En el barrio de la provincia de Buenos Aires [Argentina] donde me crié, desde muy pequeño escuché un refrán popular en el que sigo creyendo: “los verdaderos amigos critican de frente y te cuidan la espalda, los falsos amigos te alaban de frente, pero si te das vuelta…”. Y es así. Lo corroboré muchas veces. En la vida barrial. En las amistades. Y también en la política.
La verdadera lealtad no significa decir siempre y a todo que “sí”. Recuerdo una vez cuando varios amigos cubanos me contaron la siguiente anécdota. Resulta que Fidel, en su apogeo, imponente, demoledor, encantador de serpientes, líder indiscutido de la revolución latinoamericana, hizo críticas públicas contra ciertos intelectuales cubanos. Entonces un joven alto, de cabello largo, conocido como Abel Prieto, levantó la mano y le dijo [aclaramos que no es una cita textual, sino de memoria]: “no, discúlpeme comandante, pero no es tan así como usted dice. En la historia de Cuba hay una larga tradición, desde Pablo de la Torriente Brau en adelante en la cual los intelectuales…” y el argumento continuó. Fidel se quedó escuchando. ¡No se enojó! No se ofendió. No tomó represalias. Ese joven fue, seguramente, uno de sus ministros de cultura más queridos por el comandante cubano. La grandeza de Fidel estaba, entre muchas otras virtudes, en que sabía escuchar.
Cuando la crítica se hace desde el compañerismo, desde la misma trinchera, con lealtad, transparencia y honestidad… no se ejerce para lastimar u ofender. Lo que se busca es el triunfo popular. ¡Muchas veces el criticado sale fortalecido! El mal amigo, el mal compañero, es el adulador. Oportunista, falso, tramposamente obediente, en el fondo no le importa si las cosas salen mal. Lo único que le interesa es “quedar bien” ante el poder de turno y acomodarse en términos personales. Esos oportunistas fueron, por ejemplo, los mejores obedientes, los más sumisos y serviles, en tiempos de la Unión Soviética. Sabiendo que las cosas andaban mal, no alertaron, aplaudieron. Cuando se derrumbó la Unión Soviética, se cruzaron de vereda sin ningún problema y fueron los capitalistas más acérrimos y los peores anticomunistas. Nada más despreciable que un converso. Carece de lealtad porque no tiene principios.
Este libro sobre la revolución bolivariana de Venezuela, sus dilemas, sus problemas, sus debates, sus dificultades —muy lejos nuestro, sobre las cuales no tenemos una información al detalle, debemos reconocerlo— tiene ese espíritu de la lealtad revolucionaria. Se olfatea desde el comienzo. Posee un tono polémico. No lo oculta. No disimula. Incluso quien lo lea, seguramente se asombrará de semejante transparencia, rara en política, donde muchas veces no se dice lo que realmente se piensa.
He conocido a uno de sus principales redactores, Roberto Carlos Palacios, desde hace casi dos décadas. La primera vez que lo vi, fue a una cuadra de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, donde participé casi una década, en el corazón de la ciudad de Buenos Aires. Me venía a invitar a dar un curso sobre el pensamiento del Che Guevara en la sede de PDVSA de Caracas. Con mucha amabilidad, lo rechacé. ¿Qué sabía yo del petróleo? ¿Cómo podía ir hasta Venezuela a hablar de algo que desconocía? Fue mi gran amigo y maestro, el cubano Orlando Borrego Díaz, amigo del Che Guevara, quien me convenció de viajar. “No te piden que hables del petróleo, Néstor, sino del Che. ¡Debes ir a ayudar!”. Seguí sus consejos y así conocí PDVSA de aquellos años. También pude conocer a la clase trabajadora del petróleo, en el Lago de Maracaibo, donde hacían trabajo voluntario.
Fui luego muchas veces a Venezuela bolivariana. Pude conocer en persona al comandante Hugo Chávez (¡para mí un honor!), quien se fotografió con un libro mío sobre “Gramsci para principiantes” cuando visitó Argentina. Años más tarde, conocí al Presidente Nicolás Maduro. Le regalé un libro sobre Bolívar y otro sobre Marx. Maduro los recomendó por la TV. ¡Otro honor!
En la izquierda argentina, fragmentaria, débil, sectaria, muchas veces miope, algunos me criticaron duramente. Me hablaron del “abrazo de Maduro” como si me hubiera abrazado el diablo. No tuve miedo en enfrentarlos. Timoratos y eurocéntricos, les molestaba el chavismo… pero no la socialdemocracia europea.
