"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Relaciones de producción y conflicto capital-trabajo en la economía política

El paso del feudalismo al modo capitalista de producción en Europa Occidental supuso una vertiginosa transformación de las relaciones de producción y, en consecuencia, de las relaciones de clase; la producción y circulación de mercancías construyó “la relación de  producción básica en la que determinados productores de mercancías se vinculan directamente, estableciéndose de este modo para cada uno de ellos la conexión entre su actividad y la de todos los miembros de la sociedad” (Rubin, 1974:64). En vista de ello,  podemos afirmar que “el rasgo más importante del capitalismo es la producción de mercancías, es decir la producción no para uso directo sino para el mercado” (Bhaduri, 1990:16). Asimismo, la producción capitalista de mercancías es un sistema de producción de mercancías por medio de mercancías, pues la “riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos parece como un “inmenso arsenal de mercancías” y la mercancía como su forma elemental” (Marx, 2006:3). Mas, por otra parte, la producción de mercancías es una condición necesaria, pero no siempre suficiente, pues, como subraya Ernst Mandel, civilizaciones como la antigua Grecia o el Imperio Árabe desarrollaron la  producción de mercancías en pequeña escala, empero, la “producción de mercancías en estos modos precapitalistas de producción está entrelazada y en última instancia subordinada (en  primer lugar la producción agrícola) de una naturaleza claramente no capitalista” (Mandel, 1985:12). Ahora bien, aquello en forma alguna implica que las sociedades donde la  producción en pequeña escala es predominante, “las leyes que rigen el intercambio de mercancías y la circulación de dinero no influyan fuertemente sobre la dinámica económica” (Mandel, 1985:13). Por tal razón, Karl Marx hubo de investigar en aquello que definieron sus predecesores como la acumulación previa o acumulación originaria; el filósofo de Tréveris se refirió a la acumulación originaria como expropiación originaria, pues ésta se concibió como “una serie de procesos históricos que acabaron destruyendo la unidad originaria que existía entre el hombre trabajador y sus medios de trabajo” (Marx, 1978:212). En efecto, el punto cardinal del modo de producción capitalista es la separación entre los productores y sus medios de  producción. En consecuencia, el divorcio entre el trabajo y los medios de producción es el hecho objetivo de carácter histórico que constituye el trabajo asalariado como el modo social  predominante en el capitalismo y, por ende, configura la estructura de clases (Marx, 1978, 2006a, 2006b, 2006c; Mandel, 1985; Rubin, 1974; Bhaduri, 1990; Shaikh, 2006). Así pues, la propiedad privada de los medios de producción determina las relaciones de clase, esto es, la relación entre capital y trabajo. Ésta a su vez se presenta conflictiva, pues los intereses de clase son antagónicos, en la medida en que en el capitalismo “los organizadores de la  producción son en este caso capitalistas industriales, la expansión o contracción de la  producción, vale decir, la distribución de las fuerzas productivas, depende de ellos” (Rubin, 1974:280). Luego toda empresa privada es autónoma y, por consiguiente, el propietario individual e independiente velará por sus propios intereses, pues estarán sujetos a la ganancia futura o, en otros términos, están gobernados por “el apetito insaciable de ganar” (Marx, 2006a:109). Así pues, la propiedad privada se erige como la institución principal que moldea el resto de instituciones en el capitalismo, en especial el Estado, pues éste “es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legitima” (Weber, 2001:83). En efecto, el Estado, como Leviatán , garantiza la propiedad privada de los medios de  producción, pues concentra el monopolio de la violencia y la justicia, y con ello los intereses de una clase, la capitalista, son salvaguardados. En consecuencia, la propiedad privada determina las relaciones de clase; los productores desposeídos de sus medios de trabajo, es decir, los trabajadores, son ajenos a su producto, en tanto que el propietario dispone del  producto de su empresa para que éste se realice como mercancía en el mercado. En