A doscientos un años de la promulgación de la Constitución de Cúcuta en 1821 volvemos a la frontera, que hoy nos separa o nos une a colombianos y venezolanos para analizar prospectivas políticas binacionales como un solo pueblo cuyos propósitos comunes los vio Simón Bolívar muy claro desde la orilla sur del Orinoco en la Angostura de 1819.
El prematuro fallecimiento de Juan German Roscio en las postrimerías del Congreso de Cúcuta, dejó neutro al magnánimo parlamento, que debía consolidar lo expuesto por Bolívar en su admirable discurso de Angostura, sin embargo la envergadura de un líder como Antonio Nariño le dio dignidad a la obra iniciada en 1819 al ser designado como Vicepresidente e instalar la constituyente en la hoy frontera.
A pesar de los tropiezos, en el Rosario de Cúcuta se volvieron a abrir los debates sobre asuntos cruciales para la consolidación de la República de Colombia, la educación, la esclavitud, la tenencia de la tierra, todos en función de la construcción de ciudadanía para un Estado nación en ciernes. En medio de una cruenta guerra apenas a pocos días de su desenlace en Carabobo y con parlamentarios poco inclinados a transformaciones estructurales.
Los legisladores, muchos de ellos propietarios, se concentraron en asuntos secundarios como pensiones, conversión de conventos en escuelas, casas de educación en las provincias, atención a las viudas, fijación de ciudades capitales, derechos de exportación, libertad de tributos a los indígenas, ley de honores entre otras minucias que eran de interés pero que no constituían debates para la estructura de una república radical continental tal y como lo había expresado Bolívar en sus escritos.
Las palabras iniciales del general de división Antonio Nariño ante aquel Congreso Constituyente fueron elocuentes y trasmontan los tiempos al hoy límite binacional: “Vosotros sois el grano fecundo que debe propagar en toda la República las luces que un feroz sistema de pacificación trató de apagar eternamente entre nosotros. Vosotros sois la tabla que escapada del naufragio debe salvar a los que hemos quedado con vida.”
Nariño habló al Congreso al término de un destierro y encarcelamiento en Cádiz en España desde 1814, de donde había sido liberado y regresado para remontar desde Angostura el Orinoco hasta Cúcuta y ser testigo en primera línea de los cambios que los libertadores propugnaban.
Nariño propuso entonces la necesidad de esa república radical que se quedó estancada durante doscientos años: “formas de gobierno, elecciones y medios del gobierno.” Así lo dijo en su discurso inicial para comenzar los debates sobre la transformación administrativa para salir del estado colonial a uno republicano, por la que han esperado los pueblos del sur durante dos siglos.
Así señala el derecho político del voto: “Todo ciudadano en el ejercicio de sus funciones debe votar, y todo el que vota debe tener opción a ser elegido. No tenemos, Señores, esta declaración y apartemos de nosotros esos principios consignados en muchas Constituciones, de medir el derecho de ser electo por la cantidad de dinero que un codicioso ha podido atesorar…” Imagino la cara de los propietarios terratenientes legisladores y dueños de esclavos en aquel parlamento de 1821.
Volver a la paz en Colombia, es volver a abrir las rutas que hace siglos no se abrían en la tierra de Nariño, reabrir los caminos binacionales es reencontrar la sociedad colombiana y venezolana en territorios comunes de desarrollo y prosperidad respetando la soberanía e integridad territorial de un espacio fecundo para la historia común es urgente.
Ahora debemos pasar de lo enunciativo a las concreciones puntuales de allí la necesidad que los estados y departamentos fronterizos viabilicen convenios y acuerdos que sustancian los intercambios comerciales, culturales, científicos, históricos binacionales, de allí la convocatoria a los intelectuales y pensadores colombianos y venezolanos para el reencuentro necesario. Lo mismo corresponde a los parlamentos de ambos países.
El camino para la paz en la frontera no estará exento de transitar un campo minado por el narcotráfico y el paramilitarismo como enemigos internos, algunas veces ocultos otra veces descubiertos, así como enemigos externos que constantemente asedian a Venezuela y Colombia que ha sido ocupada por bases militares norteamericanas.
La fe y voluntad de lucha de los movimientos sociales en ambos lados de la frontera para encontrarse permanentemente es un aliento para consolidar un territorio de paz y allí están sembradas las mejores esperanzas para cumplir los sueños integradores de Bolívar.
Aldemaro Barrios Romero
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