Los tres días de la visita no son la fuente del desinforme de la Comisionada.
Bachelet vino, pero no vio: traía en su maletín el guion que le habían elaborado, su visita es un simple trámite protocolar, un mero requisito.
Tampoco la convencieron las entrevistas, ni las que tuvo con la oposición y con los representantes del gobierno legítimo y constitucional; llega al país convencida, ella de ninguna manera es eso que en la jerga llaman un diplomático neutral e imparcial.
De ningún modo redacta el informe discriminatorio y parcializado que presenta: simplemente lo firma y entrega.
Para venir y mirar lo que está a la vista hace falta una ética que la Comisionada no tiene.
El informe truculento de Bachelet padece de ese mal que se llama desolvido, no solamente de su biografía personal sino del país al que vino:
El desarrollo y tecnificación del terrorismo de Estado, en Latinoamérica, es la obra de los gobiernos de adeco-copeyanos: más de 8000 desparecidos y torturados, juicios sumariales, cientos de venezolanas y venezolanos asesinados, cuatro décadas (1958-1998) de criminalización y represión violenta de la protesta social.
Esa política estatal de violación de los derechos humanos desaparece, en Venezuela, con la victoria del Comandante Chávez y con la Constitución de 1999 que en artículo 12 define los Derechos Humanos como el pilar de la sociedad venezolana y de nuestra revolución humanista.
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