Finalmente, y con gran fanfarria, el presidente Trump dio a conocer su tan esperada propuesta de paz en el Medio Oriente. La propuesta fue etiquetada como “El acuerdo del siglo” porque se suponía que debía ofrecer una solución imparcial y justa a uno de los conflictos más intratables del mundo. En cambio resultó en algo muy diferente. “El acuerdo del siglo” resucita y restaura el gran apartheid, un sistema político racista que debería haber quedado en los basureros de la historia.
Bajo el nuevo plan de paz presentado por el presidente Trump, a los palestinos se les otorgará una autonomía limitada dentro de una patria palestina que consiste en múltiples enclaves no contiguos diseminados por Cisjordania y Gaza. El Gobierno de Israel mantendrá el control de seguridad sobre los enclaves palestinos y continuará controlando sus fronteras, el espacio aéreo, los acuíferos, las aguas marítimas y el espectro electromagnético. Israel podrá anexarse el Valle del Jordán y las comunidades judías de Cisjordania. A los palestinos se les permitirá elegir a los líderes de su nueva patria, pero no tendrán derechos políticos en Israel, el Estado que realmente los gobierna.
El plan del presidente Trump para el control y la segregación racial debería sonar inquietantemente familiar. De hecho debería recordar de inmediato las tierras de origen bantú que fueron la piedra angular del «gran apartheid» de Sudáfrica. Mientras que «pequeño apartheid» era el término utilizado para describir la segregación racial en autobuses e instalaciones públicas, «gran apartheid» se refería a las numerosas leyes que imponían la separación territorial y política entre los sudafricanos negros y blancos.
Los países de origen bantú, que fueron claves para la separación territorial y política de los grupos raciales, tuvieron su origen en las Leyes de tierras de 1913 y 1936, que crearon reservas para la población negra nativa. Luego, en 1970, la Ley de Ciudadanía de las Tierras Bantú convirtió a la población nativa en ciudadanos legales de sus bantustanes, negando a los sudafricanos negros los derechos políticos en la Sudáfrica blanca. El Gobierno sudafricano creó territorios de origen bantú para afirmar que Sudáfrica, un Estado con una población negra mayoritaria, era en realidad un Estado con una población blanca mayoritaria. La patria bantú era un juego de manos político, un intento mal velado de dar al Gobierno étnico racista la apariencia de respetabilidad democrática.