Trump es la comidilla mundial, porque escoge “el rival equivocado en el momento equivocado”, el ciberbullying es tal que ya nadie duda sobre la incoherencia y la incapacidad del actual administrador de la Casa Blanca, dada larga la lista de sus actos fallidos.
Pretende ser jefe a escala mundo sin alianzas globales y regionales, a punta de acciones unilaterales y a puntadas de tuits.
Para nadie es un secreto que las intervenciones militares han sido respaldada, diplomática y militarmente: incluye la de Irak (2003) por el unilateralismo de Bush; la de Libia, bajo la cobertura del Consejo Nacional de la ONU; y el vano intento del Grupo de Lima-OEA, de invadir a Venezuela.
Dado el despropósito de Trump de una guerra sin aliados contra Irán, el bullying en las redes lo tiene pegado de la pared: su guerrerismo verbal no sería más que un ardid para la venta de dispositivos bélicos, un negocio pues.
Todo presidente de EEUU quiere su guerra es verdad, quizás Trump tenga la suya en el peor momento de la hegemonía estadounidense; también es la propia verdad que todos salen de las mismas con fuertes traumatismos generalizados y quemaduras de primer grado: en ningún caso son victoriosos e ilesos, y ello incluye a los generales del ejército, ya no estamos en el escenario de la Primera y Segunda Guerra Mundial: los George Patton y Douglas MacArthur se acabaron, y la última figura de cierta notoriedad ha sido el difuso Collin Powell.
La diferencia radica en que los otros presidentes además de pertenecer a los hombres de negocios, eran animales políticos; y Trump es un verdugo de los negocios mal habidos con ventajas, también mal habidas, que ahora es al mismo tiempo presidente del imperio.
El bullying en las redes es preciso: las únicas guerras que Trump da son las comerciales, la de divisas y del cerco financiero: renunció a continuar con la presencia activa de las tropas estadunidenses en Afganistán y Siria, él sabe (exactamente, los gobiernos de EEUU en las sombras saben) que el brete son los conflictos bélicos imposibles de ganar:
Las guerras no ganables son las interminables, la que causan la sensible y significativa herida de la sociedad estadounidense; y el rosario reciente de presidentes insepultos (Nixon, Johnson, Bush y Obama) significa el propio síndrome de Trump. Como dice David Nieves: una cosa es llamar al diablo y otra que te toque la puerta.
Trump está al tanto, que el círculo íntimo de fundamentalista no es el factor que decide si EEUU va la guerra contra Irán o Venezuela. Por eso, se sacó de la manga aquello de “10 minutos antes de aprobar el ataque militar a Irán” consulta a un periodista de FOX News”, cancelando la operación porque ese amigo le dijo “que causaría 150 muertes”, y él no podía permitirse tal atrocidad.
Los gobiernos en las sombras están suficientemente informados del hueso en su garganta: la onda larga de recesión económica de la economía mundo capitalista, el colapso hegemónico de EEUU, la paridad económica (incluye el aspecto tecnológico como siempre puntualiza Rodulfo Pérez) respecto de China y la superioridad militar de Rusia.
Trump, Bolton y Pompeo pueden, hacer y deshacer verbalmente y que ello sea así solamente se explica por un problema de grandes proporciones, cuyo indicador visible es la errática política exterior del imperio:
EEUU está espueleado por el tránsito geopolítico hacia un orden mundial sin centro hegemónico, por la fragilidad de su economía (es obvio que ya no es el eje dinamizador de la economía mundial) y por las insurrecciones populares en escaladas cada vez más crecientes.
Si a Trump le autorizan su guerra, sería una acción insólita que ciertamente concluirá en un nuevo Tratado de Westfalia, firmado por un EEUU derrotado. Si la inicia en el espacio natural de Irán y/o de Venezuela, firmará ese acuerdo, sin duda alguna.