros de la experiencia chilena son, por tanto, un espejo en el que puede mirarse e interrogarse toda voluntad política de ir más allá del neoliberalismo. En conversación con Pierina Ferreti, directora ejecutiva de la Fundación Nodo XXI, centro de pensamiento de la izquierda chilena, recorremos cada uno de estos momentos, sus potencias de liberación, sus límites y sus paradojas.
Octubre insurrecto
¿Contra qué se levantó la revuelta de octubre de 2019?
Es una pregunta clave hasta el día de hoy y me parece que tenemos que volver una y otra vez a ella porque allí se cifran claves fundamentales para leer la sociedad chilena actual. Con la perspectiva siempre parcial pero algo más decantada que dan estos tres años que han pasado desde el 2019, diría que la revuelta se levanta contra la experiencia de la desigualdad en el Chile neoliberal. Una desigualdad que se siente en la vida diaria. En el trabajo, en el trato, en la salud, en la justicia. Fue una revuelta del malestar acumulado con esa experiencia cotidiana.
Diría que la revuelta se levanta contra la experiencia de la desigualdad en el Chile neoliberal
La educación es un buen ejemplo. “Estudiar para salir adelante” ha sido un elemento central en el Chile contemporáneo. La matrícula universitaria se ha multiplicado desde los años 90, pero no ha crecido bajo un concepto de educación pública, masiva, integrada a una estrategia de desarrollo, sino siguiendo lógicas de mercado. Por eso, en este aumento del ingreso a la educación superior ha habido un enorme esfuerzo personal y familiar, en un país donde el valor de una carrera universitaria es tremendamente elevado, y para muchos jóvenes el endeudamiento es la única vía para poder pagar la educación superior. Entonces hay un Chile mayoritario, que se ha forjado por la experiencia neoliberal, y que se levanta contra sus promesas incumplidas. A este Chile, que aún nos falta caracterizar mejor, algunos le hemos llamado “nuevo pueblo” para distinguir su actual composición de las figuras clásicas del campo popular del siglo XX: el obrero industrial, las capas medias creadas al calor del Estado desarrollista.
Por otra parte, hay un componente de rechazo a las condiciones de “inseguridad vital” que se generan en una sociedad donde todas las áreas de la vida social han sido mercantilizadas, donde no existen derechos sociales universales ni servicios sociales públicos de calidad, que generen confianza y experiencias virtuosas de protección social ante enfermedades o la vejez. En Chile todo el mundo sabe que una enfermedad puede desmantelar económicamente a una familia. Todo el mundo sabe también que su jubilación será insuficiente. A esto se suman las condiciones precarias de trabajo, los bajos salarios, los elevados niveles de endeudamiento para financiar costos básicos (pagar la compra del supermercado o un procedimiento médico con tarjeta de crédito, por ejemplo).
La revuelta se levanta igualmente, y esta es otra hebra, contra las élites políticas y económicas, su desconexión con el Chile mayoritario y su ninguneo clasista. Como se sabe, la revuelta comenzó con el aumento de la tarifa del metro en Santiago, la capital del país, con un movimiento de acción directa de estudiantes secundarios de evasión del pago del pasaje y saltos a los torniquetes que rápidamente se tornó masivo. Pocos días antes de que todo reventara un ministro del gobierno de Piñera le recomendó a la población “levantarse más temprano”, porque antes de las 7 de la mañana la tarifa es un poco más barata. El consejo del ministro era clara muestra de la desconexión de las elites, que no tienen idea de lo deprimente que puede ser viajar diariamente durante horas en transporte público para ir a trabajar y volver a la casa. Experiencia de millones de habitantes que viven en las periferias y que todos los días destinan horas de su vida a trasladarse de ida y vuelta de sus trabajos.
¿Cuáles fueron las expresiones y los gestos, los lenguajes y los afectos principales de la revuelta?