palabras de Isaak Rubin; “todo productor de mercancía elabora mercancías, esto es, productos que no están destinados a su uso personal, sino al mercado, a la sociedad” (Rubin, 1974:55). De este modo, no se comprenden las relaciones de producción capitalistas sin el fetichismo de la mercancía; el intercambio de mercancías en el mercado capitalista conecta a todos los  productores y propietarios individuales, redistribuyendo las fuerzas productivas. Consiguientemente, el intercambio de mercancías se muestra como variable indispensable en el proceso de reproducción, luego la actividad laboral de un individuo podrá influir en la actividad laboral de otro; “las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos  privados aparecen como lo que son; es decir, no como relaciones directamente sociales de las  personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas” (Marx, 2006a:38). Por lo tanto, la circulación de mercancías construye y conforma las relaciones de producción, pues las mercancías adquieren las propiedades sociales del valor y el dinero (Marx, 2006a; Rubin, 1974). El dinero no es un mero símbolo, ni tampoco una mercancía cualquiera, sino el equivalente general que regula el intercambio de mercancías, pues “las relaciones sociales de producción no están sólo simbolizadas, sino que se realizan a través de las cosas” (Rubin, 1974:60). Estamos frente a otro rasgo distintivo del modo capitalista de producción, a saber; los productores son libres de vender la única  propiedad de la que disponen, su fuerza de trabajo, pues están desposeídos, no solo de sus medios de producción, sino también de los medios de pago para adquirir los bienes que  permitan su propia subsistencia. El trabajador desposeído entra en competición con el  propietario de los medios de producción, en cuanto a que el primero está dispuesto a vender la única mercancía de la que dispone a cambio de un salario que cubra sus necesidades vitales y mejoré sus condiciones de vida, esto es, su capacidad de trabajo, mientras que el segundo busca una mercancía, la cual, al ser consumida le reporte valor, pues desea saciar su apetito de incrementar sus ganancias, y ésta será la fuerza de trabajo. Trabajador y capitalista entrarán en conflicto; el conflicto capital-trabajo es la competencia entre el propietario y el productor, entre el capital y el trabajo, entre el salario y la ganancia. Las relaciones de producción determinan la distribución del ingreso, esto es, “tiene una estructura de clase determinada por la propia estructura del modo de producción y está gobernada a mediano plazo por los intereses de clase de los capitalistas” (Mandel, 1985:105). Efectivamente, nos referimos a la lucha de clases, la cual se expresa como la  pugna distributiva por los aumentos de la productividad, pero ésta no es un producto exclusivo del capitalismo, pues ha estado presente en la historia de la humanidad, pero que adquiere en el modo capitalista de producción una determina forma; el conflicto capital-trabajo. En Marx, la lucha de clases no puede, en forma alguna, comprenderse sin el papel del Estado, pues éste “no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad tampoco es la realidad de la idea moral, ni la imagen y la realidad de la razón, como afirma Hegel” (Engels, 2010:242). El Estado, dice Vladimir Lenin, “es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase” (Lenin, 1978:7). El Estado no es autónomo, ni tampoco cautivo, del mercado. El Estado moderno, o sea el Estado capitalista, es la superación del orden feudal, pues nace del contrato social, de “la idea de que los hombres son los autores de su sociedad mediante un pacto originario, que a veces se desdobla en un pacto de asociación (civil) y un pacto de dominación (política)” (Althusser, 1974:26). Negar la naturaleza capitalista del Estado, equivale a incurrir en el error cabal de la economía neoclásica; la despolitización de la economía. En vista de ello, nuestro estudio se configurará del siguiente modo: en el apartado segundo, analizaremos las categorías del valor, el trabajo y el plusvalor en Marx, su relación con la teoría de Ricardo, y la crítica neoclásica. En el tercer apartado, examinaremos las aportaciones de Schumpeter y Kalecki en la economía política. Por último, extraeremos algunas conclusiones.

