La historia es naciente de la tierra con el Ser, es arcilla, barro moldeado por las manos de los pueblos en ejercicio de su poder creador, impronta de la exclusiva huella de sus dedos al calentarle las musas el Sol, dando vida al recipiente donde deposita sus saberes, sus amores, como agua clara de la que beberán sus hijas e hijos, su comunidad… es así como pueblo y tierra, en armonía con la vida hacen también comunión, regando desde tal maravilla la semilla sembrada por el agradecimiento que alimentará su cuerpo, mente y corazón… su permanencia.
Es el pueblo creador custodio de las identidades que brotan del suelo donde nacemos, cultoras/es en permanente contacto con el poder metafórico de la naturaleza, con la sabiduría en sus refranes, en lo sencillo, garantes en la trascendencia de su fuerza espiritual multiétnica y pluricultural a través del tiempo… Su sangre mestiza es nuestra herencia, su sentir nuestra esencia, alegría con la que vibran los sonidos y colores de nuestra tierra, sensaciones con ese sabor y aroma que llegan al alma y hacen mover nuestros cuerpos, dibujando en el aire la magia del encuentro en un baile, en la fiesta, en la ruta trazada por nuestros códigos… en nuestras tradiciones.
Una extensa gama de ellas tenemos las/los venezolanos de Este a Oeste, de Sur a Norte, de marzo a febrero… Y en ese recorrido en que el Sol celebra con nosotros, algo agita al mar de Oriente en el borde de una falda, estremece la piel del valle central y la sabana, nos echa cuentos melodieros cuantas notas tocan las bandolas y las arpas, cuantos capachos las maracas, cuantos repiques el cuatro… Es eso que recio yergue también firme en el pecho macizo de Guayana, como una gran verdad… ¡Es, el Joropo!, que nace en Venezuela como el Sol en el Esequibo, luciendo sus variantes cual vertientes el Orinoco, en sus formas Oriental, Central, Llanero, Yabajero y Guayanés -para comenzarcon las particularidades tímbricas, instrumentación, géneros, maneras de bailar, tocar y cantar que traducen el ideario y cosmovisión de estas regiones nuestras.
Cuentan que nació por el Oriente venezolano en épocas pre-independentistas, que fue creciendo y expandiéndose por el territorio cuatro y bandola en mano -ya que eran más sencillos de llevar que el arpa- y se fue asentando en nuestro suelo a la par de cada victoria alcanzada por la gesta libertadora, cantando sus sueños, acompañando su coraje.
También cuentan que fue señalado en decretos por los dedos que tenía sobre el continente la corona española, al igual que fue dada la fe de su nacimiento en ordenanzas.
Hijo del mestizaje pre-colombino surgido en la península ibérica, dígase celta, griego, fenicio, hispano, bereber, godo, sefardí con sus raíces latina, judía, musulmana, cristiana, etc… junto al mestizaje que del proceso de conquista a Indo-América sucedía con las diferentes tribus originarias venezolanas y las africanas traídas por la trata negrera. A la par de este episodio que generó inefables heridas en la historia de la humanidad, también emergió un sincrético y sustanciado crisol de culturas que luego las/os venezolanos sintetizaron y resemantizaron como un sello, dando origen a una fiesta que como otras nuestras sabe, suena y se baila única en el mundo… el Joropo!
Su personalidad es alegre, elocuente, recia y rebelde… también es sublime y mágica como la Luna. Así, la gallardía y la sensibilidad amalgaman el tuétano de su espiritualidad. Tal complementariedad es notable por ejemplo entre dos grandes vertientes del Joropo Llanero, que son el pasaje y el joropo recio, en sus variados géneros.
Mientras en uno se habla de amor, en el otro se contrapuntea pulseando la fuerza de su inventiva… mientras en uno se sabanea, en el otro se levanta el polvo alpargateando la tierra. Es ese hermoso contraste poderosa energía que ha hecho latir el corazón de la tierra venezolana trascendiendo el tiempo, y junto con él, nuestras fronteras.
Se sabe que de la segunda mitad del siglo XX en adelante, recién descubierto el viaje de ondas hertzianas por el campo electromagnético de la tierra, las frecuencias y notas de nuestro joropo se deslizaron también en el aire oxigenando corazones de otras latitudes… Para ese entonces ya había crecido y lucía algunos cambios: la tripa que vibraba su bordón pasó a ser de nylon, la “S” de su arpa se alargaba sumando cuerdas hasta 32, uno más en los capachos facilitó su cantar, y hasta se comenzaba a multiplicar plasmando en discos lo que una prodigiosa voz agitaba junto a un pañuelo. Desde allí, sus grabaciones enamoraron los oídos y corazones del resto del territorio venezolano, cruzando incluso nuestras fronteras hasta Colombia por el Arauca, el Casanare, Meta y Vichada, donde no mucho tiempo atrás se había asentado su gentilicio andino acompañado de algunas/os venezolanos. El ímpetu de nuestro Joropo atraía tanto corazones como intereses. Unos le han amado y celebrado tal como él es… otros han pretendido sacudirle la tierra del conuco, limar sus huellas y anclar su mirada en destellos que iluminan sin reflejar el alma.
¡Pero como ya sabemos, además de alegre, recio y elocuente, es rebelde, y la fiesta continúa!… ¡porque eso es lo que el Joropo es, una fiesta en el tuétano de nuestra esencia, una herencia colmada del encuentro que abraza nuestros sonidos, colores, sabores y aromas, que llegan al alma y dan amor de beber a nuestras hija/os, con la sabiduría profunda y sencilla de lo que somos en comunidad, en comunión con la tierra, metáfora de la naturaleza, permanencia y trascendencia espiritual, multiétnica y pluricultural!