La manera en que el presidente Joe Biden ha declarado hace algunas horas sobre su enfoque para doblegar a Rusia, resulta francamente espeluznante. Con el gasoducto Nord Stream 2 en la mirilla de los halcones del Pentágono, Biden desarrolla el siguiente diálogo:
Biden: «No habrá ningún Nord Stream 2. Le pondremos fin».
Reportero: «¿Cómo lo conseguirá exactamente, dado que el proyecto y su control lo mantiene Alemania?».
Biden: «Te prometo que seremos capaces de hacerlo».
El asunto en cuestión es que esta peligrosa cualidad implícita en el ADN de la política exterior estadounidense, ha comenzado a transparentarse y sin pudor pretende externalizar las consecuencias más terribles de la guerra a través de sus dóciles aliados europeos.
Usualmente eran los republicanos, en especial los Bush, quienes habían desarrollado una política discursiva de tierra arrasada. Los demócratas, la mantenían contenida en las sutilezas del SoftPower, sin embargo, tal era se ha agotado. No existen tiempos para las diplomacias, fue su confesión.
Un horizonte nada halagador
El tiempo no es algo de lo que el mundo disponga y en Washington lo saben. El año 2030 sigue siendo una fecha de caducidad para nuestro agotado modelo civilizatorio de crecimiento expansivo, y por supuesto de guerras que aseguran la primacía de dicho modelo.
Ella Alderson nos recuerda en un interesante artículo que ya en 1972 el MIT había publicado una investigación titulada Los límites del crecimiento que comprobaba con datos científicos que de continuar el capitalismo desarrollándose en su fase de agotamiento de recursos planetarios, íbamos a enfrentarnos en muy poco tiempo «al colapso de la civilización».
«Para crear predicciones para estos diferentes caminos, los investigadores desarrollaron, en ese momento, un modelo informático basado en sistemas dinámicos. Estos son modelos informáticos que rastrean las interacciones de varios factores considerados como parte del mismo sistema. El modelo de computadora se llamó World3«, explica la articulista.
Los tres caminos que señalaba el modelo, planteaban los escenarios que podríamos enfrentar tomando en consideración el comportamiento de cinco variables: el crecimiento de la población, la agricultura, el agotamiento de los recursos, la producción industrial y el daño que se hace al medio ambiente. Todas forman parte de un mismo sistema e interaccionan entre sí, permanentemente.
El primer escenario, llamado optimista plantea un mundo estabilizado poniendo el esfuerzo en apalancar la energía renovable y el reciclaje. «La sociedad continúa innovando a un ritmo constante, pero se estaría dispuesto a hacer concesiones y atrofiar deliberadamente la producción industrial a medida que priorizamos el medio ambiente y nuestra calidad de vida».
En el segundo escenario de Tecnología integral, la sociedad no se compromete a cambiar sus modelos de consumo para priorizar el medio ambiente, la industria y la población seguirían aumentando «hasta alcanzar sus mesetas en las próximas décadas». En este escenario se espera que la tecnología y su avance, permitiese resolver problemas que se irían presentando, como los de «vivienda, producción de alimentos e impacto ambiental, incluidos la degradación de los suelos y la contaminación del agua».
El tercer y último escenario, es el más apocalíptico y lamentablemente en el que nos encontramos. Se conoce como Business Usual o en una traducción ajustada, hacer lo mismo que estamos haciendo. La descripción basta para tener una idea de lo que se aproxima:
«A medida que la producción industrial continúa aumentando hasta llegar a un pico eventual, la innovación disminuye cuando nuestras máquinas alcanzan sus límites físicos y la computación cuántica no es suficiente para estimular ningún progreso tecnológico real. Esto significa que el problema de la contaminación continúa rampante en todo el mundo. El reciclaje nunca llega a ser lo suficientemente eficiente como para equilibrar nuestros crecientes montículos de desechos. Nuestro maltrato al medio ambiente provoca una merma en la producción de alimentos que afecta más a los países en vías de desarrollo acabando en la hambruna de su población. La población mundial también disminuye a medida que derrochamos nuestros recursos y nuestra economía se desploma. La sociedad moderna tal como la conocemos se derrumba, y aprende una lección difícil, y es que no podemos tener un crecimiento económico sin control y sostenibilidad a ambos al mismo tiempo», concluye Anderson.
