1. «Nos sentamos a hacer mecheros en la sala de la casa para alumbrarnos. Yo ya sabía que la vaina era pa’ largo. Era alrededor de las ocho de la noche. Mis dos hijos y mi hija, menores los tres, observaban casi sin respirar mientras su mamá nos ayudaba tratando de localizar una tela, algodón o cabuya en la oscuridad que nos sirviera de mecha. Cuando ésta ya estaba lista, en su lugar, la expectación de todos, coño, adrenalina familiar, porque no eran solo los carajitos que estaban hipnotizados con la vaina, era de película esperando a que en la oscuridad yo encendiera la mecha. Fue increíble, no podría describir la euforia de la familia. Los niños y la niña aplaudían riendo, hasta una lágrima creo que vi en la mejilla de Aurora, su mamá. Esa noche supimos que no podrían con nosotros.» José Antonio Tovar. Habitante de Petare.
2. «Cenamos esas noches sin luz. Los carajitos jugaron a echarse cuentos sin luz, le bajamos la fiebre a nuestra niña en la oscuridad. Nos bañamos sin luz. En la oscuridad, amamantamos al menor, se guió por el olor de la teta de su mamá, no necesitó luz. Resistimos sin luz. Sin luz, nos fuimos durmiendo, ese sueño del que está alerta, con las botas puestas, pues. Sin luz, nos despertó el cuerpo caliente de la niña; sin luz le pusimos sus trapitos y sin luz fue bajando la fiebre. En la oscuridad se hizo más firme nuestra resolución terca, intransigente, caribe, de resistir.» Julia Méndez. Barrio Bolívar, La Pastora.
3. «En mi barrio, en Charallave, hicimos una sopa con todo aquello que pensábamos se nos iba dañar por falta de luz. Hicimos un cruzado de cabeza de bagre, caparazones de pollo, tres pedazos de costillas de res, un poquito de verdura y bastante cariño. Para la noche volvimos a aprender a hacer mecheros. Escuchamos hasta música desde los teléfonos de los muchachos y hubo hasta quien se animó a bailar. Lo que ayer era una propuesta de ellos para la guerra, se convirtió para nosotros con esa sencilla resistencia, en la celebración de una pequeña gigante victoria.» Oktyabrina Hernández. Charallave, estado Miranda.
4. «El grupo familiar era de ocho personas. Todos alrededor de la fogata en el patio. Echábamos cuentos, discutíamos la situación política. Un radiecito a pilas nos mantenía informados. Los carajitos jugaban a lanzar ramas al candelero. Pendiente nosotros de que no fueran a arrojar al perro o al gato o fueran a incendiar el rancho. Hasta se armó un dominó trancaíto. La suegra comandando el grupo de cocina en el fogón, al fondo del patio, hablaba con una de las mujeres. Cómo estará haciendo esa gente en Caracas, carajo, que no tienen ni pa’ una leña o hacé un fogoncito. Tenemos un pozo, pero sin luz el motor no nos sirve de nada. Pero una de las ventajas de vivir en el campo es que siempre tenemos mucha agua almacenada en los pipotes. Me alegré de no estar en Caracas». Mauro Parra. Estado Trujillo.
5. «Los vi y escuché desde el balcón. Estaban en la placita de enfrente. No lo podía creer. Yo, coño, con una angustia y pa’ más vaina, solo en el apartamento y aquel grupo de gente, después de casi veinte horas sin electricidad, tocando tambor a rabiar y bailando entre risas y gritos. Tenían era la mega rumba encendía. Entendí algo, compadre: en estos momentos es que se nos sale el caribe primitivo, y además otra cosa: no se puede andar solo, mano. Que si no hubiese sido porque tenía que bajar como siete pisos me lanzo a drenarla con ellos». Armando Belisario. Urbanización Chacao.
