Por Ángel Munárriz
Operación Tamames
Ramón Tamames, que a primera vista parece tan singular, tan único, tan excéntrico, en realidad tiene un punto tópico. Su trayectoria entronca con una tradición, la del excomunista agasajado por la derecha. Su figura, en apariencia sui generis, se corresponde con un rasgo emblemático de la derecha española. Y no sólo española, también europea. ¿Cuál? Su fascinación por los conversos, más bien su instrumentalización de los renegados.
El pasado izquierdista, sobre todo excomunista, ofrece alicientes a los partidos de derechas, que obtienen del mismo al menos dos ventajas: por un lado, el «yo estuve allí y conozco al enemigo desde dentro» da fuerza a la crítica a la actual izquierda; por otro, la adhesión de los exizquierdistas a las tesis de la derecha aleja el fantasma del extremismo y aporta transversalidad. Lo sabe Santiago Abascal, como lo saben Marine Le Pen y Matteo Salvini, que han usado este recurso en Francia e Italia. Lo saben también referentes de la derecha española fuera de los partidos como Federico Jiménez Losantos, que refuerza la credibilidad de sus diatribas contra la izquierda recordando su paso juvenil por el lado rojo. Es un caso de muchos.
Los fichajes de exizquierdistas tienen su complemento en una segunda conducta típica de las formaciones derechistas: la declarada admiración por los antiguos líderes progresistas –aquí no es necesario que estos hayan cambiado de chaqueta, sólo que se hayan moderado–, para tratar de hacer parecer disparatados a sus herederos.
De todo esto va también la moción de censura que comienza este martes.
La «transversalidad» de la deslegitimación del Gobierno
¿Por qué eligen un excomunista, si Vox abomina de la izquierda? En efecto, la dirección del partido y en especial Abascal consideran a la izquierda traidora a la patria y enemiga de la prosperidad. Pero, al mismo tiempo, la formación ultraderechista en absoluto rehúye a los que un día fueron de izquierdas pero, como Saulo de Tarso, se cayeron el caballo camino de Damasco y vieron la luz de la verdadera fe. La adopción de figuras que en su día lucharon en el trinchera rival suele venir acompañada de un análisis: la izquierda de antes sí era respetable, sí era patriótica, sí era decente, sí era democrática… no como la de ahora. Cualquier izquierda pasada, a ojos de la derecha, fue mejor.
Unas recientes palabras de Jorge Buxadé sintetizan este planteamiento. En un acto de partido en Huesca, el dirigente de Vox lanzó una mirada nostálgica sobre la antigua izquierda, al parecer en sintonía con el recto sentir del buen español. «Hubo un tiempo –proclamó– en que la izquierda defendía la justicia social y los derechos de los trabajadores, en que para ser sindicalista tenías que esforzarte, porque no tenías una subvención ni eras un liberado». A su juicio, la «lucha actual ya no es entre esos caducos valores de las derechas y de las izquierdas, sino entre un «frente globalista» y «aquellos que creemos que hay cosas que defender».
Es en esa nueva dicotomía en la que caben bajo el mismo techo Abascal y Tamames, de acuerdo con Vox «en lo esencial». ¿Y qué es «lo esencial»? Que este gobierno es antiespañol y dudosamente democrático. Cuando Tamames sostiene que España es una «autocracia», negando legitimidad al Gobierno, pone al servicio de este discurso su condición de viejo militante antifranquista. «Más allá de las diferencias, los discursos de Tamames y Abascal coinciden en un punto: la deslegitimación del Gobierno, que estaría en una deriva autoritaria. La elección de Tamames hace más transversal esa deslegitimación», explica el especialista en comunicación política Eduardo Bayón.
Vox –señala Bayón– tiene una apuesta estratégica por este discurso, que no vale sólo para la actual precampaña de las autonómicas y municipales o para la futura campaña de las generales, sino para un futuro hipotético en el que las derechas no lograran desbancar a Pedro Sánchez. «Es posible que su intención sea entonces llevar al país a un clima irrespirable mediante el discurso de la deslegitimación», señala Bayón, que añade que Vox necesita para ello que ese mensaje cale más allá de la derecha social.
Tamames no es el único exizquierdista que ha acabado en sintonía con Vox. Es más, hay figuras destacadas del partido con trayectoria en el campo contrario. Uno de los referentes intelectuales de Vox es José María Marco, miembro de Disenso, la fundación del partido. Filólogo, profesor en la Universidad de Comillas y colaborador de medios del arco conservador, Marco ha contado que abandonó su militancia en el PSOE espantado por el «sectarismo» de sus correligionarios. La de Marco es una de esas biografías funcionales al discurso de Abascal y los suyos: un izquierdista cabal que huye ante la deriva antidemocrática y antiespañola de la izquierda contemporánea. Vox no oculta, sino que difunde el pasado rojo de sus camaradas. «En su juventud fue miembro del Partido Comunista de Euskadi», publicita Disenso sobre Hermann Tertsch.
