Sin embargo, las depresiones son diferentes. En lugar de salir de una recesión, las economías capitalistas permanecen deprimidas, con un menor crecimiento de la producción, la inversión y el empleo que antes, durante un período bastante largo.
Ha habido tres depresiones de este tipo en el capitalismo: la primera fue a fines del siglo XIX en los EEUU y Europa, y duró más o menos entre 1873 y 1897, dependiendo del país. Durante esa larga depresión, hubo breves períodos de auge, pero también una sucesión de recesiones. En general, el crecimiento de la producción y la inversión se mantuvo mucho más débil que en el período de expansión anterior de 1850-73.
La segunda depresión fue la llamada Gran Depresión que duró desde 1929-1941 hasta la Segunda Guerra Mundial, principalmente en los EEUU y Europa, pero también en Asia y América del Sur.
La tercera depresión comenzó después del colapso financiero global de 2007-8 y la subsiguiente Gran Recesión de 2008-9. Esta depresión (como se definió) duró una década hasta 2019 hasta que pareció que las principales economías no solo estaban creciendo mucho más lentamente que antes de 2007, sino que se dirigían a una caída total.
Luego ocurrió la caída de la pandemia de COVID y la economía mundial sufrió una severa contracción.
Ahora, justo cuando las principales economías estaban saliendo tambaleándose de la pandemia, el mundo ha sido golpeado nuevamente por el conflicto entre Rusia y Ucrania y sus ramificaciones para el crecimiento económico, el comercio, la inflación y el medio ambiente.
Las contradicciones en el modo de producción capitalista se han intensificado en el siglo XXI. Ahora hay tres componentes. Está el económico: con la crisis financiera mundial de proporciones sin precedentes que se produjo en 2007-8, seguida de la Gran Recesión de 2008-9 (la mayor recesión económica desde la década de 1930).
Luego está el ambiental, con la pandemia de COVID como resultado del impulso rapaz del capitalismo por las ganancias que condujo a la urbanización descontrolada, la explotación de energía y minerales, junto con la agricultura industrial. Esto finalmente condujo a la liberación de patógenos peligrosos que antes estaban encerrados en animales en regiones remotas durante miles de años. Estos patógenos ahora han escapado a través de animales de granja y de (posiblemente) laboratorios para infectar a humanos con resultados devastadores.
Y no olvide la inminente pesadilla del calentamiento globalque cae sobre los pobres y vulnerables a nivel mundial.
En tercer lugar, existe la contradicción geopolítica en medio de la lucha por las ganancias entre los capitalistas en este período de depresión económica. Se ha intensificado la competencia entre las potencias imperialistas (G7-plus) y algunas economías que han resistido las pujas del bloque imperialista, como Rusia y China. En el siglo XXI, desde Irak hasta Afganistán y desde Yemen a Ucrania, los conflictos geopolíticos se gestionan cada vez más a través de la guerra. Y la gran batalla entre EEUU y China/Taiwán se acerca.
La Larga Depresión del siglo XXI puede haber comenzado en 2009, pero las fuerzas económicas que la causaron ya estaban en marcha de 1997 en adelante. Fue entonces cuando la tasa media de ganancia sobre el capital en las principales economías capitalistas comenzó a caer y, a pesar de algunos pequeños brotes de recuperación (principalmente impulsados por recesiones económicas y enormes inyecciones de crédito), la rentabilidad del capital permanece cerca de mínimos históricos.
Las ganancias impulsan la inversión en el capitalismo; por lo que la caída y la baja rentabilidad ha llevado a un lento crecimiento de la inversión productiva. En cambio, las instituciones capitalistas han especulado cada vez más con activos financieros en el mundo de fantasía de los mercados de acciones y bonos y las criptomonedas. Y el bloque imperialista busca cada vez más compensar la debilidad del ‘norte global’ explotando aún más al ‘sur global’.
Hasta ahora, hay pocas señales de que el capitalismo pueda salir de esta Larga Depresión, incluso si se resuelve el actual desastre de Ucrania. Para poner fin a la depresión se requeriría una limpieza del sistema económico a través de una recesión que liquide a las empresas zombis que reducen la rentabilidad y el crecimiento de la productividad y aumentan la carga de la deuda.
Además, parece como si las potencias económicas recalcitrantes como Rusia y China deban ser domesticadas o aplastadas para que las principales economías capitalistas puedan tener un nuevo soplo de vida. Esa es una perspectiva aterradora. La única esperanza de escapar del impacto de la Larga Depresión y de más guerras es la llegada al poder de gobiernos socialistas democráticos del pueblo trabajador, que puedan patrocinar unas verdaderas Naciones Unida para poner fin a las crisis económicas; revertir los desastres ambientales que se ciernen sobre el planeta; y lograr un desarrollo pacífico de la sociedad humana.