Valor, trabajo abstracto y plusvalor: marx, ricardo y la crítica neoclásica

Antes de Marx, la economía política estaba gobernada por la idea infundada de que la ganancia nacía de la diferencia entre el precio de mercado y el valor o, dicho de otro modo, la venta de la mercancía por encima de su valor; la economía política postulaba que el determinante del precio de la mercancía es el salario y, en consecuencia, la elevación del coste del trabajo encarecería los precios y, por ende, era obligado reducir los salarios para incrementar el margen de las ganancias (Marx, 1978:210). David Ricardo, antes que Marx, señaló la confusión que dominaba a sus contemporáneos:

Cuando se requiere más oro, éste subirá, y los sombreros bajarán de precio, pues mayor cantidad de ellos y de las demás cosas será necesaria para adquirir la misma cantidad de oro. Pero en el caso supuesto antes, decir que las mercancías subirán  porque suben los salarios es afirmar una contradicción indudable, pues nosotros decimos, en primer lugar, que el oro subirá en valor relativo a consecuencia del aumento de la demanda, y, en segundo lugar, que descenderá en valor relativo, porque subirán los precios: dos efectos que son absolutamente incompatibles  (Ricardo, 1973:84). Gran parte de los economistas contemporáneos de Ricardo se entregaron a la tarea de demostrar que la ganancia brotaba de un recargo sobre los precios de las mercancías o, en cualquier caso, de la venta de mercancías por un precio que excedía su valor (Marx, 1978; y 2006a). Nada más lejos de la realidad. La economía política no alcanzaba a descifrar la fuente de la ganancia. Solo Ricardo pareció acercarse a su origen; el economista inglés, al igual que su predecesor, Adam Smith, consideraba como la fuente del valor, el trabajo humano. Ricardo fue bastante claro a este respecto: “El valor de cambio de las cosas que  poseen utilidad tiene dos orígenes: su escasez y la cantidad de trabajo requerida para obtenerlas” (Ricardo, 1973:20). Efectivamente, cuando “hablamos, pues, de bienes, de su valor de cambio y de las leyes que rigen sus precios relativos, nos referimos exclusivamente a aquellos bienes cuya cantidad  puede ser aumentada por efecto de la actividad humana” (Ricardo, 1973:20). De esta cita, se desprende que el determinante del valor de cambio y, por ende, el precio, es la cantidad de trabajo humano requerido, así como el tiempo necesario para la producción. Los precios, por tanto, están regulados por los costes de producción, y no sólo por las curvas de oferta y demanda, pues los precios de mercado, constantemente cambiantes, gravitan alrededor de otros precios más básicos, los precios naturales o, en términos de Marx, los precios de  producción (Shaikh, 2009). Sin embargo, Ricardo quedó seducido por la teoría de los species-flow  de David Hume (Shaikh, 2009), esto es, la teoría cuantitativa del dinero. El economista inglés entró en contradicción, a saber; mientras que acertaba en su afirmación sobre los costes de producción como reguladores de los precios, se mostró, al mismo tiempo,  partidario del postulado de Hume, el cual establece que la cantidad de dinero en circulación determina el nivel general de precios (Ricardo, 1973). Marx rechazó aquel aserto por lo equivocado de su razonamiento:

La ilusión de que son, por el contrario, los precios de las mercancías los que dependen de la masa de los medios de circulación y ésta, a su vez, de la masa del material dinero existente dentro de un país, es una ilusión alimentada en sus primitivos mantenedores por la absurda hipótesis de que las mercancías se lanzan al proceso circulatorio sin precio y el dinero sin valor y que luego, allí, una parte alícuota de la masa formada por las mercancías se cambia por una parte alícuota de la montaña de metal (Marx, 2006a:82).

Es claro que el precio y, consecuentemente, el valor de cambio, no están determinados en exclusiva por las curvas de oferta y demanda, y aún menos por la cantidad de dinero, sino por la cantidad de trabajo que contiene una mercancía y los costes para su producción. En consecuencia, el equilibrio entre la oferta y la demanda no es resultado del azar, sino que está determinado por las condiciones técnicas de producción (Ricardo, 1973; Marx, 2006b, 2006c; Rubin, 1974). Queda preguntarse cuál es la fuente de la ganancia, cuál es su origen y de dónde brota. Ricardo había presentado a sus contemporáneos la clave para descifrar el enigma; la fuente de la ganancia se halla en el trabajo humano. La crítica de Marx al postulado sobre que la ganancia brota de un sobrecargo en los  precios, es contundente, como acertada: “Lo absurdo de esta idea se evidencia con generalizarla. Lo que uno ganase como vendedor, tendría que perderlo como comprador” (Marx, 1978:210). Marx profundiza más sobre esta cuestión en el primer volumen de El Capital:

