Por Mauricio Amar
En medio del genocidio sionista en Gaza, las tesis Sobre el concepto de historia de Walter Benjamin pueden adquirir una renovada capacidad para interpelar el presente. Entre todas sus poderosas imágenes, el ángel de la historia de la IX tesis resulta especialmente impactante, sobre todo si consideramos que el ángel mira al pasado, pero Benjamin está en su momento de escritura viviendo las consecuencias del horror fascista. En este fragmento, recuerda un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus en el que se ve un ángel con el trazo típico del artista germano-suizo. Como supongo ocurre frecuentemente, conocí el cuadro por la tesis de Benjamin –de hecho, éste lo había comprado–, de modo que no podría imaginar otra interpretación para él. Lo que sí puedo pensar es el carácter intempestivo de la lectura que hace Benjamin y crear una nueva escena para el pensamiento en el momento en que el fascismo vuelve a aparecer tanto en su forma electoral (Europa) como en su despliegue de máquina de muerte (Palestina).
Obviamente, la tesis IX es precedida por otras tremendamente profundas que ya hacen aparecer el problema de la historia, el fascismo y la complicidad del progresismo en su auge político. Pero su lugar intermedio entre imagen y concepto, hace de la IX un lugar cautivante. Quisiera compartir el texto para poder comprenderlo mejor. En la traducción de Pablo Oyarzún Robles dice así:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él está representado un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso.
En un primer momento me parecen destacables las características físicas del ángel. Sus ojos, su boca, sus alas y su posición. “[…] desmesuradamente abiertos”, sus ojos tienen una leve inclinación, como si estuviesen viendo algo que preferirían evitar. Está presenciando el horror, pero es un horror del pasado que parece alcanzarlo. Su boca es signo de encontrarse atónito ante lo que ve, mientras sus alas son la señal de algo inevitable. Abiertas, se ven, sin embargo, arrastradas por una fuerza quizá todavía más terrorífica que el pasado, de modo que su posición es la de ser llevado hacia atrás. El ángel mira al pasado hacia delante y el futuro de espaldas.
¿Qué hay en el pasado? “una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies”. El ángel quisiera recomponer las cosas que ve, pero se ve arrastrado no por las fuerzas del fascismo, sino por una comprensión de la historia que vela la catástrofe con una tempestad y la conduce violentamente hacia un paraíso. “Esta tempestad es lo que llamamos progreso”. El fascismo en Benjamin, no gana sólo, sino propulsado por el progresismo en tanto éste es capaz de mirar, a diferencia del ángel, sólo hacia delante, haciendo del pasado simplemente una serie de eventos que, arreglados por una historia oficial, se evidencian como mero patrimonio cultural.
Pero la cultura, vista desde la posición del ángel, aparece como un pasado cargado de barbarie, repleto de muertos, torturados, exiliados, ruinas de monumentos que han sido levantados por los oprimidos ahora olvidados y en cuyo lugar ha sido colocado un artista, un mecenas, un rey. El ángel se transforma, de esta manera, en una nueva imagen del historiador materialista histórico que, con horror, deviene un “profeta vuelto hacia atrás”. Sólo de esta manera, es decir, mirando el pasado, la presente cobra un nuevo sentido fuera del espectáculo impuesto por los vencedores. Si el ángel mirara hacia el futuro, solo podría pensarse como alguien que va con la corriente, hacia un paraíso que se postergará siempre un poco más. Pero no. Está mirando hacia el pasado y así nos indica algo del propio presente. Que este no tiene continuidad. Hacia el pasado o hacia el futuro, la historia es un cúmulo de restos catastróficos donde, sin embargo, siempre puede aparecer el mesías.
No se trata tanto de que sólo en la oscuridad se pueda ver la luz, sino más bien, que todo ha sido iluminado con focos muy dirigidos, dejando poco a la oscuridad y lo que ella interpela en sí misma. El mesías no es tanto un ser de luz como de oscuridad. No viene a iluminar, sino a mostrarnos sombras que la luz intenta por todos lados saturar de brillo. Saber leer las sombras, encontrarlas ahí donde la luz cegante palidece es tarea del historiador. Por eso la historia se lee a contrapelo o bien se empobrece en la forma de Historia Universal, donde los fascistas pueden pelear codo a codo con los progresistas por el patrimonio cultural.
Lo que Benjamin abre, entonces, es otra forma de comprender el tiempo. Sin linealidad ni homogeneidad que ubican a los vencedores como poseedores de la tradición, la historia se muestra como un pasado en el que, si bien los oprimidos han fracasado, han sido aplastados, al mismo tiempo sus demandas de liberación, de felicidad, de redención siguen intactas y operan en el presente. El verdadero paraíso es el instante en que la felicidad se forma como horizonte, atando, por medio de lo pretérito, al presente y el futuro.
No puedo obviar que Benjamin haya escrito estos pasajes en el momento de su persecución por parte de los nazis. Hoy, en Palestina son muchos los Benjamin que ya han sido asesinados y la muerte persigue a los humanos con la misma intensidad con que los nazis perseguían a judíos, gitanos, homosexuales o enfermos mentales. La idea del sionismo de presentar por medio de la propaganda, por burda que sea, la idea de que todo comenzó el 7 de octubre de 2023 intenta poner un velo sobre el pasado barbárico sobre el que se construyó el Estado de Israel. En la medida en que la memoria palestina abre una topología de limpieza étnica, recordando aldeas sobre las que el progreso israelí ha creado áreas verdes para sus colonos, haciendo reaparecer una y otra vez los olivos arrancados, volviendo a reconstruir las casas demolidas, escribiendo poesía en los muros de segregación o bailando el dabke de los antepasados, se coloca el pasado en el presente como una demanda que exige, a cada instante, ser cumplida.
Como es de esperar, los progresistas titubean frente al genocidio, porque han sido sus cómplices desde el inicio. La tempestad llamada progreso hoy se viste con los ropajes de la tecnología israelí, tan apetecida por las democracias liberales para controlar cada paso de sus ciudadanos y por las corporaciones que asumen a pasos agigantados el control de los aparatos de gobierno. Así es como los progresistas han pavimentado camino al nuevo fascismo, considerándolo incluso un mal menor frente a la posibilidad de un verdadero paraíso. Y así también es como han creado la ilusión de que todo progreso, no importa en que margen lo vivas, va de la mano con la destrucción del mundo, una destrucción gozosa en la que los palestinos, completamente deshumanizados, pueden ser eliminados como en un videojuego, a distancia y por placer. Distancia que invisibiliza los rostros para hacerlos todos militantes, sin distinción de edad. Los bebés quemados por los bombardeos sionistas son la barbarie que el ángel mira atónito, con ojos bien grandes y la boca abierta. Con las alas quemadas, arrastrado por la tormenta. Un ángel que mira hacia el pasado para dar cuenta de la historia como catástrofe y sus deudas con los oprimidos.
No puedo olvidar el hecho crucial de que Benjamin haya escrito sus tesis sobre la historia cuando era perseguido por el fascismo.
FUENTE FICCIÓN DE LA RAZÓN