"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Neoviralismo

Desde hace algún tiempo, varias voces se apresuran a denunciar el error del confinamiento y a explicarnos que dando vía libre al virus y aumentando la inmunidad conseguiremos el mejor resultado posible al menor coste económico posible. El costo humano se limitaría a una ligera aceleración de las muertes previsibles antes de la pandemia.

Cada uno de los ideólogos de lo que podríamos llamar el neoviralismo -una transcripción en materia de salud del neoliberalismo económico y social- está hablando de su arsenal de cifras y fuentes, a las que no dejarán de sumarse todos aquellos que ocupan puestos de importancia en la información o están en el centro de la experiencia de la pandemia. Pero este debate no interesa a los neo-virologistas, convencidos de la ignorancia o la ceguera de los que están en el centro de la epidemia. Y no temen apoyar una subyugación del conocimiento al poder, un poder que es en sí mismo desprevenido o maquiavélico. En cuanto a los demás, todos nosotros, para ellos, somos unos tontos.

Siempre es una cuestión de interés que aparezcan los maestros de escuela. Suelen llegar tarde, y reescriben la historia. Ya lo sabían todo. Por ejemplo, sabían que las condiciones de vida en los hogares de ancianos a menudo son poco atractivas. Pero, como ya lo sabían todo, ¿por qué no usaron sus conocimientos para cambiar este estado de cosas? El problema de las condiciones y el significado mismo de las vidas a veces prolongadas por un entorno médico y social ha sido durante mucho tiempo una cuestión bien conocida. Ya he podido oír a personas de cierta edad plantear este tema. También les he oído preguntar por qué no se les debería permitir terminar más rápidamente.

Dicho esto, toda persona mayor de setenta años, aunque tenga una o más enfermedades, no está virtualmente muerta. Suponiendo un libre comercio con el virus, sería el virus el que elegiría, por no decir nada de los menores de setenta años, dado que, evidentemente, también hay algunos de ellos entre los más débiles. Todo esto sería normal, si no tuviéramos ya la posibilidad de usar algún medio de protección. Nos hemos sumergido en el círculo vicioso de nuestra tecnociencia médica. Cuanto más sabemos cómo curarnos, más enfermedades complejas y rebeldes se producen y menos podemos dejar a la naturaleza – la naturaleza que conocemos muy bien en qué estado miserable se encuentra.

Pero es precisamente de la naturaleza de la que hablan los neoviralistas sin decirlo: una sana disposición natural nos permite liquidar los virus, liquidando a los inútiles y a los ancianos que sufren. Se apresurarán a explicarnos que esta selección fortalecerá la especie. Y esto es precisamente lo que es intelectualmente deshonesto y política y moralmente dudoso. Porque si el problema es inherente a nuestra tecnociencia y a sus condiciones socioeconómicas prácticas, entonces el problema radica en otra parte. El problema radica en la idea misma de la sociedad, en sus objetivos y sus apuestas.

De la misma manera, cuando estos neo-viristas estigmatizan a una sociedad incapaz de soportar la muerte, olvidan que todo lo natural y sobrenatural que alguna vez permitió relaciones fuertes y finalmente vivas con la muerte ha desaparecido por completo. La tenacidad ha descompuesto la naturaleza y la sobrenaturalidad. No nos hemos convertido en maricas, sino que hemos creído que nos hemos vuelto omnipotentes…

El conjunto de crisis en las que estamos involucrados -y de las cuales la pandemia de Covid-19 es sólo un efecto menor comparado con muchas otras- se deriva de la extensión ilimitada del libre uso de todas las fuerzas disponibles, naturales y humanas, en vista de una producción que tiene como único propósito el mismo y su propio poder. El virus viene a recordarnos que hay límites. Pero los neoviralistas son demasiado sordos para escucharlo: sólo perciben el ruido de los motores y el parloteo de las redes. Tan arrogante, tan superior e incapaz de la mínima modestia que se impone cuando la realidad se recalifica y se muestra en su complejidad.

Al fin y al cabo, todos se comportan -aunque no lleven armas- como los que en otros lugares se manifiestan en público exhibiendo fusiles de asalto y granadas contra el confinamiento. El virus debe reírse mucho. Pero habría, más bien, llanto, ya que el neo-viralismo nace del resentimiento y lleva al resentimiento. Quiere vengarse de los pequeños destellos de solidaridad y demandas sociales que se manifiestan de nuevas maneras. Quiere hacer abortar cualquier deseo de cambio en este mundo auto-infectado. No quiere que se vean amenazadas ni la libre empresa ni el libre comercio, incluidos los virus. Quiere que todo esto siga dando vueltas en círculos, alimentándose del nihilismo y la barbarie de la que se disfrazan estas supuestas libertades.

 

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