Por Juan Medina Figueredo
Lo encontré por primera vez entre finales de 1967 y principios de 1968, todavía la tempestad interoceánica del “mayo francés” no arrasaba las universidades del mundo, pero el giro del Partido Comunista de Venezuela (PCV) hacia el abandono de la lucha armada y su vuelta a la legalidad y la derrota de la insurrección armada en nuestro país prefiguraban el proceso de cuestionamiento interno y la división del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en fin eran tiempos de aislamiento, deserciones, delaciones y abandono de filas rebeldes y guerrilleristas.
Por incierta casualidad, muy joven pero mayor que yo, me detuvo con alguna pregunta e iniciamos amable conversación y trato en el cafetín de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo, frente a su patio andaluz y el busto de Miguel José Sanz.
Ninguna referencia previa entre nosotros, quizá tampoco sostuvimos conversación propiamente política, era un joven, posiblemente bisoño abogado, arrastrado por la resaca del viento de su Puerto Cabello natal y la simpatía de sus parientes, los hermanos Vadell, seguramente ya con su Editorial y el discurso y la escritura de la honradez y la irredenta rebeldía de Domingo Alberto Rangel.
Desconocía que venía de las ráfagas juveniles y universitarias del 23 de enero de 1958 contra la dictadura de Pérez Jiménez y su presencia en La Guaira en apoyo como militante universitario de la juventud del MIR (JMIR) al delatado y abortado golpe militar en Maiquetía contra Rómulo Betancourt.
Muy lejos también de noticias de los “Zepy”, sus canciones junto a José Luis Rodríguez y Estelita del Llano y sus ruidosos ensayos contra el silencio y la calma de sus vecinos en un apartamento de Coche, en Caracas.
Nos olvidaríamos de aquel inusitado encuentro y no tendría noticias suyas hasta 1972, tras la detención de José Amenodoro Romero Guanipa (“El compa”) a golpes y patadas de la policía en el terminal de buses de Campo Rico, en Petare. Tras comunicaciones con él, sin nunca vernos, a través del profesor de la UCV, Rafael Ramírez, interpuso un Habeas Corpus, recurso judicial de amparo en favor del “Compa” y logró su excarcelación del Retén de Catia, burlando todo ruleteo de la DISIP y la DIM, a través de un plan de rápida retirada y trasbordos sucesivos, tras los cuales recibí a “Lolo” y lo conduje hasta donde, armado, nos esperaba Julio Escalona en un refugio en El Ávila.
Agustín Calzadilla, afectado ya por una pronunciada espondilitis, fuerte curvatura en su columna vertebral propuso irse y establecerse con nuestro grupo armado en Petare. Consideramos que él cumplía una excelente labor en el puesto que ocupaba como nuestro defensor de derechos humanos y de los revolucionarios venezolanos, por lo que su petición fue rechazada de inmediato, con nuestras respetuosas consideraciones.
Agustín Calzadilla fue mi primer visitante en mi condición de prisionero recluido en el cuartel San Carlos desde julio de 1972, llegó acompañando a mi madre y mis hermanas. Me dijo: poeta, el partido te manda a preguntar qué necesitas. Ingenuamente, le respondí: sólo necesito una mujer. En su segunda visita me dijo: poeta, el partido respondió ¡que te hagas la paja!
Junto al abogado Pedro Hernández, fue mi defensor jurídico en mi declaración indagatoria por ante el tribunal militar. Por indulto presidencial de Rafael Caldera a fines de marzo de 1974, salgo en libertad, gracias a la movilización de profesores, estudiantes, organizaciones de izquierda en la Universidad de Carabobo y del Comité de defensa de los Derecho Humanos, presidido por Agustín Calzadilla , junto al activismo incansable de Norelky Meza y Carmen Key y las orientaciones de Jorge Rodríguez, en ese momento dedicado a fundar la Liga por los derechos del pueblo y el socialismo, más tarde Liga Socialista ( LS) y su periódico, Basirruque.
