Mi abuelo Carmelo al responder esta pregunta decía que era «muy difícil pasar de regular». Su conformidad con la situación le llevaba a contestar así, no obstante haber sido un montuno aguerrido, emprendedor, un perijanero de los muy de antes.
Mi padre, cuando la situación andaba incómoda, jocosamente contestaba que se sentía «como uno de tres en el anca de un mulo y la capotera atrás».
Mi tío Idolfo, siempre risueño, decía ¡como un campeón!, para preguntar luego ¿qué pasa en América?. Mi amigo Victor Manuel responde con un ¡dándole! y yo digo ¡resistiendo!, que es lo mismo.
De muchas maneras se responde al saludo, unas veces con optimismo, otras con resignación y las más con un cordial ¿bien y vos?.
¿Quién duda que en tiempo de pandemia, hiperinflación, apagones y bajos salarios la estemos pasando mal?.
Enumerar problemas nos lleva un rato y la peor situación en otros países no es consuelo para muchos. Sin embargo, siendo víctimas de la estrategia norteamericana de «guerra de amplio espectro» contra Venezuela, la guerra sicológica les sale muy barata a los gringos cuando muchos venezolanos se suman gratuitamente al propósito de agotarnos, quebrarnos y hacernos presa fácil para sus ambiciones.
Estar mal no significa perder las esperanzas de una patria libre, soberana, igualitaria y generosa por la que muchos han luchado.
A ese saludo de rigor cortesiano respondamos como las viejas de antes: ¡Bien, para no engañar a Dios, pero palante!.
SER “FARFULLO” Y “HABLACHENTO
Los viejos perijaneros nos enseñaron a no ser, “farfullos” ni “hablachentos”. De mil maneras nos reiteraban que esos comportamientos eran socialmente inaceptables, que esas aptitudes no eran dignas de hombres serios.
Los “farfullos” se caracterizaban por ser inconsistentes, pantalleros, fanfarrones y embusteros; por asumir roles que no se correspondían con la esencia de sus personas; con fingir algo que no era real. Estos vendedores de imagen eran puestos al descubierto fácilmente en un territorio de poca población donde todos se conocían y por tanto, se sabía públicamente de las riquezas, bondades, virtudes o aptitudes de cada quien.
Sin embargo, no faltaban “farfullos” que en lugar de impresionar a los demás naturalmente, es decir, mostrándose como lo que eran en realidad, apelaban al histrionismo, al teatro, a la “fafarería” y el discurso demagógico.
El “hablachento”. Personaje parecido al “farfullo” hasta tal punto que se confundía uno con el otro, se caracterizaba por exagerar cuando hablaba de sí mismo y de los suyos; por hablar demasiado; por referirse a lo que no sabía; por ser subjetivo y “hablador demás».
En ese empeño por hablar demasiado, por estar poseído de incontinencia verbal, el “hablachento” era actor de “brollos” e informante de todo lo que él, falsamente decía saber.
Reivindico en esta hora el realismo, la consistencia, la ponderación la discreción, el recato y la objetividad de nuestros “viejos de antes”, temerosos siempre de que los llamaran “farfullos” o “hablachentos”.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!