"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Quien posea Guayana dominará Venezuela

Dominarán a toda Venezuela

El Imperio Británico opera a conciencia. Su Cónsul en Venezuela, Daniel Florencio O´Leary, quien había sido edecán del Libertador, escribe al gobernador de Guayana Británica, Henry Light, refiriéndose a la zona de Punta Barima, en el Esequibo: «Respecto de la importancia de este territorio, es incuestionable y no puede haber la menor duda. Quizás no haya en el continente sudamericano una posición más valiosa, sea desde el punto de vista militar, político o comercial, que el de Barima. Domina la boca principal del Orinoco y en consecuencia el comercio del noble río y sus grandes tributarios el Apure y el Meta que unen el Occidente de la República y las provincias orientales de Nueva Granada. En un periodo futuro los poseedores de la Guayana que bordea el Orinoco dominarán a toda Venezuela y ejercerán una gran influencia en Nueva Granada, pero a su vez, ellos vendrán a ser controlados por cualquier potencia marítima que esté en posesión de Punta Barima. Gran Bretaña, que ya es señora de Trinidad y Guyana Británica parece que necesita del Barima para completar sus posesiones en esta parte del mundo»(Torrealba, 2003, 91)
Y a partir de entonces, Gran Bretaña usa a su colonia como instrumento para “completar sus posesiones”. Al aliciente del dominio sobre Venezuela se une el de que el Orinoco sería el primer tramo de una vía fluvial que, mediante canales factibles, conectaría con el Río Negro, el Amazonas, el Paraná y el Río de la Plata, constituyendo una arteria de incomparable importancia estratégica y económica en la región.

 

Potencias europeas en expansión

A la determinación de la naciente República de Venezuela de proteger su territorio, se opone una segunda fuerza histórica: la ambición de potencias imperiales europeas de expandirse en América Latina y el Caribe para suplantar la declinante dominación española. Inglaterra en particular encuentra tentador conquistar o expandir colonias que, como Trinidad, Tobago o la Guayana Esequiba, le garanticen el disfrute de las riquezas americanas y un estratégico dominio sobre cauces claves como el Orinoco. No sólo adquiere a través del Tratado de 1814 el territorio de 20.000 millas cuadradas que intentaban consolidar los holandeses al Este del río Esequibo; además favorece la acción en éste de traficantes de esclavos y aventureros, y puebla con habitantes hindúes, javaneses y chinos de sus otras colonias. Además, encomienda en 1834 al naturalista prusiano Robert Herman Schomburgk demarcar las fronteras entre su colonia guayanesa y Venezuela.

 

Los mapas voraces

Tenemos así a un naturalista investido de la misión que no le corresponde de trazar demarcaciones geopolíticas, que sólo revelan una suerte de cronología de la voracidad imperial. El primer mapa de Schomburgk, fechado en 1834, fija los límites de la Guayana Británica en la margen oriental del río Esequivo, y apenas los extiende hacia el occidente de dicho cauce en una pequeña franja costera de 4.290 kms2. En el segundo mapa, trazado en 1839, la línea avanza hacia el territorio venezolano occidental, arrebatándole 141. 930 kms2 (Ojer, 1969).

Extendiéndose a fuerza de alteraciones

El trazado no alega razones históricas, políticas ni sociales: es una simple raya, ¿Por qué debería prevalecer un plano de un naturalista prusiano a sueldo de Inglaterra sobre la colección histórica de mapas de cartógrafos de diversas procedencias que desde el Descubrimiento atribuyen reiterada y unánimemente a Venezuela la soberanía sobre el Esequibo? (Entre muchos otros, el trazado por el holandés Herman Moll en 1732; el que sigue la descripción de la Real Cédula de Carlos III sobre la Capitanía General de Venezuela en 1777; el de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla de 1799; la versión del mismo impresa en Londres en 1803 por Francisco de Miranda con patrocinio del Gobierno Británico, en el cual el río Esequibo figura como límite entre la Capitanía de Venezuela y la colonia Holandesa, sin que ello haya suscitado objeciones del patrocinante; el Mapa político de la República de Venezuela delineado por Agustín Codazzi en 1840; el Mapa Físico y Político de los Estados Unidos de Venezuela de Vicente Tejera de 1876; el elaborado por el ingeniero geógrafo F. Bianconi en 1889 (IGVSB (2015). Todos y cada uno de ellos definen sus líneas divisorias de acuerdo con el principio de uti possideti iuris, la posesión continuada y dominio político de Venezuela sobre la región de Guayana hasta el río Esequibo (Tejera.2015, 28-39).
Venezuela nunca ha reconocido ninguna de estas líneas
El avance de la “frontera” expansible inventada por Schomburgk es reseñado en el Mapa Físico y Político de los Estados Unidos de Venezuela (Caracas, Imprenta Bolívar, 1896) que presenta ante el Congreso Nacional el Ministro de Relaciones Exteriores Pedro Ezequiel Rojas, durante el gobierno de Joaquín Crespo. En dicho documento, una leyenda explica: “En 1814 Inglaterra adquirió de los Holandeses unas 20.000 millas cuadradas de tierra en Guayana. De 1839 a 1841 comisionó a Sir Robert Schomburgk, sin conocimiento o anuencia de Venezuela, para trazar una línea que abarcaba cerca de 60.000 millas cuadradas de territorio. Para 1885 dicho territorio había ido extendiéndose a fuerza de alteraciones de la mencionada línea hasta medir 76.000 millas cuadradas. El año siguiente creció de un salto hasta 109.000 millas cuadradas. Venezuela nunca ha reconocido ninguna de estas líneas ni aún como señal de territorio en disputa”(Hernández, 2015, 40).

Los mapas de Schomburgk no representan el límite de un territorio, sino el de las ambiciones colonialistas británicas, que seguirán expandiéndose cartográficamente sobre tierra venezolana con nuevas líneas fronterizas fantasiosas hasta pretender el dominio de Barima y las bocas del Orinoco, y con ellas el de Venezuela y quizá el del gran canal que uniría América del Sur. La multiplicidad de versiones de su elástica demarcación sólo delata la imprecisión de los criterios para fijarla o su tergiversación por las partes interesadas que lo contrataron.

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