Puede ocurrir que el poseedor de mercancías A sea tan astuto, que engañe a sus colegas B o C y que éstos, pese a toda su buena voluntad, no sean capaces de tomarse la revancha. A vende a B vino por valor de 40 libras esterlinas y recibe a cambio trigo  por valor de 50 libras. Mediante esta operación A habrá convertido su 40 libras en 50, sacando más dinero del que invirtió y transformando su mercancía en capital. Observamos la cosa más de cerca. Antes de realizarse esta operación, teníamos en manos de A vino por valor de 40 libras esterlinas, y en manos de B trigo por valor de 50 libras, o sea, un valor total de 90 libras esterlinas. Realizada la operación, el valor total sigue siendo el mismo: 90 libras. El valor circulante no ha aumentado ni un átomo: lo único que ha variado es su distribución entre A y B. Lo que de un lado aparece como plusvalía, es del otro minusvalía; lo que de una parte representa un más, representa de la otra menos. (Marx, 2006:117)

El filósofo de Tréveris lo deja claro; “nadie puede sacar de la circulación más valor del que metió en ella” (Marx, 2006:115). El recargo sobre los precios en forma alguna es la fuente de la ganancia. La producción de mercancías por medio de mercancía es una condición sine qua non para el capitalismo, por ello, debemos pasar de vender para comprar, M-D-M, a comprar para vender, D-M-D. No obstante, si se intercambian mercancías, o mercancías por dinero con un mismo valor de cambio, no se está creando más valor generando ganancia alguna. Por tanto, para que el dinero se transforme en capital, y el capital en ganancia, debe cumplirse, D-M-D’, donde . En vista de ello, debe existir una mercancía, la cual, mientras es consumida, genere valor. La ley objetiva del valor, esto es, la teoría valor trabajo, nos conduce al origen de esta mercancía; Marx, al igual que Ricardo, reconoce como fuente del valor el trabajo humano, puesto que “lo que determina la magnitud de valor de un objeto no es más que la cantidad de trabajo socialmente necesario, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción” (Marx, 2006a:7). Asimismo, la cantidad de trabajo socialmente necesario tendrá como unidades de medida “las distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc.” (Marx, 2006a:6), pues el tiempo de trabajo socialmente necesario “es aquel que se requiere para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y con el grado medios de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad” (Rubin, 1974:225). Se comienza a vislumbrar cuál es la fuente de la ganancia. Su origen debe estar en el trabajo humano. Por ello, Marx es más profundo en su análisis del trabajo humano, a saber; el trabajo humano encarnado en las mercancías es trabajo concreto y trabajo abstracto. El trabajo concreto es aquel que tiene un carácter técnico material, que en palabras de Marx, “representa capacidad productiva de trabajo útil, concreto” (Marx, 2006a:13). Es decir, “el trabajo útil rendirá una cantidad más o menos grande de productos según el ritmo con que aumente o disminuya su capacidad productiva” (Marx, 2006a:13). Por tanto, el trabajo concreto es aquel que se destina a la creación de los valores de uso, luego cuanto mayor sea la cantidad de valores de uso, mayor la riqueza material. Marx, sin embargo, señala el carácter diferente del valor de uso y el valor: “El mismo trabajo rinde, por tanto, durante el mismo tiempo, idéntica cantidad de valor, por mucho que cambie su capacidad productiva. En cambio, puede arrojar en el mismo tiempo cantidades distintas de valores de uso, mayores o menores según que su capacidad productiva aumente o disminuya” (Marx, 2006a:13). Riqueza