Para mí conocer ese proceso liderado antes por Chávez, luego por Maduro, me sirvió para crecer y aprender, para ampliar horizontes. Incluso pude revisar algunos libros míos escritos previamente, cuando no conocía de primera mano la experiencia bolivariana.
Como hace el autor de esta obra con algunas políticas oficiales, en su momento critiqué públicamente una decisión de Hugo Chávez. El comandante nunca se ofendió. Porque entre compañeros y camaradas, cuando el rumbo está seguro y la brújula no se despista, el intercambio de opiniones debe ser bienvenido. Cuando Chávez falleció (¿o fue asesinado por el imperio?), no pude parar de llorar durante días. Lo mismo le pasó a mis compañeros de trabajo, a mis amigos y amigas, a gran parte del pueblo argentino y latinoamericano. Perdimos un líder inigualable.
Luego de tantos años, de idas y venidas, Roberto Carlos Palacios me pide un prólogo. Me hubiera gustado poder trabajarlo con detalle. Razones personales sumamente dolorosas me lo impiden. Pero al menos, por la confianza que le tengo, porque me consta su lealtad a la revolución, al proceso bolivariano, al legado del chavismo, es que acepto escribirlo.
Desde el inicio la revolución bolivariana fue un inmenso “experimento”. Al igual que sucedió con la Cuba de los años ’60, por Venezuela circularon todas las corrientes de izquierda. ¡Las opiniones más diversas! Los partidarios del mercado y admiradores de la experiencia yugoslava, los defensores de la planificación socialista al estilo del Che, los creyentes en la economía mixta y la socialdemocracia. En Venezuela me he encontrado las vertientes más heterogéneas. ¡Esa es una de sus grandes virtudes y fortalezas!
Hoy el imperialismo apuesta a debilitar al gobierno del presidente Maduro, intervenir (a través de Colombia y Brasil, ambos con gobiernos extremistas de derecha) y voltearlo. Incluso un sector de la “izquierda” académica firmó, bochornosamente, una solicitada contra Venezuela. Me dio vergüenza ajena. De inmediato, firmé una contra solicitada en defensa del proceso.
Porque toda crítica, creo, pienso, siento, debe hacerse desde las filas revolucionarias. Sin concesiones al enemigo. Descreo absolutamente de esa “izquierda” académica que critica el proceso bolivariano a cambio de alguna beca, de un puestito, de 5 minutos en la TV del sistema.
Las críticas y opiniones polémicas que este libro contiene se dirigen en otra dirección. Son bien distintas. No le reclaman al proceso bolivariano que se “modere”, que “deje de ser autoritario”, en suma…que se vuelque de una buena vez a las filas pegajosas de la socialdemocracia y el neocapitalismo.
¡Al contrario! Aquí se propone una salida hacia la profundización del proceso bolivariano en camino al socialismo. De la mano de Chávez y el Che Guevara, esos “demonios” tan despreciados por la izquierda académica, oportunista, acomodaticia.
El libro puede ser incómodo. Es cierto. Incluso, por momentos, duro. Pero está escrito con voluntad revolucionaria. En el lenguaje popular argentino, una expresión poco académica lo resumiría así: “es un libro escrito con buena leche”. No para voltear a Maduro —como pretenden los gringos— sino para fortalecerlo. No para destruir PDVSA (apropiándose del petróleo venezolano), sino para fortalecerla. No para amigarse con los gringos, sino para tejer alianzas latinoamericanas antiimperialistas. Ojalá así sea leído.
Porque aun sin conocer en detalle muchas de las problemáticas aquí tratadas, no tengo ninguna duda. Como alguna vez dijera Fidel, haciendo escuela: “dentro de la revolución TODO, contra la revolución, NADA”. Venezuela y su heroico pueblo sólo se salvarán si se profundiza el proceso en alianza con el nuevo tiempo que viene anunciando Nuestra América. Cuando el neoliberalismo furioso de Macri por fin se apaga, cuando estalla Chile, cuando se incendia Ecuador, cuando se fortalece Evo Morales y seguramente Lula saldrá de la prisión. ¿Qué será de los regímenes contrainsurgentes de Colombia y de Brasil? ¿Qué quedará del Cártel de Lima? ¿Qué será del racista, misógino y desbocado empresario que gobierna la Casa Blanca? ¿Cuánto durarán? Es sólo cuestión de tiempo…