"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Jorge, manantial subversivo

Cuarenta y tres años se cuentan ya del vil asesinato del Maestro Jorge Rodríguez, hecho ocurrido el 25 de julio de 1976. Gloria Martí en su tonada lo refiere desde lo más profundo de su metralla poética “Dicen que cuatro canallas, dicen que cuatro asesinos, dicen que por accidente, le reventaron el hígado. ¡Habrase visto el descaro y amanecer sin lucero, decir que por accidente mataron al compañero, Madre!”.

La tortura, ese sistema salvaje que actúa en la oscurana se ensañó contra El Maestro y como escribe David Nieves, a Jorge lo torturaron hasta la muerte. En dos días, aquellas bestias sin alma, destrozaron el cuerpo del compañero. Creían ellos, se los había advertido el propio Jorge “…que sus grises alambradas, que sus garitas con ojos de miedo, que sus mentes que son torbellinos de maldad, podían detener el viento de la libertad, la inmensa felicidad que sentimos por luchar”. La valentía de Jorge derrotó a sus torturadores quienes, impotentes y frustrados ante la carga revolucionaria y digna del maestro de Carora, cumplieron las órdenes del amo y descargaron su furia contra el cuerpo del hombre, no pudiendo derrotar las ideas y menos el ejemplo de quien los retó atado de manos y los venció, condenándolos por siempre ante la historia y ante los pueblos del mundo que siguen la lucha por ser libres y soberanos. Hoy la estrella de Jorge sigue encendida, alumbrando la noche para que no tropecemos.

Jorge Antonio, aquel Niño que se marchó de Carora su ciudad natal para graduarse de Maestro Rural en la población de Rubio, estado Táchira al oeste de Venezuela y que luego emprendió una lucha contra un enemigo anidado en las mentes de los más humildes: el analfabetismo. Las poblaciones del estado Lara fueron testigo de la vehemencia de aquel joven maestro cuando en un acto público, quemó un muñeco de trapos que representaba la incultura, el atraso. Desde sus comienzos, Jorge se preocupó como pocos por la formación del hombre y la mujer. Dedicó buena parte de su vida a la consolidación de un movimiento estudiantil aguerrido, estudioso, revolucionario. Solía afirmar que los estudiantes no constituyen una clase social, que ellos no harían la revolución, pero que sin ellos no era posible hacerla.

Los que tuvimos el privilegiado honor de conocer a Jorge, de andar con él, compartir sus angustias, sus tesis, sus alegrías, sabíamos del golpe certero que la burguesía le había propinado al Movimiento Revolucionario Venezolano al asesinarlo.

Jorge, el que siempre andaba con el cuchillo en la boca como solía decirnos, no se dio nunca tregua ante nadie ni ante nada, por eso dejó dicho que “…no es posible acabar con el movimiento revolucionario venezolano, a pesar de las deserciones, de las flaquezas y traiciones y a pesar de las debilidades de muchos que escogieron el camino fácil de servir de comparsa a quienes mantienen el orden de dominación y opresión contra el pueblo”.

El optimismo en Jorge era una especie de alegre tamunangue tocado en las calles, en las fábricas, en los campos. En sus intervenciones, con aquel verbo que era látigo de plata afirmaba “…vamos por buen camino, por el camino pleno del triunfo, el camino de la unidad de los revolucionarios para construir los elementos necesarios para el derrocamiento de la burguesía”.

Cuando Jorge nos encargó la tarea de construir un fuerte movimiento obrero, estaba muy claro, como pocos, del carácter decisivo de la clase obrera en la construcción del socialismo. Por eso afirmaba “…no nos estamos planteando una tesis obrerista, una tesis demagógica, que pretende que los compañeros obreros, solo por ser obreros, ya son revolucionarios. Los obreros no son revolucionarios por ese solo hecho; es en la medida en que asumen la posición de clase proletaria y el marxismo-leninismo como guía para la acción revolucionaria cuando se convierten en verdaderos revolucionarios”. Para Jorge era menester trabajar con los obreros codo a codo en las fábricas; ganar a los campesinos pobres para la revolución; atraer a la pequeña burguesía empobrecida, conquistar al cuasiproletariado para la revolución.

Con la valentía sólo propia de los grandes, Jorge sentía que su lucha era de carácter universal; que si él caía en el combate, otros valerosos camaradas continuarían el camino, estaba convencido de ello.

Ante las contradicciones imperantes ayer y hoy en la Izquierda, el pensamiento político de Jorge brilla y es guía en medio de estas tempestades. Con la sencillez del maestro, la brevedad y coherencia de quien sabe transmitir una idea, con la profundidad reflexiva del sabio, el Maestro nos dejó dicho que los verdaderos revolucionarios, “…no somos anaranjados, ni azules, ni de color tierra. Somos de color rojo porque rojo es el color de la revolución”. No eran poses retóricas de aquel gigante. Eran verdades conjugadas en una praxis que se correspondía dialécticamente con su pensamiento.

Jorge era una máquina incansable en la búsqueda de caminos, de soluciones. Tenía el pulso preciso para las tareas organizativas y por eso fundó junto a sus compañeros un sinnúmero de organizaciones políticas unidas todas por un mismo objetivo: la lucha política revolucionaria para la toma del poder. Sabía qué pese a los esfuerzos, en Venezuela no existía un partido revolucionario del proletariado y que luchar por ese objetivo era una tarea de inmenso valor estratégico. Esa tarea, sin dudas, sigue pendiente.

En 1975, en la ocasión de presentar su Informe a la Primera Asamblea Nacional de la Liga Socialista, Jorge daba cuenta de la crisis mundial del capitalismo, lo que empujaba a las clases dominantes a buscar una mayor participación en la distribución de la cuota de ganancia capitalista. Señalaba los fuertes lazos de dependencia de la economía venezolana y los efectos perversos del rentismo petrolero. Con total lucidez precisó que nuestra economía vivía afectada por el proceso inflacionario y que como secuela de ello aumentaban los problemas de las masas, elevándose en forma sostenida los precios de los alimentos, del transporte, calzado, ropa, medicinas, los servicios. Por eso, afirmaba Jorge, que la lucha revolucionaria iba dirigida contra un gobierno burgués-democrático-representativo incapaz de solucionar los problemas del pueblo.

Recordar a Jorge, cómo escribió José Vicente Rangel, no es recrear un icono, no. Recordar a Jorge es reivindicar la vida; es velar por los fundamentos de los derechos fundamentales del hombre. Se trata de no olvidar las perversidades y las infamias desarrolladas por la democracia puntofijista. Volver siempre a Jorge y más cuando las circunstancias y los errores atosigan, es tomar de nuevo la senda liberadora.

En este nuevo aniversario de su asesinato, volvamos a cantar con Gloria Martí su Tonada a Jorge. Nuevamente, la brillantez de tu mirada compañero alumbrará las calles de tu pueblo; otra vez tu grito de que el Socialismo se conquista peleando retumbara desde las catacumbas proletarias; por siempre Jorge, el torrente potente de tu ejemplo convertido en manantial subversivo se regará por la pradera donde marchan las columnas que entonan la Internacional en una mañana de sol radiante saliendo a buscar y vencer al opresor. Por siempre querido Maestro.

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