y valor no son lo mismo. Ricardo ya hubo de señalarlo: “el valor difiere esencialmente de la riqueza, pues aquél no depende de la abundancia, sino de la dificultad o facilidad de producción” (Ricardo, 1973: 231). Marx, al igual que Ricardo, señala la diferencia entre el valor y la riqueza, por ello, establece que todo “trabajo es, de una parte, gasto de fuerza humana de trabajo en el sentido fisiológico y, como tal, como trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, forma el valor de la mercancía” (Marx, 2006a:13). Mas, Rubin advierte de la interpretación literal de esta cita, pues “Marx nunca se cansó de repetir que el valor es un fenómeno social” (Rubin, 1974:189). En efecto, el trabajo abstracto no se puede reducir a trabajo fisiológico, pues presenta una carácter social e histórico, esto es: “Si no nos quedamos con las definiciones preliminares que dio Marx en las primeras  páginas de su obras y nos dedicamos a rastrear el ulterior desarrollo de su pensamiento, hallaremos en la obra de Marx elementos suficientes para una teoría sociológica del trabajo abstracto” (Rubin, 1974:189). Si reducimos el valor analíticamente al trabajo abstracto, entendemos a éste en un sentido fisiológico. En cambio, Marx derivó dialécticamente el valor del trabajo abstracto, puesto que “el gasto de energía fisiológica como tal no es trabajo abstracto ni crea valor” (Rubin, 1974:190). El trabajo abstracto se contrapone al trabajo concreto, pues incluye en su definición las formas sociales de la organización del trabajo humano. Así pues, el trabajo “es social si se lo examina como parte de la masa total de trabajo social homogéneo o, como dice Marx con frecuencia, si se lo ve en términos de su relación con el trabajo total de la sociedad” (Rubin, 1974:195). No cabe la menor duda de que en Marx, el trabajo abstracto es la fuente del valor y, en consecuencia, “el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor” (Marx, 1978:209). Ahora bien, los precios de mercado oscilan a consecuencia de las fluctuaciones en la oferta y la demanda, pero en forma alguna determinan el valor de la mercancía, pues el  precio de mercado puede presentarse una veces por encima, y otras por debajo, del precio natural, pero de un modo u otro, acaban igualándose. Marx reconoce que “la oferta y la demanda tienen que tender siempre a equilibrarse, aunque sólo lo hagan compensando una fluctuación con otra, un alza con una baja, y viceversa” (Marx, 1974:209). Por tanto, las mercancías tienden a venderse por su valor, esto es, por su precio natural o, si se prefiere, por su precio de producción. El postulado que establece que la ganancia nace del recargo sobre los precios se hunde por su propio peso. El misterio parece llegar a su fin. Hemos dicho que el trabajo contenido en las mercancías es, por una parte, trabajo concreto y, por otra, trabajo abstracto. Hemos subrayado que el trabajo útil, concreto, crea valores de uso, riqueza, en tanto que el trabajo abstracto, por su carácter social e histórico, es la fuente del valor de la mercancía. Hemos advertido que en la esfera de circulación no se genera más valor que el ya existente. Ahora nos queda desvelar cuál es esa mercancía específica que cuando es consumida, genera valor. Recordemos que al referirnos a las relaciones de producción capitalistas, los productores se han visto despojados de sus medios de producción y, por ende, el trabajo es trabajo asalariado. Esto parece lógico, y carente de dificultad alguna en su compresión. Sin embargo, la economía política clásica no llegó a percatarse de lo siguiente: el trabajo no es una mercancía. Marx fue elocuente al respecto:

Después de analizar, en la medida en que podíamos hacerlo en un examen tan rápido, la naturaleza del valor, del valor de una mercancía cualquiera, hemos de encaminar nuestra atención al peculiar valor del trabajo. Y aquí, nuevamente tengo que provocar vuestro asombro con otra aparente paradoja. Todos vosotros estáis convencidos de que lo que vendéis todos los días es vuestro trabajo; de que, por tanto, el trabajo tiene un precio, y de que, puesto que el precio de una mercancía no es más que la expresión en dinero de su valor, tiene que existir, sin duda, algo que sea el valor del trabajo. Y, sin embargo, no existe tal cosa como valor del trabajo, en el sentido corriente de la palabra. (Marx, 1978:211)

Los cimientos de la economía política clásica se tambalean con estas palabras ya que lo que realmente vende un trabajador no es su trabajo, sino su capacidad de trabajo, su fuerza de trabajo. De aquí brota la ganancia, de la fuerza de trabajo, puesto que “para obtener valor del consumo de una mercancía, nuestro poseedor de dinero tiene que ser afortunado, que dentro de la órbita de la circulación, en el mercado descubra una mercancía cuyo valor de uso posea la peregrina cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese, pues, al propio tiempo, materialización de trabajo, y, por tanto, creación de valor” (Marx, 2006a:121). En efecto, esta mercancía específica es la fuerza de trabajo. Mas, Marx, anticipándose a sus críticos, subraya que el trabajador, al vender su fuerza de trabajo, cede temporalmente el derecho al propietario de los medios de producción de disponer de ella (Marx, 1978), porque es “necesario que el dueño de la fuerza de trabajo sólo la venda por cierto tiempo, pues si la vende en bloque y para siempre, lo que hace es venderse a sí mismo, convertirse de libre en esclavo, de poseedor de una mercancía en mercancía” (Marx, 2006a:121). Cuando nos referimos a la fuerza de trabajo como una mercancía, nos referimos a la capacidad de trabajo, a los servicios del trabajo, no al trabajador en su esencia.

La crítica moral a este aspecto tan fundamental del enfoque de Marx, ha tratado de impugnar el análisis marxiano, alegando que la fuerza de trabajo es una mercancía espuria,  puesto que los trabajadores no son mercancía alguna (Polanyi, 2007). Mas, la claridad del análisis de Marx sobre la naturaleza de la fuerza de trabajo como mercancía, no permite duda alguna al respecto; el mercado de fuerza de trabajo no es un mercado de trabajadores, puesto que si se vendiese la fuerza de trabajo sin límites de tiempo, entonces estaríamos hablando del restablecimiento de la esclavitud. Bajo ninguna circunstancia ocurre aquello, pues “algunas leyes continentales, -dice Marx-, fijan el máximo tiempo por el que una persona  puede vender su fuerza de trabajo” (Marx, 1978:211). Por ello, Marx lanza la siguiente  pregunta: “¿Qué es, pues, el valor de la fuerza de trabajo?” (Marx, 1978:213). A lo que enseguida responde: “Al igual que el de toda otra mercancía, este valor se determina por la cantidad de trabajo necesaria para su producción” (Marx, 1978:213). Ricardo conocía la respuesta, pero, paradójicamente, no alcanzó a descifrar la diferencia entre el trabajo y la fuerza de trabajo: “El precio natural del trabajo es aquel que es necesario, por término medio,  para que los trabajadores subsistan y creen una familia en que reproduzcan sin aumento ni disminución” (Ricardo, 1973:75). En efecto, el valor de la fuerza de trabajo equivale al valor de las subsistencias que consienten la reproducción de la fuerza de trabajo, y el mantenimiento de las familias de los trabajadores. Hemos descubierto la clave para desentrañar la fuente de la ganancia. El mercado de mercancías implica un intercambio de equivalentes, en la medida en que la “circulación es la suma de todas las relaciones de cambio que se establecen entre los  poseedores de mercancías” (Marx, 2006a:119). Pero, como advertimos, el intercambio de mercancías con un mismo valor de cambio, no genera nuevos valores, ni tampoco ganancia. Por ello, la fuerza de trabajo se presenta como la mercancía específica, puesto que en la “transformación de valor del dinero llamado a convertirse en capital no puede operarse en este mismo dinero, pues el dinero, como medio de compra y medio de pago, no hace más que realizar el precio de la mercancía que compra o paga, manteniéndose inalterable en su forma genuina, como cristalización de una magnitud permanente” (Marx, 2006a:121). Llegados a este punto, qué es lo que hace especifico a la fuerza de trabajo; el valor de la fuerza de trabajo, como indicamos, equivale al precio de los bienes salario y, en consecuencia, en una  jornada laboral de ocho horas, el trabajo necesario para reproducir el valor de los bienes de subsistencia será inferior a la jornada completa, pudiendo quedar reducido a cuatro horas de trabajo necesario. En consecuencia, “cuando el capitalista “consume” fuerza de trabajo en el proceso de  producción, el trabajador produce valor” (Mandel, 1985:49), pues el resto de la jornada laboral, o sea las cuatro horas restantes, se trata de trabajo excedentario que es apropiado por el capitalista en forma de plusproducto y plusvalor. El plusproducto y el plusvalor le corresponden al capitalista, puesto que el trabajador “como ha vendido su fuerza de trabajo al capitalista, todo el valor, o sea, todo el producto creado por él pertenece al capitalista, que es el dueño pro tempore de su fuerza de trabajo” (Marx, 1978:214). Por lo tanto, el valor de la fuerza de trabajo queda determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción, es decir, la reproducción de la fuerza de trabajo, pues el trabajador necesita “reponerse”. En vista de ello, el “consumo de la fuerza de trabajo es, al mismo tiempo, el proceso de  producción de la mercancía y de la plusvalía” (Marx, 2006a:128). Mas una parte de la cantidad de trabajo corresponde al equivalente del valor de la fuerza de trabajo, esto es, el salario, en tanto que otra parte corresponde a un valor por el que no se  pagó equivalente alguno; el trabajo excedente. Nos referimos, por tanto, al trabajo no retribuido, a la explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital. Por consiguiente,“cuando el capitalista vende la mercancía por su valor, es decir, como cristalización de la cantidad de trabajo invertido en ella, tiene necesariamente que venderla con ganancia” (Marx, 1978:217). Consiguientemente, la ganancia es el plusvalor metamorfoseado en el  proceso de realización de la mercancía, es decir, procede de la parte del valor de la mercancía materializado en el trabajo excedente. Asimismo, el plusvalor es la suma de la renta, el interés y la ganancia:

El monopolio del suelo permite al terrateniente embolsarse una parte de esta  plusvalía bajo el nombre de renta del suelo, lo mismo si el suelo se utiliza para fines agrícolas que si se destina a construir edificios, ferrocarriles o a otro fin productivo cualquiera. Por otra parte, el hecho de que la posesión de los medios de trabajo  permita al empresario capitalista producir una plusvalía o, lo que viene a ser lo mismo, apropiarse una determina cantidad de trabajo no retribuido, es precisamente lo que permite al propietario de los medios de trabajo, que los presta total o  parcialmente al empresario capitalista, en una palabra, al capitalista que presta el dinero, reivindicar para sí mismo otra parte de esta plusvalía, bajo el nombre de interés, con lo que el empresario capitalista, como tal, sólo le queda la llamada ganancia industrial o comercial (Marx, 1978:217).

En la explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital se origina la ganancia, pues el capital es una relación social entre personas que aparece como una relación entre cosas o  bienes, entre personas y cosas (Mandel, 1985). Por ello, Marx diferencia el capital en sus formas variable y constante; el capital variable representa la parte del capital total dedicada a la inversión de fuerza de trabajo, esto es, trabajo vivo. En tanto que el capital constante es aquel que se dirige a la inversión de medios de producción, o sea, maquinaria y materias  primas. La maquinaria representa el trabajo muerto, que no es generador de plusvalor, mientras que el trabajo vivo es la fuente de la ganancia; la reproducción ampliada de capital implica constantes revoluciones tecnológicas, que junto a la competencia real entre capitales, alienta a los capitalistas a incorporar máquinas para ahorrar tiempo de trabajo, pues se sustituye fuerza de trabajo por maquinaria, trabajo vivo por trabajo muerto (Marx, 2006b; Mandel, 1985). De este modo, el capital variable corresponde a una parte más pequeña del total del capital. La caída de los costes de producción, a consecuencia del aumento de la  productividad, se materializa en el descenso del valor de las mercancías. En efecto, el desarrollo de las fuerzas productivas entra en contradicción con las relaciones de producción. Las decisiones de inversión de los capitalistas se ven socavadas, puesto que la rentabilidad esperada, esto es, la tasa de ganancia esperada, se muestra decreciente, materializándose en crisis de acumulación. Por ello, se ponen en movimiento todas las medidas para contrarrestar esta tendencia, a saber; intensificación del grado de explotación, reducción del coste de los elementos del capital constante, desvalorización la fuerza de trabajo, superpoblación relativa y búsqueda de nuevos espacios de valorización del capital (Marx, 2006c; Mandel, 1985; Grossman, 1979). Este análisis de Marx sobre la naturaleza contradictoria del modo de  producción capitalista, fue soslayado por la economía neoclásica, la cual despolitizó todo el análisis económico. La crítica a Marx no tardó en llegar, a saber; los valores, a diferencia de los precios, no son algo observable, ni tampoco existe institución alguna que los determine,  por ello se trata de un concepto metafísico, y como tal, no es aplicable a la realidad (Morishima, 1977; Robinson, 1942; King, 2009). El economista austríaco, Eugen Böhm-Bawerk, fue el primero quien creyó haber derruido el edificio teórico de la teoría objetiva del valor de Marx (Mandel, 1985; Rubin; 1974) y, enconsecuencia, muchos han considerado la crítica de Böhm-Bawerk (Rubin, 1974), la refutación