Nuevamente en Valencia, establezco mi hogar con María Elizabeth Méndez, me reincorporo a mis estudios universitarios y reinicio mis contactos con la clandestina Organización de Revolucionarios (OR); sufro un accidente automovilístico en la carretera de Güigüe y resulté gravemente herido, tanto como mis dos acompañantes, Frezia Ipinza, esposa entonces del psiquiatra Fredi Seidel y mi contacto clandestino, de identidad desconocida.
Tras mi recuperación física, Jorge Rodríguez me cita cerca de la Avda. Nueva Granada, frente a la escuela Gran Colombia, en Caracas, de allí en su carro a la UCV, escuela de Sociología, local del Movimiento Estudiantil de Unidad con el Pueblo (MEUP). Están pintando un cartelón grande con el nombre Liga Socialista; cuando lo terminan, lo traslado en el Dodge marrón de Jorge hasta la nueva sede de la LS en Altavista, en cuya fachada principal lo colocamos.
Mi nueva residencia, hogar de Agustín Calzadilla, su esposa de entonces, Nancy Jiménez y sus hijas, las niñas Livia y Carola. Integración al Comité Nacional de la recién fundada LS y su dirección clandestina, junto a Jorge, Agustín, Esther Macías y Oscar Battaglini.
La contraseña de emergencia en sus reuniones,” los ejes de mi carreta”, cantada con frecuencia por Agustín, con su guitarra, en sus noches bohemias. Carola en su cuna y mis brazos y cuidados, mientras Nancy Jiménez trabaja de empleada en la UCV. Agustín, en las madrugadas de sus noches bohemias, al arribar a su apartamento, me despierta siempre con el “Cunaviche adentro” de Alí Primera.
En BASIRRUQUE se necesita un artículo sobre petróleo, contra la falsa nacionalización petrolera de Carlos Andrés Pérez (CAP). Jorge nos encierra en un cuarto junto a Calzadilla y Battaglini, nos dice que de allí no salimos hasta que escribamos el artículo. Nos miramos, nos decimos que desconocemos todo sobre petróleo, pero obedecemos, cuatro horas después lo escribimos en una maquinita, salimos a la sala del apartamento, Jorge nos estaba esperando y sale con el artículo para la imprenta.
Emergencia, secuestro del gerente de la Owens Illinois, William Frank Niehous, por los “Comandos revolucionarios Argimiro Gabaldón”, estoy en Santa Mónica, en el apartamento de un compañero de mis estudios liceístas en Aragua de Barcelona; a partir del mediodía, suenan sin parar, todo el día, las sirenas, a todo volumen, de raudas patrullas policiales. El apartamento de Agustín Calzadilla en El Valle es allanado a medianoche, revuelto patas arriba y Agustín es detenido. Por denuncias del Comité de Defensa de los Derechos Humanos en el diario El Nacional, me entero del hecho.
Posteriormente Agustín sale en libertad y denuncia en el mismo diario el allanamiento de su residencia y su detención. Cuando el ruido y las aguas parecen calmarse, regreso al apartamento de Agustín.
A medianoche del jueves 22 de julio de 1976, en la calle trasera de la Iglesia de San Pedro, en Los Chaguaramos, de Caracas, Jorge nos informa la desaparición de David Nieves Banchs. Agustín regresa a su apartamento y yo cambio de residencia, a esa misma hora.
El viernes, 23 de julio, a las cinco de la tarde, en la avenida Sucre, de Caracas, secuestro, torturas y, finalmente, asesinato de Jorge Rodríguez por la DISIP el domingo 25 de julio, tirado agonizante en un tigrito del sótano de la sede policial en Los Chaguaramos, a eso de las siete de la noche, donde fallece de inmediato.
Reaparece David Nieves Banchs, secuestrado y torturado por la misma DISIP. Agustín Calzadilla, Carmelo Laborit y Norelky Meza, de frente en la denuncia y condena contra Octavio Lepage, ministro del interior, Carlos Andrés Pérez, presidente de la república, Arístides Lander Flores, director de la DISIP, Henry López Sisco y Posada Carriles, del grupo de captura y exterminio de la DISIP.
Discusión en el Congreso Nacional, allanamiento de la inmunidad parlamentaria de los diputados Salom Meza Espinoza y Fortunato Herrera, encarcelados de inmediato en el cuartel San Carlos. Agustín, amenazado de muerte, curvado por la espondilitis, no cede en su corajuda confrontación antigubernamental y antisistema.
