El anuncio de cada nueva vacuna lo atormenta, le retuerce el pescuezo de la envidia y le desbarranca el alma.
Entonces se descontrola y su entorno teme lo peor.
Se pone la mascarilla. Se quita la mascarilla. Maldice la mascarilla.
Donald Trump agarró la madre de todas las verraqueras cuando le informaron, después de prepararlo para tan infausta noticia, que los rusos tenían la vacuna contra la Covid-19.
Y lo peor, la habían registrado y todo.
No se sabe si gritó, chilló o gimió: “¿Y la de Oxford?
¿Y la de la Pfizer? ¿Y la de Monsanto?” Nada, Presidente, la que ya está casi lista es la china.
Al oír esto, deseó entraren estado de coma profundo.
El supremacismo se le arrugó. Resignado, dijo: “seremos los terceros”.
“No, Presidente, la tercera vacuna anunciada es cubana”.
En esto se fue la luz.