definitiva a la teoría de la explotación marxiana, pues los “argumentos de Böhm-Bawerk parecen a primera vista tan convincentes que podríamos decir osadamente que ninguna crítica posterior fue concebida sin repetirlo” (Rubin, 1974:113). El economista austriaco rechazó de plano la teoría objetiva del valor, prefiriendo desarrollar la teoría subjetiva, esto es, la escasez y la utilidad de un bien determinan su valor, pues para Böhm-Bawerk, “el sistema de Marx es un desarrollo lógico-deductivo, puramente lógico, de conceptos abstractos y su desarrollo inmanente, por el método de Hegel” (Rubin, 1974:143). Pero en eso se queda, porque se construye a partir de un erróneo punto de partida, a saber; que la fuente del valor es el trabajo humano. Sin embargo, la teoría subjetiva del valor ya había sido definida por Ricardo, pero el economista clásico la concretó para un cierto número de bienes, que por su rareza, sólo podían ser medidos por su escasez (Ricardo, 1973). No existe novedad alguna en la teoría de Böhm-Bawerk. La crítica contra la teoría marxiana gravita alrededor de la omisión que hizo Marx sobre la relación entre el precio de mercado, el precio de producción y las curvas de oferta y demanda. Los críticos de Marx señalan que soslayó los efectos de la oferta y la demanda en la determinación de los precios, pero, como dice Fredy Perlman, “Marx no se preguntaba qué es lo que determina el precio comercial; se preguntaba cómo se regula la actividad laboral” (Perlman, 1974:33). La crítica a Marx resucitó la teoría de la utilidad de Jean Baptiste Say, y la teoría de los precios determinados por la oferta y la demanda de Augustin Cournot (Pelman, 1974). Para la economía neoclásica, el valor nace de la utilidad de la última unidad comprada y consumida, es decir, la “utilidad marginal”, pues es el valor el que está determinado por la oferta y la demanda, y no al revés como señalaron Ricardo y Marx (Dobb, 1994; Rubin, 1974). La “teoría valor trabajo” de Ricardo fue vaciada de contenido y sustituida por la teoría subjetiva del valor, mientras que la teoría de Marx fue desplazada, olvidada, porque, según sus críticos, no respondía a la divergencia existente entre el valor y el precio de producción (Mandel, 1985; Rubin, 1974; Shaikh, 2006). La economía neoclásica redujo las relaciones sociales, a las relaciones entre los productores y los consumidores, al.homo economicus, al individualismo metodológico, porque, según Ludwig von Mises, la debilidad de la doctrina de Marx “consiste en que trata de clases y no de individuos” (Von Mises, 2003:151).

Relaciones de producción y conflicto capital-trabajo después de marx: schumpeter y kalecki 3.1. Schumpeter: competencia real y destrucción creativa

La hegemonía de la economía neoclásica relegó el análisis de Marx a un segundo plano; el enfoque marxiano fue desarrollado fundamentalmente dentro de los marcos disciplinares de la filosofía y la sociología, en tanto que las ciencias económicas se entregaron a la conformidad del análisis diferencial, puramente matemático, y alejado de cualquier concepción filosófica más allá de la interpretación que se hizo del individualismo metodológico de Immanuel Kant (Von Mises, 2003). La economía neoclásica negó la  posibilidad de que en el capitalismo pudieran sucederse episodios de crisis, pues el equilibrio general walrasiano garantizaba el ajuste automático a través de los precios, pero éste, olvidan los marginalistas, se alcanza bajo unas condiciones propias de una economía estacionaria (Myrdal, 1999).

 

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