Por Crismar Lujano/Diario Red/15-09-25
Con el asesinato del activista de extrema derecha Charlie Kirk el pasado 10 de septiembre en Utah, en un acto público, la violencia política ha vuelto al centro del debate estadounidense. Sin embargo, sólo se trata del episodio más reciente de una espiral de odio creciente, que hoy encuentra combustible desde la Casa Blanca. Según el Violence Project de la Universidad de Hamline, desde 2021 Estados Unidos ha registrado cinco asesinatos o intentos de asesinato de figuras políticas, la cifra más alta desde la década de 1960, cuan fueron abatidos Martin Luther King Jr. y Malcolm X, líderes históricos del movimiento por los derechos civiles.
Si en julio de 2024 el país ya había sido sacudido por el intento de asesinato contra Donald Trump en un hecho que pareció marcar el regreso de un clima de confrontación recargado, a ello se sumaron episodios más recientes: el incendio en abril de la residencia del gobernador demócrata de Pensilvania, Josh Shapiro, mientras él y su familia estaban dentro; y el asesinato –el pasado 14 de junio– de la presidenta de la Cámara de Representantes de Minnesota, Melissa Hortman, y de su marido, ocurrido apenas unas horas después de que el senador estatal John Hoffman sufriera un intento de asesinato junto a su esposa.
Desde 2021 Estados Unidos ha registrado cinco asesinatos o intentos de asesinato de figuras políticas, la cifra más alta desde la década de 1960
La lista continúa con el ataque del 11 de agosto, cuando un hombre disparó más de 180 balas contra la sede de los CDC en protesta contra las vacunas del Covid-19, antes de suicidarse.
¿Guerra civil? La disputa por la narrativa
El asesinato de Charlie Kirk encendió los altavoces digitales de la ultraderecha. La reacción de las élites políticas republicanas –desplegada como una coreografía ensayada–, coordinaron a enjambres de “influencers” y figuras prominentes del partido en una ofensiva discursiva.
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Por un lado, multiplicaron los llamados de guerra. Un análisis de The New York Times reveló que en X —antes Twitter— las menciones a “guerra civil” se dispararon los días 10 y 11 de septiembre, pasando de un promedio diario de unas 18.000 a más de 210.000 en solo una jornada. La radicalización del discurso se hizo aún más evidente en figuras mediáticas: Alex Jones repitió sin pausa que “esto es una guerra”, mientras el presentador de Fox News Jesse Waters llegó a prometer que se “vengaría” la muerte de Kirk.
Y por otro, se aprovechó el momento para intentar fijar un relato político. Desde el presidente republicano, hasta figuras como Elon Musk, todos apuntaron dedos culpabilizando a los demócratas de fomentar la “radicalización” del asesino.
En un mensaje a a nación el mismo día del asesinato, Trump dijo: «Los radicales de izquierda han comparado a estadounidenses formidables como Charlie con los nazis y los peores criminales y asesinos en masa del mundo. Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que vemos hoy en nuestro país, y hay que ponerle fin de inmediato».
Incels, Groypers y el patriarcado armado
El principal sospechoso del asesinato de Kirk, sin embargo, no encaja en el fantasma de la “ultraizquierda” que la derecha suele agitar. No es trans, no es latino, no es afroamericano, no es musulmán. Tampoco militante de ninguna célula «terrorista». Tyler Robinson es un joven blanco de Utah, moldeado en la cultura del patriarcado, criado en un clásico hogar conservador estadounidense, religioso hasta la médula y devoto de las armas de asalto. Desde niño compartía rifles con su padre, como parte del “orgullo familiar”
Los altavoces digitales de la ultraderecha multiplicaron los llamados de «guerra»
Sin embargo, el relato oficial busca desviar el foco: ahora la culpa es de la universidad “izquierdista” en la que apenas estuvo inscrito un semestre. Lo que sí parece claro es que se trata de alguien profundamente sumergido en las subculturas tóxicas de los foros digitales.
El señalamiento a la izquierda también se produce a contracorriente de la evidencia empírica. La base de datos del programa START de la Universidad de Maryland revela que entre 2020 y 2025 hubo 298 militantes pro-Trump radicalizados frente a solo 40 anarquistas. El perfil es claro y reafirma el sesgo: hombres, solteros, mayoritariamente blancos, y con inclinación a actuar en soledad. Muchos se inscriben en la cultura Incel y, dentro del espectro estadounidense, en corrientes de conservadurismo cristiano. Entre ellos destacan los Groypers, un movimiento de ciberactivistas y troles de extrema derecha y nacionalismo blanco, conocidos por atacar a conservadores moderados, promover posturas homófobas y antisemitas, y por haber tenido presencia activa en el asalto al Capitolio de 2021.
El principal sospechoso del asesinato de Kirk, Tyler Robinson, es un joven blanco de Utah, moldeado en la cultura del patriarcado, criado en un clásico hogar conservador estadounidense, religioso hasta la médula y devoto de las armas de asalto
En Estados Unidos, el componente racial es clave. Aunque los hombres blancos constituyen apenas el 28% de la población del país las cifras del FBI evidencian una sobrerrepresentación en delitos violentos y sexuales: 55% de los secuestradores, 56% de los violadores, 58% de los autores de tiroteos masivos, 59% de los arrestados por pornografía infantil y 62% de los acusados por abuso sexual de menores. El patrón se repite en otros ámbitos: son el 63% de los procesados por contratar prostitución, el 68% de los infractores de la Ley Nacional de Armas de 1934 y el 75% de los responsables de incesto.
“Conflicto civil permanente”
Las encuestas más recientes confirman que la violencia política no es un tabú en Estados Unidos. Según un estudio del Chicago Project on Security & Threats (CPOST) realizado en noviembre de 2024, el 10,2% de los votantes republicanos considera que “el uso de la fuerza por parte de los ciudadanos es a veces necesario para alcanzar objetivos políticos”. La cifra es algo menor entre los demócratas (8,3%) y los independientes (7,3%), pero en todos los casos refleja una proporción que señala la normalización de la violencia como herramienta política.
Otro informe publicado en abril de 2025 por la misma institución, titulado Furia suburbana de Trump, estima que al menos 44 millones de adultos estadounidenses —muchos de ellos armados, otros con acceso inmediato a armas de fuego— apoyan explícitamente el recurso a la violencia: ya sea para impedir el regreso de Trump a la presidencia, o para reinstalarlo por la fuerza.
Los Groypers, un movimiento de ciberactivistas y troles de extrema derecha y nacionalismo blanco, son conocidos por atacar a conservadores moderados, promover posturas homófobas y antisemitas, y por haber tenido presencia activa en el asalto al Capitolio de 2021
El politólogo Robert Pape, director del CPOST, ha descrito este patrón como la consolidación de un “conflicto civil permanente” en la vida política del país.
Como lo dijimos en este diario en junio, la historia política de Estados Unidos es una de las más violentas del mundo: Desde 1835, más de un tercio de sus presidentes ha sido blanco de intentos de asesinato, y que cuatro —McKinley, Lincoln, Garfield y Kennedy— fueron asesinados en funciones. Hoy, la recurrencia de atentados, ataques armados e incendios políticos parece reactualizar ese legado sangriento. La muerte de Charlie Kirk, más allá de las simpatías o rechazos que despierte su figura, pone en evidencia que la política estadounidense ha entrado de lleno en una era donde la violencia se convierte otra vez en argumento y en práctica.