La antigua militancia izquierdista funciona como una prueba de idealismo temprano, pero también de madurez presente. En resumen, de evolución. De joven fui de izquierdas pero luego maduré, titula su último libro Toni Cantó, ex de UPyD y Cs y ex alto cargo de Isabel Díaz Ayuso (PP). Hoy presentador de un programa en una pequeña televisión, Cantó acaba de ser incorporado como profesor al Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (Issep), situado en la órbita de Vox. Aunque desde la izquierda Cantó sea a menudo visto como un derechista exaltado, desde la óptica de Vox viene de la izquierda sensata, como Rosa Díez.
Le Pen pesca en un sindicato
Guillermo Fernández, especialista en extremas derechas europeas, recalca que el interés de Vox por integrar a exizquierdistas «es un rasgo común a las derechas radicales» en todo el continente. Lo es en realidad desde la irrupción en Holanda de Pim Fortuyn, asesinado en 2002, que acreditaba una temprana militancia comunista. Autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional, Fernández pone dos ejemplos en Francia. El Frente Nacional, antecesor del actual Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, cuenta hoy entre sus filas con Fabien Engelmann, antiguo militante trotkskista y dirigente sindical, hoy alcalde de Hayange. Otro caso emblemático es el de David Rodríguez, que recaló en el Frente Nacional tras pasar por el Partido Socialista y el Partido de la Izquierda de Jean-Luc Mélenchon. De padre español y madre portuguesa, Rodríguez fue prueba del intento del lepenismo de incorporar como voz joven a un cuadro izquierdista con el valor añadido de su condición de inmigrante, otra clave de la «desdiabolización» del Frente Nacional.
El lepenismo, señala Fernández, sigue la estrategia de «incorporar a sus filas a cuadros de la izquierda, preferentemente de orígenes humildes, facilitándoles un ascenso rápido». El objetivo es doble. Por un lado, explica el sociólogo, se trata de quitarse la etiqueta de «extrema derecha». Por otro, permite sostener que «la izquierda realmente existente ha perdido a la cabeza y se ha entregado a la locura woke, mientras que los izquierdistas con auténtico sentido común se decantan por Agrupación Nacional».
El discurso según el cual la actual izquierda ha perdido el norte, en contraste con una pasada que sí lo tenía, puede observarse en espacios de agitación sociopolítica en España como NEOS, liderado por Jaime Mayor Oreja, que utiliza el lema «¿Nos hemos vuelto locos?». El exministro sostiene que la colaboración con dicha plataforma de Francisco Vázquez, ex alcalde socialista de La Coruña y ex embajador ante la Santa Sede, muy crítico con el «sanchismo», es prueba de su transversalidad.
A juicio de Guillermo Fernández, esos dos objetivos –intentar salir de la esquina de la extrema derecha y desacreditar a la izquierda real por comparación con una del pasado supuestamente más razonable– componen la lógica subyacente a la elección de Tamames.
El joven Salvini en un centro social ocupado
El historiador Steven Forti, autor de Extrema Derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla, coincide con Fernández en ubicar la instrumentalización de Tamames en toda una línea de actuación de las extremas derechas europeas, si bien estos trasvases son hoy un fenómeno «minoritario» en comparación con la anchura que alcanzó la pasarela comunista-fascista en los años 30. Empezando por Francia, el historiador recuerda que el vicepresidente del partido de Le Pen hasta su dimisión en 2017 fue Florian Philippot, proveniente de la izquierda nacionalista. Importante en el plano ideológico fue Alain Soral, creador del sitio web Égalité et Réconciliation, ex miembro del Partido Comunista francés y padre de la frase «Izquierda del trabajo, derecha de los valores», divisa de un fenómeno que en España se ha dado en llamar «rojipardismo».
¿Y en Italia? Forti afirma que la utilización de figuras provenientes de la izquierda por parte tanto de la extrema derecha –más de La Liga que de Hermanos de Italia– es un recurso usual, aunque no suelen ser de alto relieve político. Algunos ejemplos. El economista de izquierdas Alberto Bagnai fue el encargado de aquilatar el discurso liguista en su fase más euroescéptica. Sergio Landi, militante del PCI en Livorno, plaza emblemática del comunismo italiano, también acabó en las filas de La Liga.
