Frente al crimen, el silencio de la música hiere el corazón, no los tímpanos. Tampoco es ensordecedor, como miente el lugar común. Los que quieren oírlo, lo oyen. Los cantantes que amenizaron en Cúcuta una tramada intromisión extranjera en Venezuela bajo el caballo de Troya de “ayuda humanitaria”, callan ante el bombardeo de 18 niños en Colombia.
El del silencio es un concierto macabro, repulsivo. Desde el momificado Bosé hasta el oportunista Sanz -se promocionaba como vetado por Chávez cuando este “ni lo ignoraba”- , pasando por el ominoso silencio de Montaner (tan callado por Chile) y de otros ruiseñores del marketing de la derecha, ninguno gritó “Colombia Aiv live” ante el asesinato de infantes colombianos.
Tampoco apareció el “conmovido” magnate británico -esperaba recoger 100 millones de dólares- que auspiciara un concierto para ayudar en los funerales de los pequeños muertos. Los presidentes de Chile y Paraguay, presentes en la frontera para la invasión “humanitaria” de Venezuela, no han tenido el menor gesto humanitario ante los niños bombardeados por el ejército colombiano.
Bueno, a Piñera su país lo tiene en estado catatónico. Desde la masacre de campesinos que dejó 3.000 muertos en Ciénaga (Macondo, en Cien años de soledad), ordenada por la bananera transnacional United Fruit Company y ejecutada por la oligarquía colombiana, hasta los 18 niños bombardeados por Duque en lo que él denominó “operación impecable”, no es el Gobierno colombiano el que pueda dar clases a nadie en derechos humanos.
Sin embargo, cada vez que perpetra una de sus matanzas, cuenta con cantantes para montar sus conciertos sobre las tumbas. Cuando el gobierno de Uribe violó la soberanía de Ecuador y bombardeó el campamento del comandante Raúl Reyes, causando la muerte a grupos de estudiantes mexicanos y ecuatorianos, el uribismo montó un “concierto por la paz” en la frontera con Venezuela.
La oligarquía neogranadina no pierde la costumbre de amenizar la muerte. Para ello, siempre encuentra los Bosé, Sanz, Juanes, Guerra, Montaner (algunos venezolanos innombrables), dispuestos a plañir “por un puñado de dólares”. Y si no aparece un magnate “filántropo” que pague la música, allí está la Usaid para afinarles la garganta a los deplorables ruiseñores de la muerte.