La actitud de Biden, su discurso, la forma en que remarca su posición de poder solo nos dice una sola cosa, ciertamente estamos atestiguando una confrontación civilizatoria en su última fase. Esa que hace reacomodo de sus piezas para posicionarse en el tablero, de cara a lo que científicos y de seguro estamentos militares ya saben a profundidad.
El sistema por el cual Biden habla, sigue siendo arrogante ante las evidencias y adicto a los errores, es simplemente un capitalismo gore, tal como lo entiende la filósofa mexicana Sayak Valencia.
Es decir, un modelo de capitalismo que genera una «obediencia ciega a las demandas de hiperconsumo (…) que nos ponen de frente con nuestra imposibilidad de consumirlo todo y desemboca en frustración constante y esta, a su vez, en agresividad y violencias explícitas».
Aun cuando este término nació para denominar los valores y cosmovisión que la «narco cultura» filtra hacia nuestras sociedades latinoamericanas, es posible pensar que esta forma de producción y consumo planetaria dónde la acumulación y el apertrechamiento de cosas está por encima de los intereses y bienestar de las mayorías, y dónde hay adicción por los combustibles fósiles, es muy similar a la actitud egoísta que muestran los cárteles de droga al desarrollar sus Business usual.
Los medios de difusión de contenidos contribuyen a exacerbar esta ética. El filósofo mexicano Fernando Buen Abad declaraba que los medios de comunicación estaban construyendo Reinos culturales del crimen organizado. Una estrategia para imponer y naturalizar en nuestra cotidianidad una cultura de la destrucción apalancados en los símbolos y la estética venidos del narcotráfico, en este caso, diríamos: venidos de un sistema de crecimiento que no entiende de límites planetarios.
Las plataformas de creación y difusión de contenido, convirtieron la vida de los narcotraficantes en objetos de culto, en especial por la forma en que ostentan sus riquezas materiales como símiles de éxito y logros vitales. Aunque el fenómeno no es nuevo, visto que la producción de novelas y libros con las mismas temáticas ya venía siendo moneda corriente tanto en Colombia como en México, la particular potencia de empresas como Netflix ha convertido a capos como Pablo Escobar o el Chapo Guzmán en figuras de atención mundiales, y no en el mal sentido.
Gunther Maihold y Rosa María Sauter de Maihold explican que estas formas de entretenimiento promueven una «narco cultura», un modelo de impunidad, «ostentación y (…) del que todo se vale» con tal de alcanzar los sueños de riqueza. ¿Podrían calificar alguna guerra moderna en los mismos términos? Solo basta ver el esfuerzo hecho por los socios de la OTAN para hacer potable a las milicias neonazis en Ucrania y la respuesta será afirmativa.
Si cambiamos la figura del narcotraficante, por la de los lobos de Wall Street o por las narrativas belicistas dónde el buen occidente se impone a sangre y fuego a los malos orientales, incapaces de abrazar con sumisión los valores de la cultura estadounidense, evidenciamos que ese capitalismo gore, es la fase superior y probablemente final del capitalismo tecnológico financiero occidental, que se bate a muerte por prevalecer.
Un capitalismo que legitima la economía de la violencia y la muerte como formas para alcanzar los niveles de vida que se muestran en la pantalla de streaming, es la apuesta arrogante y obcecada de una élite que no está dispuesta a cambiar, aun cuando arrastre al planeta entero a un pozo sin fondo. Don’t look 2030 parece que escucho a Biden decir.