Los rodeos y vicisitudes de la ofensiva imperial constituyen un síntoma más que evidente del trance que confrontan los gobiernos profundos para determinar las condiciones y los escenarios que decidirían, con base del poderío tecnológico, financiero y bélico de Estados Unidos, el desenlace de la guerra en escalada contra la sociedad venezolana. Desde siempre, se trata de un guerrerismo modelado por la disyuntiva de “la tragedia será terrible”, por la movilización de la imagen que activan el chantaje de la fuerza nuclear-militar que destruye Hiroshima y Nagasaki, bombardea por dos años a Yugoslavia hasta su desintegración y lacera recurrentemente la vida de Haití. En ese límite, el desolvido no es para tanto. La mutación de tal poder destructivo hacia modalidades o formas de guerra que tienen por objetivo final “la derrota del enemigo definiendo la pérdida de convicción”; esto es, mediante la aceleración y el incremento de un conjunto de presiones y de diversas líneas de ataque concentradas en puntos frágiles o vulnerables, con la finalidad de producir la desarticulación caótica de las sociedades, la disolución de toda resistencia y la absoluta deslegitimación de la figura social que ha sido construida como el enemigo; socialista, presidente y pueblo:
Después de tantos alegatos y de retórica impúdica, los blackouts significan el escalamiento de una forma de guerra que pretende determinar una situación de vale todo y de salvase de la tragedia que ya estamos en tiempo de la ignominia. Entonces, los tweets de Andrés Izarra, Juan Barreto, Javier Bardieu y demás, admiten que efectivamente existe el propio colapso o implosión política y humana de una entente que se reconvierte, en tanto un despotismo ilustrado de poca monta.
El relato de que los ataques al sistema eléctrico pudiesen haber sido evitados o que pudimos enfrentarlo en mejores situaciones, descarta el hecho de que la ofensiva imperial hubiese recorrido una similar trayectoria enfocada en una u otra sensible vulnerabilidad. Y particularmente se omite, que en todos los casos es imprescindible calibrar la confrontación ineludible con oleadas fascistas, guerreristas y reformistas. De esta manera, la diferencia radical, transparente en los blackouts, consiste en ese hueso atravesado en la garganta del imperio, que es el chavismo Real. Una historia alternativa de ese Real es un ejercicio de escenario infructuoso; y no se trata de esconder la crítica bajo de la mesa, sino de calar el horizonte socialista y antiimperialista definido por el Comandante Chávez. Ubicados en ese lugar, ciertamente han surgido los desencuentros que incluyen las traiciones y la nulidad de sabidurías domesticadas más que alborotadas.
Sí se perfilan los conflictos, borrando de la pizarra la diferencia política entre destruirse y autodestruirse tenemos en acción a las elites supremacistas de EEUU y la Unión Europea y a su aglomerado de retóricos guardianes. Descompasado del actual tránsito geopolítico, el poder del 1% de la población mundial confronta rigurosos problemas, para consolidar las fuerzas que aseguren definir la supervivencia de la economía mundo capitalista financiarizada. En esa dimensión del conflicto, las explicaciones facilonas, con premura y alta dosis de fatalismo obvian las dimensiones complejas de la transformación del sistema-mundo y la mutación geopolítica, desentonan, extremadamente, con el unilateralismo estadounidense, desentendiéndose así del verdadero rostro de los terroristas, intelectuales y operativos.
Los fracasos parciales del “golpe maestro”, van diciendo que no es lo mismo las operaciones de marketing que formatear una guerra, así se apele a los manuales de guerra molecular y de golpe blando. Por causa de tal impasse, de ningún modo sorprende los cortocircuitos discursivos de Eliot Abrams, y los “chispoteos” de la guaidonera con un curso express en delitos y crimines económicos-financieros, y de esa cualquier cosa que según Juan Martorano ya fue despedido. Ese dato de tan apreciado guerrillero comunicacional, no puede pasar desapercibido. La cofradía neofascista está consternada “porque las cosas no están saliendo como Esteban Prudencio expuso en aquella entrevista”; y se configura un recule, por ahora sigiloso, “ya que no somos intocables, metieron presos a Marrero y a Planchard”. He allí, la propia aflicción, el propio barranco por pérdida de convicción.
La especie guerrerista se concentra en Cúcuta, el 23 de febrero, con la creencia de que el entrompe de la ayuda humanitaria generaría la “derrota por falta de coraje, de certeza y temple del Presidente Maduro”. Empero, la verdad simple, se diluye en los cuartos de guerra y en la racionalidad de los “think tanks”: ha resultado demasiado alto el listón, la barrera política-ideológica y militar del pueblo venezolano para el chantaje de si no te rindes, te elimino. Esto es, los blackouts son el alcance del tiempo chavista, que efectivamente no rehúye la cita planteada por los gobiernos profundos de la corporatocracia. En ese horizonte, el gobierno revolucionario y las fuerzas chavistas estamos ante el aprieto y la responsabilidad ética de redimensionar, efectiva y eficazmente nuestras mejores alternativas. En el marco de un proceso que dinamice la transformación del Estado, de la activa movilización de las capacidades y potencialidades defensivas de la FANB (incluye las milicias populares) y del fortalecimiento de la conciencia del pueblo venezolano como del núcleo duro del chavismo, es menester:
La perseverancia en la movilización y fortalecimiento de las organizaciones de base del poder popular.
El mejoramiento de los dispositivos de protección social del pueblo.
La erradicación de los centros y enclaves de la corrupción
El redimensionamiento de los apoyos y de la solidaridad, a escala del continente y mundial.
El avance de propuestas económicas que potencien el valor de la moneda nacional y nulifiquen el impacto de la manipulación cambiaria y por tanto la hiperinflación inducida, y que posicionen el ámbito de la “Otra Economía, la formas productivas socialistas.
La consolidación de la política de paz y dialogo
Y no olvidar nunca jamás, que para Chávez “nuestra situación no es cualquier situación. Estaremos siempre bajo presión y presiones de todo tipo, aun cuando no lo queremos: presiones internas, presiones externas, presiones naturales, presiones económicas, presiones sociales, presiones políticas”. En ese espacio se define la línea roja del chavismo.