Pasado el tiempo, retoma la bohemia, su canción y su guitarra.
Jorge había tramitado a través de Adolfo Herrera, diputado de URD, vinculado a la embajada china en Venezuela, un viaje a China y entrevista con el buró político del Partido Comunista Chino, para el establecimiento de relaciones políticas y particularmente para la intervención quirúrgica de la columna de Agustín Calzadilla.
Agustín viaja a Londres, se residencia en un apartamento de su cuñada y su pareja. Fijan la fecha de una entrevista con el embajador chino en París, para cualquier trámite político posterior. Viajo a Londres. En el aeropuerto de Heatrow me recibe Agustín. Mi maleta no aparece en el aeropuerto. Será unos quince días después que me notificarán que puedo buscarla.
Agustín estudia inglés, me acompaña en los autobuses rojos de dos pisos y en el viejo tranvía de la ciudad, que se mueve balanceándose de un lado a otro. Florecen los pubs, la marihuana y la homosexualidad entre los jóvenes. Deslumbra la belleza de las inglesas. Agustín toma té de jengibre todas las mañanas. Nos entrevistamos cordialmente con Alfredo Maneiro, tan avezado guerrillero y líder político brillaba por su buen humor, su risa y sencillez. Soy un ciego con Agustín de lazarillo y traductor por las calles de Londres.
Viajamos a Paris. Arribo en el aeropuerto Charles de Gaulle. Nos recibe Silvio Villegas, historiador, profesor de la Universidad de los Andes (ULA), expresidente de su asociación de profesores, cursa estudios de postgrado en París. Está residenciado en Saint Jacques, en un piso de múltiples habitaciones con un lavamanos y un baño común para todos los inquilinos. Silvio, con una chaquetica luce barba poblada, sonrisa y calza sandalias todo el tiempo. En esa pequeña habitación de Silvio hay un lavamanos, Agustín dice que sirve para lavarse las patas.
Especialidad culinaria de Agustín, el espaguetti con salsa de atún, acompañado con cerveza. Silvio nos muestra París un par de días. Aprendemos con los africanos: pasar por encima de la barrera móvil de la entrada del metro, el torniquete, también por debajo, lo mismo a la salida; el ticket del autobús usarlo por lo menos dos veces, por delante y por atrás del mismo; llamadas internacionales desde las casetas de teléfonos públicos, conectando a su cable y auricular una especie de cadenita con su mordida por ambos lados, llamada “caimancito”. Hace poco tiempo Ilich Ramírez, “Carlos”, mató de un disparo a un policía francés y escapó de su detención. El racismo está vivito y coleando.
En los bares me niegan la venta de una cerveza por parecerles árabe. En un autobús, por la misma razón, el chofer me tira y me cierra la puerta de entrada. Agustín es mi lazarillo también en París. Me acompaña al Louvre, me pasea por el barrio Pigalle, de las prostitutas, fumando en las esquinas, vestidas de astronautas en los bares. En algún rincón debía estar Tolouse Lautrec, seguro en el Moulin Rouge.
Llama la novia francesa de Silvio, éste no se encuentra, tampoco Agustín, respondo madame je non parler francaise, oh, oui, oui. Una noche llega Silvio con una catira, nos la presenta como su amiga, una enfermera holandesa en visita turística de vacaciones y extraviada en el metro. Le ofrece posada y compañía. Tras un par de días la holandesa se despide, Silvio, mon amour, oh mon amour, besos y lágrimitas de ambos.
Un día por la mañana nos visita Blas Perozo Naveda, el poeta maracucho leninista del libro “Vos, dateis por muerto”. Salgo a despedirlo a la calle, le pregunto por el poeta Pepe Barroeta, profesor en la facultad de humanidades de la ULA, como él. Me cuenta que tuvo una trifulca con él, en una borrachera, lo golpeó, le dio unos coñazos, Pepe se encerró en su automóvil y él le destrozó el parabrisas a cabillazos. Los poetas no son divinidades, me comentó finalmente y se retiró por la calle, sin que pudiera verlo en otra oportunidad.