Los lenguajes de la revuelta fueron una mezcla de repertorios clásicos como barricadas, cacerolazos y canciones de “la nueva canción chilena”, como “El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara (que se transformó en un himno), con elementos completamente nuevos como personajes de animé y consignas poco “izquierdistas” como “Chile despertó” o “No son treinta pesos, son treinta años”. Sobre todo al comienzo de la revuelta, no había banderas de partidos ni sindicatos. Flameaban más bien las banderas de los principales equipos de fútbol, la bandera mapuche y la bandera chilena. El paisaje era muy distinto al de las movilizaciones de las décadas anteriores por la educación, por las jubilaciones o por temas medioambientales. El tipo de personas que tomó las calles excedía con creces el activo de izquierdas y su cultura, iconos, banderas y lenguajes, si bien al poco tiempo todo se mezcló. Víctor Jara con el “perro matapacos”, la “tía Pikachu” con “El baile de los que sobran”. Lo que me interesa remarcar es que en los momentos de mayor masividad el paisaje era más parecido a una celebración popular que a un mitin de izquierda.
En los momentos de mayor masividad el paisaje era más parecido a una celebración popular que a un mitin de izquierda
La sensación en este tiempo era de fiesta y de guerra. Por cuadras y cuadras había música, bastante cerveza, bailes, performance, comercio popular con variado merchandising de la revuelta (banderines, imanes para el refrigerador con imágenes o ilustraciones, chapitas, etc). En los bordes, y en los barrios populares, un duro enfrentamiento con la policía, una represión brutal. Guerra y fiesta al mismo tiempo.
¿Cómo la viviste tú?
La revuelta ha sido la experiencia política más intensa que me ha tocado atravesar. Luminosa y al mismo tiempo abrumadora, aturdidora. En todos los procesos anteriores de movilización social de los que fui parte, bastante masivos algunos, la izquierda, en un sentido amplio, estaba en la conducción y convocaba. Yo provengo de las luchas estudiantiles, siempre lideradas por organizaciones y con cabezas visibles. Sin ir más lejos, en el Gobierno actual están todas las cabezas del movimiento estudiantil de hace diez años. En la revuelta nada de eso fue así. Fue un estallido completamente espontáneo, sin líderes, sin conducción, sin oradores, sin representantes. El movimiento de masas más impresionante de las últimas décadas ocurría sin la izquierda a la cabeza. Mi sensación era de asombro, nunca había estado en medio de una multitud de esa envergadura, y esa fuerza y esa energía se sentía, te sacudía, pero también me agarraba una sensación de desconcierto y de estar “sin lugar”. Sobre todo los primeros días, sentía que nosotrxs, “la izquierda”, no teníamos lugar.
Es verdad que rápidamente toda la izquierda existente, la social y la política, se activó y se puso a trabajar. Los abogados a defender a las víctimas de violaciones de los derechos humanos, muchas organizaciones sociales (sindicales, feministas, ambientalistas) se juntaron en un conglomerado que intentó traducir la revuelta en demandas concretas, las organizaciones territoriales se volcaron a organizar los barrios, los partidos a buscar un cauce político e institucional a la revuelta. Pero incluso todos esos esfuerzos ocurrían de manera paralela a la dinámica callejera que tenía su propia lógica
Boric y el proceso constituyente
Los “rebeldes” intentan prolongar siempre los ecos de la revuelta, inscribir sus huellas en la realidad efectiva, persistir en sus afectos y efectos. ¿Cómo se prolongó aquí el acontecimiento? Una de las vías fue el proceso constituyente.
La revuelta mostró ser muy tenaz y persistente. Comenzó en octubre de 2019 y todavía en marzo estaba activa. El 8 de marzo de 2020 fue el acto más masivo de los últimos 30 años. Cerca de dos millones de mujeres se reunieron solo en la capital del país. La pandemia hizo un corte bastante fuerte. El encierro fue muy estricto y acatado con bastante obediencia.