[mks_pullquote align=»left» width=»300″ size=»24″ bg_color=»#722731″ txt_color=»#ffffff»]Se activó una solidaridad de guerra al saberse que el apagón era nacional y producto de un ataque[/mks_pullquote]
6. «El primer día fue sorpresivo y todo el mundo en sus apartamentos encerrado, pues no se sabía qué pasaba. Ese día dos amigas de Petare se quedaron en mi casa porque llegaron al Metro de Coche y estaba cerrado. Y pues, nada, en el apartamento hicimos cena, cotufas, prendimos el radio para ver qué pasaba y echando cuento. El segundo día, decidimos hacer mecheros para la noche, la gente se activó a buscar y cargar agua desde temprano, los chamos y niños jugando en el parque. Había como 100 carajitos y carajitas jugando pelota, bicicletas, futbol, aquí hay un parque infantil y de ejercicios. La gente compartiendo con los vecinos, siempre en calma. Fue bueno, con las panas cercanas, tomando café, y nos reunimos para hablar de la vida, en fin, esperando que todo se solucionara. Al tercer día, todo el mundo activado buscando agua conseguimos varias tomas, llegó el camión cisterna en la madrugada y, pues, ayudando a la gente. La verdad, como dicen todos, se tornó en un ambiente de solidaridad y apoyo vecinal. En esta situación en muchas personas afloró la solidaridad, la unión, el apoyo y no las miserias.» Belinda Aranguren. Urbanismo de Ciudad Tiuna.
7. «Cocinar con leña o a gas debido a la cantidad de personas. Pudimos unirnos varias familias y comer, estar juntos 11 adultos y 5 niños. Nos dimos cuenta que solos no íbamos a resistir y puse mi casa aquí en Cabimas a la orden. Recolectábamos entre todos y hacíamos comida para un gentío. Comprábamos entre todos agua, medicinas. Pero no era fácil tampoco. Tratamos de mantener la calma ante un abuelo de casi ochenta años desesperado por el calor, un niño recién nacido llorando; los opositores algunos se unieron a la solidaridad, otros solo se burlaban. Ludo, damas, dominó, barajas, la conversación sobre la situación política o chistes familiares. Todo en las noches, bajo la luz de las lámparas de querosén que hicimos cuando nos dimos cuenta que no sería una sola noche sin luz. Yo pienso que esto ha sido una enseñanza para prepararnos para lo que sea, inclusive para demostrar que no han podido quebrar lo más importantes de nosotros: la solidaridad en las chiquitas.» Rosanna. Barrio de Cabimas, estado Zulia.
8. «Dos días de pesadilla y no vi a nadie quebrado en las calles del centro de Caracas. La rapidez de los hechos, a veces, no permite darse cuenta de cómo resistimos. Con el apagón uno se dio cuenta de que tenía libros, personas para conversar a su alrededor, historias para contar, vecinos solidarios, comidas hechas como por arte de magia y, claro, que la radio se puede escuchar desde el celular. No tener luz lo lleva a uno a conversar más, a sentir la cercanía de quienes comparten la misma incertidumbre, a dedicarle más de una mirada al cielo. 24 horas sin noticias y el mundo, al parecer, sigue. Esa fue mi experiencia y aprendizaje.» Nathali Gómez. La Candelaria, Caracas.
9. «Todo el edificio, tenemos alrededor de 20 familias aquí, se reunió para hacer mecheros para que hubiese alguna luz durante la falla eléctrica. Que a ninguno le faltara. Aquí son 20 familias y se puede decir que de 20, 17 se armaron sus mecheros. Nos había llegado el CLAP el día anterior. A todas las familias. El que no tenía gas le cocinó la comida al otro. No tenemos gas directo, solo por bombonas. El edificio entero estaba como vivo, activo como si no hubiese oscuridad. Se activó una solidaridad de guerra, de contingencia al saber que el apagón era nacional y producto de un ataque. Habilitamos una radio para enterarnos de cómo iba la cosa. Solo un día hubo guarimba que se esfumó rápidamente, porque la gente prendió los equipos de los carros y salieron de sus casas y armaron sus rumbas, con música y guagancó. A los guarimberos no les quedó más remedio que recogerse. Los menores agarraron en el día la calle y era su cancha de juegos. De noche, junto a los vecinos del edificio, nos reuníamos y además de hacer recorridos de seguridad compartíamos con el ejército de chamos, juegos, cuentos. Aquí resistimos todos juntos o nos jodemos.» Andy Franco. Caracas.
10. «Una de mis hijas fue sorprendida por el primer ataque al sistema eléctrico saliendo de la Unearte con destino a Palo Verde. Caminando llegó a Los Palos Grandes donde una pareja de conserjes muy humildes le dieron acogida durante la noche solidariamente. Los que menos tienen, dan más.» Willians Moreno. Palo Verde, Caracas.
[Tomado de Misión Verdad]