Otro día, por la mañana, ascenso a la colina de Montmartre, los pintores trabajando en sus caballetes, asediados por los turistas, a un costado la iglesia del Sacre Coeur, abajo el valle de París citadino y villano, inmenso.
Asimismo, después, visita al museo del Louvre, a distancia, asediada por los turistas en distintos idiomas, La Gioconda y el recuerdo inolvidable, la pequeña estatuilla con ojos de esmeralda del Escriba sentado, fruto del saqueo francés a Egipto. Por supuesto, también visitamos el Barrio Latino y la catedral de Notre Dame, a orillas del Sena.
Ateos ambos, no entramos ni a Sacre Coeur ni a Notre Dame.
Llega el día esperado para la visita a la embajada china en Les Champs Elysee. Agustín informa a una secretaria china el objetivo de nuestra visita. Nos pide que esperemos un rato mientras comunica al embajador. Luego nos manda pasar a una salita de visita y allí el embajador chino nos recibe y comparte con nosotros un té chino, le explicamos la cita y motivo de nuestra visita, le entregamos libros y documento de la OR y de la LS. El embajador chino, como chino al fin, nos dice que desconoce todo, que se comunicará con el buró político del Partido Comunista Chino y tan pronto tenga respuesta nos avisará.
Nos retiramos a la habitación de Silvio y avisamos telefónicamente a la dirección de nuestra organización en Venezuela. Pronto llegó respuesta conminatoria, “No se muevan de ese lugar, hasta recibir comunicación de la embajada”. No joda, poeta, yo no me voy a quedar aquí debajo de la cama, yo saldré y me tomaré mis cervezas en un bar, los días que quiera y pueda.
Al final, pasó como un mes sin que nos llegase aviso alguno de la embajada china y decidimos retornar a Londres. A nuestro arribo a esta ciudad me asedió el deseo de retornar a mi país. Pasados unos días, Agustín y yo nos dirigimos a una agencia de viajes. Ninguno de los dos lograba entenderse en inglés con las empleadas de la oficina. Nos sentamos un rato en los muebles de visita y volvimos a la conversación con las vendedoras de pasajes. Pudimos hacernos comprender y adquirir el pasaje de mi vuelta a Venezuela.
Tiempo después, otra delegación nuestra pudo viajar a China y Agustín le acompañó.
Los chinos manifestaron tener las mismas dificultades que en Venezuela, no daban garantías de una operación exitosa. Mejor se atendía en Venezuela. Agustín retornó a nuestro país y se operó exitosamente en una clínica de Caracas.
Agustín volvió a su bohemia y rebeldía política. Celebró sus bodas con la poeta y periodista Grisel Marroquí, adoptó, cuidó y quiso con todo su afecto de padre a Carlos David Calzadilla.
Agustín encabezó junto con Alí Rodríguez la demanda contra la privatización de PDVSA y ya en el gobierno de Hugo Chávez Frías actuó como jurista al servicio de PDVSA. Con Grisel compartió la bohemia con Ludovico Silva y su creación.
Grisel fue la primera periodista que entró a Yare, entrevistó en secreto los primeros días de su detención a Hugo Chávez Frías y asumió la edición del periódico Febrero Rebelde. Grisel heredó el turbante marroquí y la danza árabe de su abuela.
Agustín Calzadilla defiende su coraje, honradez y solidaridad revolucionaria como en los peores tiempos del puntofijismo. Allí colgada en la pared de su apartamento tiene como símbolo de su disposición guerrera de jurista y pensador político la espada de su ancestro Antonio Paredes, nacido en una casa y calle de Valencia, defensor de Puerto cabello, fusilado por órdenes de Cipriano Castro en una barcaza en el delta del Orinoco.
Agustín toca en su guitarra un cante jondo y Grisel baila con el vientre desnudo, en rápidas contracciones, giro de sus caderas, con palmas piramidalmente unidas y envueltas en el aire, canta:
“Nada quedó que no te regalara…
Con el primer abrazo que nos dimos
una madrugada de nazarenos,
cubiertos con el velo de la luna
y el turbante de seda
bordado en la Arabia milenaria de mis ancestros
entre rosas y violetas”.