Efectivamente, una parte de la energía de la revuelta se prolongó en el proceso constituyente. Hay algo que es muy claro: sin revuelta no habría sido posible abrir un cerrojo que se mantuvo cerrado treinta años, acabar con la Constitución de la dictadura. Si la derecha cedió es porque la situación no daba para más. Pero también son ciertas dos cosas. Una es que la revuelta no se produce para cambiar la Constitución. No era una demanda inmediata. Las demandas eran materiales. El tema de la Constitución, en cambio, era un viejo tema para la izquierda, el centroizquierda y las minorías politizadas. Es cierto también que hoy, a pesar de todo, las encuestas siguen marcando una opinión favorable a una nueva Constitución. Pero lo que quiero poner de relieve es que no hay una continuidad automática entre revuelta y proceso constituyente, o, después, entre revuelta y gobierno de izquierda, aunque ni lo uno ni lo otro hubiera ocurrido sin revuelta. Lo segundo es que a la Convención Constituyente llega la izquierda organizada. Los representantes populares que surgen de la revuelta misma son muy pocos. Eso también marca una discontinuidad entre el “sujeto de la revuelta” con todas las comillas del mundo, y los representantes que llegan a la Convención.
Sin revuelta no habría sido posible abrir un cerrojo que se mantuvo cerrado treinta años
¿Cómo interpretas la victoria de Boric en relación al estallido de octubre? ¿Cómo valoras sus primeros meses de mandato?
El triunfo de Boric fue una mezcla de cosas y, probablemente, la más importante fue la movilización anti-Kast (el candidato de la ultraderecha), que llevó a las urnas en segunda vuelta a más de un millón de personas que no habían votado en la primera vuelta. Y en esto fueron clave las mujeres y los jóvenes populares de las grandes ciudades. Ahí estuvo la clave de la victoria de Boric. Buena parte de esa juventud popular estuvo de una u otra manera en el estallido, ya sea activamente en las manifestaciones, las barricadas o la primera línea, o de una forma más oblicua, quizás sin salir a la calle pero adhiriendo a las demandas y apoyando la movilización. Sin embargo, no hay una línea de continuidad completa entre revuelta y triunfo de Boric.
Este primer año, porque ya se va a cumplir un año en marzo, ha sido difícil. Hay cuestiones de contexto que son adversas: la crisis arrastrada por la pandemia y la generada por la guerra de Rusia contra Ucrania. A lo que se añade en Chile la crisis política abierta en octubre y no resuelta. Esto como elementos de contexto.
En el campo político, el Gobierno no tiene mayoría en el Congreso y además hay una alta fragmentación que dificulta la tramitación parlamentaria de los proyectos. Se prevén muchas trabas para las reformas estructurales que son parte del programa de gobierno, como la reforma de pensiones, la reforma tributaria, la reforma al sistema de salud, todas reformas que avanzan hacia una mayor redistribución de la riqueza y a mayores niveles de seguridad social, con elementos de solidaridad y universalidad. Será muy difícil el avance de estas iniciativas en el Congreso. Y si el Gobierno no cumple, la decepción será alta y el peso de ese fracaso lo cargará la izquierda.
Y por otro lado, ¿cómo interpretas el resultado del plebiscito constituyente? ¿Cómo se está pensando esta derrota del Apruebo?
Todavía estamos procesando la derrota intelectual y afectivamente, pero algunas cosas hemos ido sacando en limpio. Lo primero es que a pesar del resultado, que para las izquierdas fue una derrota dura, no puede soslayarse que la enorme participación electoral –votaron cinco millones de personas más que para la segunda vuelta Boric-Kast, eso es un incremento de 30%– nos muestra una foto, borrosa pero foto al fin y al cabo, de la sociedad chilena, sobre todo de esa mitad de Chile que hasta esta elección se había restado de los procesos electorales.
Lo segundo es que los números son inapelables. El 62% votó ‘rechazo’, lo que equivale a casi 8 millones de personas (pensemos que Boric obtuvo 4,5). Es una mayoría indesmentible. El rechazo ganó en todas regiones del país, entre hombres y mujeres, en la población indígena, hasta en la cárcel. Entonces la pregunta es qué pasó. ¿Por qué una Constitución plurinacional es rechazada por las naciones indígenas, por qué una Constitución que consagra derechos sexuales y reproductivos es rechazada por las mujeres, por qué una Constitución ecológica es rechazada en los pueblos que han sufrido más intensamente las consecuencias del extractivismo? Y así. Estamos todavía haciéndonos esas preguntas.