Forti enmarca estos movimientos en un «sincretismo ideológico» que pretende «parasitar a la izquierda». Y recuerda una anécdota que es más que una anécdota: cuando La Liga abrió sede en Roma, en su tránsito a partido nacionalista de ámbito italiano, eligió la mítica Via delle Botteghe Oscure, donde el PCI tenía su cuartel general. Tampoco es casual que Salvini abra su autobiografía con una cita de Antonio Gramsci –»odio a los indiferentes»–, ni que cite al cantautor Fabrizio de André o al cineasta Pier Paolo Passolini. A veces es la propia experiencia del líder la que da el pedigrí. Salvini frecuentaba Leoncavallo, un centro social ocupado de la izquierda radical. Giorgia Meloni, proveniente del posfascismo y sin veleidades rojas de juventud como Salvini, recurre menos a estos guiños, pero también ha citado al cantautor Fabrizio de André e hizo lo propio con Bertolt Brecht para justificar su no a la investidura de Mario Draghi, recuerda Forti.
La evocación de figuras significativas para los sectores progresistas en las artes o la intelectualidad suele servir para escenificar un contraste entre una izquierda ya pasada, que era talentosa, cabal y estaba preocupada por los derechos de los trabajadores, y una izquierda actual desorientada, inculta y encastillada. Es un recurso usual en Vox. La antigua diputada Macarena Olona, hoy fuera del partido, llegaba a citar a Julio Anguita. El que fuera alcalde de Córdoba tiene algo en común con los intelectuales y artistas citados para el caso italiano: estaban muertos, luego no podían objetar las alusiones.
Un locutor y un pseudohistoriador
El antiguo izquierdista de mayor peso en la derecha española es Jiménez Losantos. Ya fuera en los micrófonos de la Cope o, desde 2009, en Esradio, el locutor turolense ha sido el principal exponente de un estilo beligerante contra la izquierda, a la que presenta como aliada de «la ETA» incluso tras la desaparición de esta. Losantos trata desde su micrófono no de informar, sino de marcar el rumbo a la derecha. El locutor suele recordar que él fue de izquierdas durante el franquismo, «cuando costaba dinero». Ahora, según afirma, ser comunista es cosa de «millonarios». Tras pasar por Bandera Roja y el PSUC, su desenganche del comunismo se produce –suele contar– en 1976, tras un viaje a China. «Me vi en un campo de concentración contemplando a un chica que me gusta, que le gusto, y que la pueden fusilar al día siguiente… Me juré que sería enemigo eterno», ha afirmado Losantos, para quien el límite de lo aceptable en la izquierda estaría en las inmediaciones de Joaquín Leguina.
El pseudohistoriador Pío Moa, pope de la escuela revisionista sobre el franquismo que ha encandilado a amplios sectores de la derecha española, incluido José María Aznar, es otro caso emblemático de exizquierdista radical que pegó el bandazo y hoy es gurú en el campo contrario: comunista en su juventud, fue miembro de los Grapo. Defensor en muchos aspectos de la dictadura de Franco, Moa se apoya en su izquierdismo juvenil para intentar dotar de credibilidad a sus planteamientos, refutados por el grueso de la historiografía sobre el siglo XX.
Populares que votaron a Felipe González
¿Y el PP? El partido de Feijóo, menos dado a la provocación ideológica, rara vez reivindica figuras del comunismo, más allá del respeto convencional a los clásicos de la Transición. Ha habido altos responsables del partido con aventuras rojas, como Pilar del Castillo o Josep Piqué. Al igual que en Vox, son una minoría.
Una figura del campo progresista a la que sus dirigentes recurren con frecuencia es Felipe González, que no ha abandonado el PSOE pero sí es crítico con su línea oficial. Criticado por IU y Podemos, el que fue presidente del Gobierno de 1982 a 1996 es en cambio presentado desde la derecha que quiere parecer moderada como ejemplo de izquierdista juicioso. Feijóo afirma que lo votaba «por convicción». También lo votaba Esteban González Pons. Juan Manuel Moreno, ante la tesitura de responder con qué político de otro partido pasaría el día, dijo que González, por el que ha mostrado pública «admiración». Toni Nadal, tío y extrenador de Rafa Nadal, recién incorporado por Feijóo a la fundación Reformismo 21, lo ha dicho en su primera entrevista en Última hora: «Voté a Felipe González porque me parece un hombre de Estado».
Un «hombre de Estado». También presume de serlo Tamames, que va ya rumbo del atril a recordar que ayer luchó contra Franco y hoy contra Sánchez, presidente según Vox del «peor gobierno en 80 años».
FUENTE:INFOLIBRE
20 de marzo de 2023