Me parece que hubo un desfase entre el corazón de la revuelta y lo que trascendió del texto
Habría que descartar que todo sea culpa de las fake news que instaló la derecha. Hubo guerra sucia, pero es imposible pensar que ocho millones de personas votaron manipuladas. Entonces me parece que hubo un desfase entre el corazón de la revuelta, las demandas de fondo, materiales, por derechos y seguridades, y lo que trascendió del texto. No digo que la propuesta no consagrara derechos y protección social, porque sí que lo hacía, lo que digo es que eso nunca se impuso en la disputa ideológica, no se constituyó como relato. A ese 62% que votó ‘rechazo’, descartando la porción de derecha que allí hay, la propuesta no le hizo sentido, no le pareció que abriera mejores perspectivas de vida, de bienestar, seguridad, mejoras materiales.
Y, en muchos casos, se sintió como amenaza. Amenaza a la propiedad individual de los fondos previsionales para dar paso a un sistema público y solidario; desaparición de la provisión privada de salud y de educación para crear un único sistema público y estatal. La propuesta no eliminaba ni la educación ni la salud privada, pero esas ideas se instalaron y minaron un aspecto relevante para muchas personas: la posibilidad de elegir, pagando, mejores servicios. Las nociones borrosas de lo que significa un Estado Social de Derecho se sintieron como amenazas. Hay que considerar que en Chile no hay memoria de derechos sociales universales. Salvo las vacunas, incluyendo la del covid, y algunas políticas públicas muy puntuales, todos los servicios sociales están atravesados por lógicas de mercado y lo público-estatal es para los que no pueden pagar y se asocia a malos servicios.
Entonces, en síntesis, de las muchas conclusiones que se pueden sacar, me parece que es posible plantear que hubo un desfase entre los anhelos populares que se expresaron en la revuelta y la propuesta de nueva Constitución y que en esto la izquierda tiene una buena cuota de responsabilidad. Que este desajuste se debe a un desconocimiento por parte de las izquierdas de una fracción importante de la sociedad chilena, de franjas populares, que al mismo tiempo que demandan protección social demandan libertad y propiedad. Ahí hay bastante que elaborar, cómo combinar y orientar esos elementos.
La fragilidad de la fuerza
¿Qué queda a día de hoy de octubre? ¿En qué podemos decir que la revuelta marcó un antes y un después?
La revuelta sí marca un antes y un después. Es el hito de aparición masiva del pueblo chileno contemporáneo, con la fisonomía social forjada en las décadas neoliberales. Un pueblo que no tiene mayores niveles de organización social y política, pero que tuvo la capacidad de sacudir al país completo y abrir un proceso político inédito que, es verdad, posteriormente no protagonizó ni condujo, precisamente por sus bajos niveles de organización. Es allí donde la izquierda debiera trabajar, si quiere enraizarse en la clase trabajadora del siglo XXI.
Para las élites queda, creo, el temor a un nuevo levantamiento social. Digo creo, porque me parece que esa conciencia de la crisis social, que era dominante en el 2019-20, se ha ido diluyendo para el campo político. No me atrevo a hablar de efectos irreversibles. Estamos en un momento en que las fuerzas de restauración están empujando con todo y con poca resistencia dado el estado de derrota del que aún la izquierda no sale. Entonces, lo que parecía irreversible no lo es y vemos reaparecer a los sectores más rancios de la derecha, que habían sido derrotados, y vemos cómo son capaces de imponer condiciones. Ahora bien, a pesar de la derrota en el plebiscito y de este despliegue de fuerzas restauradoras, queda esa experiencia colectiva de fuerza, de haber experimentado concretamente lo que es una revuelta social, las posibilidades que abre. Esa experiencia me parece que deja una memoria.
Queda también la experiencia de lo frágil que es todo, de que así como piensas que estás a un paso de consolidar una dirección transformadora y de salida del neoliberalismo, eso puede irse al carajo y puedes retroceder varios pasos. La experiencia de que la fuerza es también frágil.
FUENTE CTXT
7 de febrero de 2023